Dominio público

La huelga de los doce centavos

Hernán Casciari

HERNÁN CASCIARI

01-12.jpgLa película más taquillera del año 1972 fue el Último tango en París, de Bertolucci, seguida muy de cerca por El Padrino, de Coppola, y Cabaret, de Bob Fosse. Mientras que la serie de TV más exitosa, el mismo año y a la misma hora, fue una comedia blanca, ya olvidada por todos con justicia, que se llamó Buscando novia a papá.

Los años 70 no quedan tan lejos, pero en materia de ficción audiovisual parece que hablásemos de galaxias distantes. Aquellos eran tiempos en donde la cinematografía estaba construida por autores personalísimos, por intelectuales que asumían riesgos; y por tanto el público adulto era un gran consumidor de celuloide. La tele de ficción producida en Norteamérica, en cambio, se consolidaba como un arte menor, juvenil y ligero, donde campeaban a sus anchas superhéroes planos y comedias simplonas.

Hoy las cosas han cambiado. Las películas más vistas en 2007 han sido, en este orden: Piratas del Caribe 3, la enésima entrega de Harry Potter y el tercer volumen de Spiderman. Por su parte, el episodio dramático de TV más taquillero y comentado del año –también el más polémico– fue el deslumbrante final de Los Soprano, en donde sus creadores se atrevieron, incluso, a dejar la pantalla en negro durante diez segundos para alertarnos sobre el futuro inmediato de América. Y la serie de aventuras más vista, Lost, hizo durante el último semestre constantes referencias literarias y filosóficas que enloquecieron la biblioteca del espectador experto.

La pequeña pantalla ya no lo es
Algo ha ocurrido en 35 años. Algo significativo y complejo que todavía no hemos aceptado con naturalidad. Por alguna razón, todavía hay un montón de intelectuales que, al referirse a la tele, continúan diciendo la caja boba. Y una enorme cantidad de periodistas progres siguen llamando al cine la gran pantalla y a la televisión la pantalla pequeña, cuando los televisores que nos trajeron los Reyes la semana pasada (de plasma o LCD) tienen el mismo tamaño, o ya más, que las infames salitas de multicine de las grandes ciudades.

Algo ha ocurrido, sí. Y la actual huelga de guionistas nos está dando, hoy mismo, la medida de ese cambio rotundo.

Si la vaga de autores hubiese ocurrido hace tres décadas, el mundo entero estaría poniéndole velas a los santos para que regresara, y pronto, el buen cine. En aquellos tiempos, en los abismales pero aún cercanos 70, hubiéramos visto por las calles de Los Ángeles a Pasolini, quizá a Buñuel, o a Blake Edwards, al cascarrabias de Tarkovski y, con seguridad, a Billy Wilder –a Bergman no, se habría quedado en casa–, a todos ellos paseando por los bulevares, haciendo piña, con pancartas y enfadadísimos.

Pero la huelga está ocurriendo ahora y, en estos tiempos, sólo nos preocupa el estado de salud de la televisión (no del cine, que ha enfermado mucho antes, con o sin huelga), porque es allí, en la tele, donde se están asumiendo los riesgos creativos de contar historias inteligentes y revolucionarias. Ya no en la oscuridad de las butacas, donde está claro que las animaciones falsas de ordenador y los remakes rancios le han ganado la batalla a la originalidad.

Quienes hoy no están escribiendo una sola línea de diálogo –para nuestro pesar– son Larry David (el calvo creador de Seinfeld y Curb Your Enthusiasm), Aaron Sorkin (de El ala oeste de la Casa Blanca y la grandísima Studio 60), David Chase (el papá de Los Soprano) o Ronald Moore (autor de Carnivàle y Battlestar Galactica). Los que están con los brazos caídos se llaman J.J. Abrams (el laberíntico ideólogo de Lost), Tim Kring (el creador de Héroes) y Tina Fey (la magnífica comediante y protagonista de 30 Rock). Y también Matt Groening (Los Simpson, Futurama) y el polifacético Seth McFarlane (Padre de familia).

Estos son nombres y apellidos todavía algo difusos para la mayoría de los mortales del mundo –para las madres y para las novias, para los cultísimos señoritos anti-tele y para los defensores cursis de un cine que ya no existe–, pero mañana se dirá de ellos que han reconstruido, en silencio y sin aspavientos, el prestigio audiovisual de la ficción.

Los niños crecen

La huelga de guionistas se trata de dinero, sí, pero sólo en la superficie. Cuando los niños pegan el estirón piden a sus padres un aumento en la paga de los domingos, pero no sólo les están diciendo "hey, queremos más pasta". También están dejando claro que han crecido, que ya no le tienen miedo a la oscuridad, que han dejado el Scalextric y necesitan conducir coches de verdad.

Los que están pidiendo 15 centavos de dólar por DVD (ahora sólo cobran tres) ya no son los pánfilos autores de Buscando novia a papá. Son los creadores de la única cultura audiovisual creativa del nuevo siglo. La lucha no está centrada en los 12 centavos que faltan para que sean felices, sino en la construcción de un prestigio profesional que todavía no tienen. Y que merecen.

La prensa del mundo sigue obnubilada con la parafernalia frívola de esta crisis de autores. Sólo parecen preocuparle la suspensión de los Globos de Oro y el tambaleo de la próxima gala de los Oscar. ¡Qué poco importan esas ceremonias, al lado de lo que está en juego! Es como si a mediados del siglo pasado Hemingway, Salinger, Proust y Joyce hubieran dicho, todos a la vez, "ya no escribiremos nunca más" y al día siguiente los diarios titulasen: "Peligra la gala de los Nobel".
Lo que peligra hoy es el drama y la comedia que se nos sirve en bandeja, cada noche, desde el televisor enorme de nuestro salón. El drama y la comedia en estado puro. Los únicos dos refugios sensatos para escapar 44 minutos por día (o 22) de la realidad del mundo y de su frivolidad.

Hernán Casciari es escritor. Su último libro es España, perdiste

Ilustración de Javier Olivares 

Más Noticias