Punto de Fisión

Este muerto está muy Biden

Imagen de un debate televisivo entre Joe Biden y Donald Trump. Europa Press
Imagen de un debate televisivo entre Joe Biden y Donald Trump. Europa Press

Siempre se ha dicho que la grandeza de la democracia estadounidense reside en que cualquiera puede llegar a presidente, lo cual se demostró la semana pasada con un encendido debate entre un tarugo charlatán y un muerto viviente. En la antigua Roma -la república con la que la han comparado tantas veces- un debate de este estilo difícilmente hubiera tenido lugar: hace tiempo que el senador Biden descansaría bajo una losa de mármol mientras que al tribuno Trump le habrían cortado la nariz y lo habrían encerrado en un saco junto a una pantera para tirarlo al río. En efecto, los romanos no tenían el menor respeto por los animales.

Nadie puede negar que los avances de la medicina actual son fabulosos: aunque todavía no hemos vencido a la muerte, ahora estamos empatando el partido gracias a Joe Biden. Isabel II de Inglaterra murió con más de noventa años y seguía ejerciendo de reina, de modo que no hay que preocuparse con Biden, un chavalín que acaba de estrenar los ochenta. Entre dietas, ejercicios y vitaminas, la juventud cada vez se alarga más y pronto nos retrasarán la edad de jubilación a los setenta. Aparte de Biden, ahí está, por ejemplo, Clint Eastwood, que continúa en el tajo con cerca de un siglo a las espaldas y que podría interpretar a Biden sin esforzarse mucho, como siempre, y sin que medio mundo notase la diferencia. De hecho, Eastwood es un actor tan sutil que, el día en que se muera, no va a haber manera de saber si sigue actuando.

La verdad, no se entiende muy bien por qué en el partido demócrata han saltado todas las alarmas ante los balbuceos, las ausencias y los lapsus de memoria de Biden en el debate con Trump, cuando, entre balbuceos, ausencias y lapsus de memoria, el hombre lleva toda la presidencia dando la nota y sólo le ha faltado ponerse a cagar en la alfombra del Despacho Oval o confundir el botón rojo con la próstata. Se ve que a los demócratas lo que les preocupa son las elecciones, no la economía, ni la geopolítica, ni el destino del mundo, ni los treinta y pico mil muertos en Gaza, que eso no le preocupa a nadie.

A unos meses de los comicios, la situación es desesperada, pero no tanto que vayan a sustituirlo por Kamala Harris. Vale que en Estados Unidos cualquiera pueda ser presidente, pero una mujer, y encima negra, ya sería pasarse. Son demócratas, pero no tanto. Además, está el recuerdo del doble fracaso de Hillary Clinton, quien perdió las semifinales con Obama y la gran final con Donald Trump. Los fontaneros del partido demócrata deberían hacerme caso y contratar de reemplazo a Clint Eastwood, que actúa con el mismo ímpetu a los noventa que a los cuarenta y cinco. A fin de cuentas, el trabajo de presidente de los Estados Unidos consiste básicamente en actuar, como demostró Ronald Reagan, un actor de tercera fila que ganó la Guerra Fría a base de sobrevivir a varios carcamales del Kremlin -Brézhnev, Andrópov, Chernenko- y de sonreír mucho en las fotos.

Nos anuncian el apocalipsis si gana Trump, aunque da bastante vértigo pensar que el mundo con Trump era mucho más seguro que con Biden. A lo mejor fue cosa del coronavirus o de su peculiar estrategia para hacer a América más grande, pero lo cierto es que con Trump hubo menos guerras y menos golpes de Estado que con cualquier otro presidente desde tiempos de Carter. En Estados Unidos tienen la honorable tradición de matar a tiros a sus líderes -Lincoln, Garfield, McKinley, Kennedy-, una costumbre folklórica como otra cualquiera y una manera de evitar que la gente se apalanque en el cargo. Es muy posible que con Biden vayan a ahorrarse el magnicidio, puesto que en breve podríamos enterarnos de que se trata del primer presidente que sigue al frente del país después de muerto.

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