Del consejo editorial

Medio ambiente y política

ALFONSO EGEA DE HARO

Profesor de Ciencia Política

El frío mensaje que transmitió la cumbre sobre el clima de Copenhague parece haberse instalado en este largo invierno. La aspiración de conseguir un acuerdo vinculante entre los Estados queda hoy muy lejana. Pero más lejana, si cabe, está la apuesta por un nuevo modelo de desarrollo basado en una economía más ecológica.

Las previsiones acerca del incremento de la población privada de acceso a agua potable, unos 3.000 millones de personas en 2025, la progresiva sustitución de cultivos por la producción de combustibles o la reducción de la biodiversidad no son elementos que se estén considerando en el diseño de la estrategia que nos saque de la crisis. El cambio de modelo energético no es previsible cuando entre 800 y 1.000 plantas de carbón se encuentran en planificación o construcción y cuando el carbón puede convertirse en la fuente de energía de mayor crecimiento, como reacción a un eventual incremento de los precios del petróleo y el gas natural. Y es que la crisis económica actual convierte cualquier ejercicio de prospectiva en algo insustancial, y cualquier acción política, en utópica.
Podemos decir entonces que, si bien somos cada vez más conscientes y responsables del problema, esto no es suficiente para desarrollar un modelo de economía ecológica. Y no es por falta de proyectos. DESERTEC es uno de ellos. Mediante la construcción de una red de centrales termosolares, parques eólicos y otras fuentes de energía renovables en el Norte de África y Oriente Medio, este proyecto pretende abastecer, en 2050, el 15% de la demanda energética de Europa, así como dos tercios de la demanda de los países del Norte de África y Oriente Medio. Se trata de un proyecto que exige la cooperación de un buen número de países en el arco mediterráneo y que está siendo emulado en el área del Pacífico. Como señala Gerhard Knies, presidente de DESERTEC, los desiertos reciben en seis horas tanta energía solar como el consumo de toda la humanidad en un año.
Sin embargo, cuando este mensaje se traduce en cifras –unos 400.000 millones de euros–, las dudas sobre su viabilidad económica lo condenan a la utopía. No obstante, para saber lo que esta cifra representa, debemos considerar otros factores adicionales, como la desigual distribución de la riqueza que ocasiona el modelo energético basado en el petróleo. Según estimaciones del McKinsey Global Institute, los valores extranjeros en posesión de los países del Golfo alcanzaron los 1,9 billones de dólares a finales de 2006, lo que supone aproximadamente el PIB conjunto de Brasil e India. A nadie escapa, con lo que estamos aprendiendo de esta crisis, el potencial impacto que tienen estos fondos en los mercados internacionales.
Por ello el desarrollo de un modelo energético alternativo no es una opción que se deba evaluar exclusivamente a partir de la inversión económica inicial. La capacidad de las energías renovables para articular nuevos ejes de cooperación entre países debiera ser también parte del estudio de viabilidad. Las bases de una economía ecológica dependen, pues, del mayor protagonismo de estas fuentes de energía en la política exterior de los estados, y no tanto del compromiso internacional por luchar contra el cambio climático en un futuro más o menos lejano.

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