La fiesta más loca y despendolada de todas las celebraciones del Orgullo Gay no tuvo lugar en Madrid, sino en el Vaticano, en el apartamento del ex secretario del cardenal Francesco Coccopalmerio, que tiene un apellido como para bautizar un reservado en Chueca. De hecho, el apartamento está ubicado en el palacio del Santo Oficio, y la policía tuvo que intervenir después de varias quejas de los vecinos por el escándalo de los coches que no dejaban de llegar al guateque. Los agentes intervinieron un vehículo de lujo con matrícula de la Santa Sede que supuestamente habían usado para transportar drogas. El funcionario sacerdotal fue enviado primero a un hospital para desintoxicarse y después a un retiro espiritual en un convento. Salir del sagrario siempre ha sido algo más fácil que salir del armario, que por algo los curas llevan falda. Probablemente lo del tercer género lo inventaron ellos, en dura competencia con los clanes escoceses.
La noticia de esta sacrosanta orgía ha coincidido con el juicio contra el cardenal George Pell, responsable de finanzas del Vaticano y consejero directo del Papa Francisco, implicado en un tenebroso asunto de abusos a menores en Australia. Se ve que muchos sacerdotes no acaban de entender aquel mensaje cristiano de "dejad que los niños se acerquen a mí". Prefieren acercarse ellos. George Pell es conocido, entre otras cosas, por su abnegada defensa en el caso de Gerard Ridsale, un violador de niños en la escuela de Saint Alpius en Ballarat, en el estado australiano de Victoria, un centro escolar célebre por los abusos cometidos contra los alumnos. Ridsale fue condenado a 18 años de cárcel por 54 acusaciones de violación. Las cifras son monstruosas: durante la década de los setenta hubo unos cuatro mil casos denunciados de pederastia sólo en Ballarat, y la policía calcula que al menos cuarenta suicidios en la zona de Victoria están relacionados con estos abusos.
¿Qué ha hecho la Iglesia Católica ante esta catarata de mierda? Su especialidad: lavarse las manos. En 2004 proporcionaron albergue al cardenal Bernard Francis Law, máxima autoridad de la archidiócesis de Boston, cuando gracias al trabajo de unos reporteros de The Boston Globe salió a la luz otro escándalo de proporciones bíblicas: más de cinco mil casos de abusos encubiertos bajo la púrpura de su manto. La película Spotlight, ganadora del Oscar en 2016, narra la odisea que supuso desenmascarar ese nido de criminales y la feroz resistencia que opusieron las autoridades eclesiásticas para intentar acallar a testigos y periodistas sin dejar de remover sus turbias influencias políticas.
¿El resultado? Law evitó los tribunales gracias al Vaticano, el cual premió a uno de los mayores pederastas de la historia nombrándolo arcipreste de la Iglesia de Santa Maria Maggiore, una de las principales basílicas de Roma. Lo escondieron bien dentro del sagrario y aun hoy, ya jubilado, Law sigue siendo arcipreste emérito de Santa Maria y arzobispo emérito de Boston. El máximo gesto de repudio que hizo el Papa Francisco, en marzo de 2013, fue negarse a darle la mano. Un poco más y lo deja sin postre. Si tu mano derecha te escandaliza, maquíllatela y luego hazte una paja.
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