Me gustaría comenzar este artículo agradeciendo a Público la posibilidad que me brinda para poder compartir con todas vosotras mis reflexiones y opiniones. Espero que este medio se convierta en un puente a través del cual pueda trasmitiros con la profundidad y dosis de reflexión necesarios nuestra forma de ver el mundo en este momento histórico plagado de amenazas, retos y grandes oportunidades.
Estas líneas deben de servir para tratar los temas que tienen que ocupar la agenda política de todas aquellas personas interesadas en construir modelos alternativos a aquellos que se nos imponen desde este capitalismo que camina inexorablemente (si no lo evitamos, y lo haremos) hacia un modelo de gobernanza de naturaleza cada vez más autoritaria. Desearía iniciar este artículo hablando de cómo veo el mundo, de los retos a los que como civilización nos enfrentamos, de la situación geopolítica mundial, o incluso de la grave crisis de Régimen que afecta al Estado español.
Pero aunque se me haga hasta cierto punto extraño, considero al mismo tiempo necesario escribir este, mi primer artículo, sobre un acontecimiento del que he sido co-protagonista directo. Así que incluso tras la preceptiva consulta con mi almohada, resultaría todavía más extraño que no aprovechara esta oportunidad para de manera más sosegada compartir con vosotros algunas reflexiones en torno a la Declaración del Dieciocho de Octubre.
Qué duda cabe que la declaración realizada por la Izquierda Independentista Vasca ha marcado, y sigue marcando, la agenda mediática y política en el País Vasco y también en el conjunto del Estado español. Hace diez años, la Comunidad Internacional presentó en el País Vasco una hoja de ruta que tenía como objetivo la resolución integral del conflicto. Se ha avanzado mucho desde entonces, pero todavía queda mucho por hacer. La Declaración del Dieciocho de Octubre supone un punto de inflexión, un nuevo paso, un paso de gigante, por citar algunas de las expresiones acuñadas en las reacciones de los últimos días.
Los procesos de resolución de conflictos de carácter político y armado no son sencillos, no están exentos de dificultades y contradicciones. Si analizamos experiencias y procesos similares a lo largo y ancho del planeta observaremos que con frecuencia, en la mayoría de casos me atrevería a decir, este tipo de transiciones dan origen a graves disidencias que persisten en la vía armada dando continuidad a la persistencia de la violencia. No es nuestro caso y nos felicitamos por ello. Esta circunstancia trascendental no es fruto del azar. Desde que ETA anunciase el fin de la lucha armada hace diez años, no se ha producido ningún acto de violencia atribuible a ella en esta, nuestra vieja nación. Este es un éxito sin precedente y es fruto de la madurez y la solidez del conjunto del liderazgo de la Izquierda Abertzale.
En aniversarios como este siempre aconsejo revisar las hemerotecas; recordar dónde estaban unos y otros hace diez años ayuda a comprender dónde están ahora. Algunos de nosotros vivimos la conferencia de Aiete desde la cárcel, y no olvidemos que nos encarcelaron precisamente para tratar de obstaculizar el cambio de estrategia en la Izquierda Abertzale. Hubo quien hace diez años puso en duda el fin de la violencia por parte de ETA, quien lo definió como un mero movimiento táctico, que obedecía a intereses espurios, que no venía acompañado de una reflexión ética ni política y que, en definitiva, la misma no era más que un mero paréntesis de la actividad armada.
Quienes sostenían esta tesis mentían, y lo hacían siguiendo un guion preestablecido. Nuestra apuesta obedecía a razones éticas y políticas, nuestra apuesta por vías exclusivamente pacíficas es estratégica, y ha venido para quedarse para siempre. Quienes mentían entonces siguen mintiendo ahora.
Fruto de esta reflexión política y ética, el 18 de Octubre dimos un paso más, un paso de calado, significativo y cualitativo en torno al sufrimiento del conjunto de víctimas, pero haciendo una referencia específica a las víctimas de ETA. Nuestra afirmación de que su dolor no debería haberse producido nunca y que tampoco debió prolongarse en el tiempo es inequívoca. Es consecuencia de una reflexión interna de alcance estratégico.
Hay quien con razón y serenidad nos ha señalado que da la impresión de que solo somos nosotros quienes seguimos dando pasos y que no se percibe por ninguna otra parte la más mínima de las intenciones de asumir sus propias responsabilidades. Estas compañeras y compañeros merecen todo nuestro respeto y qué duda cabe que también tenemos en cuenta sus dudas y aportaciones.
Pero hemos decidido dar el paso y lo hemos dado con convicción y determinación política. Deseamos que contribuya a construir una convivencia mejor para todas. Creo que mirando a los ojos de nuestro pueblo podemos afirmar que hemos estado a la altura de la responsabilidad exigida. No todos pueden decir lo mismo.
La construcción de una paz justa y duradera, el cumplimiento íntegro de la hoja de ruta de Aiete, requiere de una solución a la existencia de más de 200 presos políticos vascos a los que todavía hoy se aplica una arquitectura jurídica y penitenciaria 'ad hoc' de carácter excepcional. Sin ellos y ellas, sin su aportación y compromiso, no hubiera sido posible transitar hacia la paz.
También necesita de una solución de carácter democrático el conflicto político de carácter nacional que vive nuestro pueblo y otros en el Estado. Esta solución debería de empezar a construirse desde la aceptación de una obviedad que no es otra que reconocer con naturalidad y espíritu democrático que España es un Estado de naturaleza plurinacional. Dicha plurinacionalidad necesita de unas reglas democráticas que encaucen y respeten la voluntad democrática de los pueblos. Euskal Herria es una nación que debe ser reconocida como tal. Resulta necesario respetar el deseo mayoritario de quienes viven y trabajan en ella a decidir su futuro sin más límites que los que exprese la voluntad popular de manera pacífica y democrática. Es hora de hacer realidad aquel eslogan que afirmaba que en democracia todo era posible. Es hora de afrontar con profunda convicción democrática que en democracia no hay límites a la voluntad de los pueblos expresada en términos pacíficos y democráticos.
Hoy no es un día para el reproche ni para las exigencias. Solo añadiré una sugerencia constructiva: ayudaría, y mucho, a la paz y la convivencia democrática que todos hiciesen su propia Declaración del Dieciocho de Octubre. Nosotros ya hemos hecho la nuestra.
Comentarios
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