Dentro del laberinto

Pulgas

Una de las conclusiones más descorazonadoras del curso sobre salud mental en la adolescencia que los doctores Velilla y Ruiz han impartido en la Universidad de Verano de Teruel ha sido el dato de que el número de trastornos de la alimentación entre jóvenes se mantiene en el mismo nivel que hace diez años. Tras diez años de trabajo, de difusión, de prevención, de denuncias y de declaraciones muelles y cómodas por parte de las instituciones, no hemos logrado reducir la incidencia de la anorexia y la bulimia en la población juvenil.

No es esto lo más preocupante. Durante años he advertido de que la atención real que se dedicaba a las enfermas (no la que motivaba que los programas de televisión o las páginas de los periódicos se cubrieran de imágenes de muchachas esqueléticas, o de críticas al incremento o a la pérdida de peso de las famosas) y, por reacción, a la minoría de enfermos varones, no era la adecuada y, sobre todo, no pasaba de ser una golondrina en las proximidades del verano. He dicho que era el momento de remediar esos problemas, antes de que la sociedad contemporánea completara el panorama con otras enfermedades igualmente graves.

A perro flaco, flaquísimo, todo son pulgas. Ha pasado el momento de visibilidad de la anorexia y la bulimia, y llega el de la obesidad: todos contentos. Salvo los enfermos, claro está. La obesidad mueve mucho más dinero, y a mucha más población, que los TCAs. Incluye en un porcentaje mucho mayor a los varones, una razón más para dedicarle atención. Abarca todas las edades, y por si eso fuera poco, el porcentaje de curación es en estos momentos tan bajo (un veinte por ciento en adultos, un treinta en adolescentes), que cuesta creer que no se esté prestando la atención que tampoco en su momento recibieron los trastornos de la alimentación.

Nos hacemos mayores, y apenas más sabios. Debimos haber aprendido, como feudo de la dieta mediterránea, de los horrores americanos, noreuropeos Y, sin embargo, qué lentos, qué torpes hemos sido.

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