Se queja Pablo Motos de que no tiene libertad de expresión y su queja se emite en directo en un programa con una audiencia media de varios millones de personas. No es la primera vez que se queja, así que habrá que preguntarse si, pese a la tira de años que lleva en esto de la comunicación, Motos conoce realmente los conceptos de "libertad" y "expresión", juntos y por separado, o si sencillamente está pidiendo llegar a más gente. Ahora bien, aunque esto último parece muy complicado, habría que hacer lo imposible para darle más voz a Pablo Motos, que no quede un solo rincón de España donde no resuene el lamento de este poeta catódico.
Por ejemplo, se podría poner a Pablo Motos quejándose no sólo en El Hormiguero de Antena 3, sino en todos los programas de la cadena, incluidos telediarios, teleseries y documentales zoológicos. Una medida que habría que extender a todos los programas de todas las cadenas públicas y privadas en cualquier horario del día o de la noche, de manera que, al encender la tele, aparezca Pablo Motos quejándose en medio de un partido de tenis, en la final del Mundial de Rugby, en un concurso de cocina o vendiendo cuchillos en Teletienda.
Sería muy bonito que llamaran a Pablo Motos como experto en libertad de expresión en La casa de empeños de Las Vegas ("No sé, Rick, parece falso"), que emergiera a trancas y barrancas de dentro de un baúl en uno de esos programas de subastas, o que saliera de refilón en un episodio de Los Soprano, diciéndole a Tony y a Carmela que en España no le dejan hablar bastante, le censuran los diáconos de lo políticamente correcto y hasta lo critican pelagatos como yo en los periódicos.
Esto de que Pablo Motos salga hasta en la sopa, disfrazado de fideo con barba, puede parecerles una gilipollez, pero es justamente lo que sufrimos los españoles el miércoles con la jura de la Constitución de Leonor, que no había más que Leonor y Leonor y Leonor por todos lados, que apagabas el televisor y durante un rato seguía sonriendo Leonor, seguía sonando el himno y aún se veía el fulgor de la bandera rojigualda. A Pablo Motos, una verdadera institución audiovisual, habría que nombrarlo borbón adoptivo y pagarle escolta para que nadie se atreviera a coartarle la libertad de expresión ni llevarle la contraria. O más incluso, proclamar un Día Nacional de Pablo Motos y dejar su imagen colgada en los cielos de la Península dando la brasa a todo Cristo, como la madre de Woody Allen en Edipo reprimido.
Gracias a que Pablo Motos no puede decir todo lo que quiere, me he enterado de que ha montado una tertulia todos los jueves en la que, junto a otros intelectuales de renombre, cuenta con la colaboración del humorista Miguel Lago y de Tamara Falcó, humorista también por parte de madre. Fue en ese pozo de sabiduría donde Motos dijo, en un sonoro eco unamuniano, que "se avergüenza de ser español" por culpa del presidente Sánchez.
Entendámonos, no se avergüenza por los miles de ancianos muertos en las residencias de la Comunidad de Madrid durante la pandemia gracias a una orden que parecía redactada en Treblinka, ni por los niños temblando de frío en la Cañada Real, ni por los defraudadores fiscales y los ministros criminales indultados a dedo, sino por el proyecto de Ley de Amnistía para los independentistas catalanes. A Motos, como a tanta otra gente, le duele España únicamente sobre la línea del Ebro. Yo, la verdad, me avergonzaría mucho de ser Pablo Motos.