Dominio público

Política en tiempos de miedo

Pablo Bustinduy

La política corre el riesgo de quedar atrapada en una espiral catastrófica. Una sucesión de crisis -de la pandemia a los suministros, de la energía a la inflación- se ha apoderado de la agenda pública y amenaza con sumir el debate en un estado de ansiedad general. Cada una de estas crisis está entrelazada con las anteriores; ninguna admite diagnósticos fáciles ni prescripciones de corto plazo. Pero es justo eso lo que ofrece mayoritariamente el debate político contemporáneo: simplificaciones interesadas, parches oportunistas y una utilización cada vez mayor del miedo como combustible político y como táctica de movilización.

El principal problema de esta nueva dinámica política es que es probable que no se trate de una coyuntura pasajera. Las contradicciones que afectan al modelo económico de la globalización tienen raíces profundas e interconectadas. Sin duda la epidemia las ha acelerado, alimentando esta tormenta de desequilibrios energéticos, productivos y mercantiles. Pero el problema de fondo -el agotamiento de un modelo económico y financiero de base cada vez más estrecha- no va a desaparecer cuando se estabilicen los precios o se equilibren los flujos del comercio internacional.

La crisis climática no es un fenómeno exógeno a ese modelo productivo, no es algo que se imponga desde "fuera" a la economía; es, más bien, el proceso concreto de su agotamiento. En ese sentido, la reciente cumbre del G20 y el desenlace de la COP26 han certificado lo lejos que estamos de un horizonte económico alternativo. El sistema económico mundial ni siquiera ha empezado una transición para la que ahora mismo no existen ni los medios ni las voluntades políticas necesarias; mientras tanto, erramos en una fase de ajuste caótico que se expresa por medio de inestabilidades y desequilibrios. Ese rumbo inestable multiplica a su vez los riesgos y los conflictos geopolíticos, que se hacen más probables y de desenlace cada vez más incierto.

Nada de todo esto ayuda a serenar los ánimos, pero el problema principal ni siquiera es ese. La realidad es que el miedo y la incertidumbre constituyen ahora mismo un terreno político provechoso. Daniela Gabor e Isabella Weber han señalado recientemente los peligros que entraña la utilización de la emergencia climática para lanzar una versión renovada de la doctrina del shock de los años 90. Adam Tooze alertaba también de la operación que presenta la crisis energética como el resultado de una política demasiado drástica de reducción de emisiones (la conclusión del argumento es evidente: hay que reducir la marcha, dejar de intervenir los mercados, generar nuevos incentivos privados). Tras estas operaciones hay una intención común: utilizar el miedo presente para dar una última vuelta de tuerca a la lógica neoliberal, hacer de la incertidumbre una palanca de acumulación a corto plazo. Casi literalmente, es echar gasolina al fuego.

Otra serie de peligros tiene que ver con la utilización del miedo no ya como medio, sino como fin político en sí mismo. El alarmismo y la incertidumbre se han convertido en el motor principal de la extrema derecha, que los utiliza para crear chivos expiatorios, promover la lucha de unos contra otros y atizar pulsiones etnicistas e identitarias. Como demuestra el caso Zemmour en Francia, la extrema derecha es hoy una máquina refinada de producir y reproducir miedos. Las promesas de orden, seguridad y protección cotizan al alza en tiempos revueltos: ellos construyen sobre esa música de época. Como hemos comprobado ya varias veces, quienes se remangan para dar la pelea en ese terreno suelen acabar asfixiados. Es difícil combatir el miedo con el miedo.

¿Cómo hacer política en estas condiciones? Ya hemos debatido muchas veces sobre la necesidad de disputar esos valores, de dotarlos de otros contenidos: orden, seguridad, protección. Pero ese debate quiere decir más bien poco si permanece en el ámbito de lo abstracto. Es frustrante en ese sentido ver los titubeos con los que la socialdemocracia española aborda temas decisivos de la agenda política y social: las políticas de garantía de rentas mínimas, la intervención del mercado de la vivienda, la reformulación del marco de relaciones laborales. Es incomprensible, especialmente, porque estas medidas afectan apenas a la parte sintomática del ciclo que se avecina. Para proteger el bienestar del país, para ofrecer horizontes de certidumbre y seguridad a nuestra sociedad, es necesario abordar las causas de este ciclo de sacudidas. Eso conduce a una reorientación profunda de nuestro modelo productivo, a una política industrial ambiciosa, a una verdadera refundación de la división del trabajo y del contrato social. Esa es la única dirección posible, la única manera de defender un horizonte democrático y de bienestar real para estos tiempos de turbulencia. No es posible hacer otra cosa. No bastará con el miedo a quienes viven del miedo.

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