Punto de Fisión

El eterno misterio del Everest

El eterno misterio del Everest
Cara norte del Everest. De Carsten.nebel - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0. Wikipedia.

El pasado mes de septiembre, un equipo de National Geographic encontró por casualidad una vieja y desgastada bota de cuero en medio del glaciar Rongbuk Central, al pie de la cara norte del Everest. En el interior de la bota había restos de un pie y de un calcetín con una etiqueta en la que puede leerse: "A. C. Irvine". Veinticinco años atrás, en mayo de 1999, el escalador estadounidense Conrad Anker tropezó a 8.100 metros de altitud con un resplandeciente torso helado que no tardaron en identificar como el cuerpo de George Mallory, el héroe trágico de la tríada de expediciones británicas al Everest durante los años veinte. Hemos tenido que esperar un cuarto de siglo para que la montaña más alta del mundo nos devuelva un pedazo de Andrew Comyn Irvine, el compañero de cordada de Mallory en el asalto final a la cima. En el Himalaya la historia se escribe despacio, muy despacio.

Por aquel entonces, en 1999, yo acababa de publicar mi primera novela, Nanga Parbat, ambientada en el temible ochomil de Pakistán, y la editorial Desnivel me encargó un libro sobre Mallory. No me vi capaz de acometer la tarea solo y pedí ayuda a mi amigo Rafael Conde, alpinista, viajero y estudioso de la literatura montañera, quien buscó la documentación necesaria para rescatar al coronel Francis Younghusband, a Geoffrey Winthrop Young, a Ruth Mallory, a Aleister Crowley y a toda una pléyade de personajes casi inverosímiles. Terminamos componiendo un volumen coral, voluntariamente inconcluso, como la propia historia de aquellas escaladas, que titulamos Los huesos de Mallory: fragmentos para una arqueología del Everest.

Detrás de aquel cadáver aferrado a la montaña, congelado como la estatua de un Ícaro que se atrevió a desafiar a los dioses, se esconde el mayor misterio de la historia del alpinismo: la duda eterna de si Mallory e Irvine fueron los primeros en pisar la cumbre del Everest el 8 de junio de 1924. Noel Odell los vio por última vez a través de un telescopio a unos doscientos metros de la cumbre, dos puntos que se desplazaban muy despacio sobre la interminable arista noreste y que no tardaron en desaparecer entre la niebla. Desde entonces, historiadores, alpinistas y expertos de todo el mundo han discutido la posibilidad de si aquellos dos hombres pudieron rebasar el obstáculo tremendo del denominado Segundo Escalón, una pared de cinco metros en vertical que -emplazada a más de 8.600 metros de altitud, en plena zona de la muerte- estaba muy lejos de la capacidad técnica de Mallory y de cualquier otro alpinista de su época.

Reinhold Messner, quizá el mayor montañero de todos los tiempos y el primer hombre en escalar los 14 ochomiles del planeta, está convencido de que Mallory e Irvine no llegaron a alcanzar la cima. Muchos otros alpinistas insignes comparten la opinión de Messner, aunque esa hipotética cumbre no restaría un ápice de grandeza a la victoria de Hillary y Tenzing en 1953, a través de la cara sur, una línea de escalada mucho más asequible: la que hoy siguen las expediciones comerciales. Para hacerse una idea de la dificultad aterradora de una montaña como el Everest, basta pensar que sólo dieciséis años separan la llegada a la Luna de la conquista del techo del mundo. Lo único seguro es que Mallory e Irvine murieron durante el descenso y, a fin de cuentas, como dijo Kurt Diemberger, la única persona viva con dos primeras ascensiones a ochomiles: "Un ochomil no te pertenece hasta que has llegado a la cima y has vuelto vivo al campo base; mientras tanto, le perteneces tú a él".

En realidad, no hay forma humana de probar que Mallory e Irvine no alcanzaron la cima y todavía hay unos cuantos detalles que alientan la duda y la esperanza. Entre ellos, que la casa Kodak se comprometió a hacer lo imposible por revelar el negativo de la cámara que Irvine llevaba consigo. Es casi seguro que, en el caso improbable de que hicieran cumbre, ya no habría luz suficiente para tomar una fotografía, pero la cámara todavía no ha sido hallada y parece casi imposible que la película haya sobrevivido a las heladas, aludes y deshielos de un siglo a la intemperie.

Sin embargo, los más románticos nos aferramos a la idea de que, entre los restos de Mallory, no se encontraba la foto de su esposa Ruth, la misma foto que él prometió enterrar en la nieve cenital de la cumbre. Cuando, muchos años después, le preguntaron a su maestro de escalada, el gran Geoffrey Winthrop Young -un hombre que siguió escalando montañas en los Alpes aun después de perder una pierna en la Primera Guerra Mundial- por qué estaba tan seguro de que habían alcanzado la cima, el anciano respondió sonriendo: "Porque Mallory era Mallory". Sí, en el Everest la historia no se acaba nunca.

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