Dominio público

Feijóo, en Madrid y con la bomba nuclear a cuestas

Ana Pardo de Vera

Cuando Adolfo Suárez dimitió de la Presidencia del Gobierno y del liderazgo ídem de la Unión de Centro Democrático (UCD), acosado por sus compañeros de partido y, sobre todo, por los mensajes sugerentes del rey Juan Carlos sobre su fin de ciclo, su hijo Adolfo Suárez Illana tenía 16 años. No puedo imaginar lo que pasa por la cabeza de un adolescente en plena efervescencia juvenil viendo a su padre sufrir -que sufría, y mucho- en la poderosa TVE de entonces mientras se despide de millones de ciudadanos tras cinco años de un Gobierno de transición hacia la democracia después de 40 años de dictadura franquista. Casi nada.

Así agradecían sus compañeros y amigos, incluido el campechano, al padre de Adolfo Suárez Illana un tiempo que le robaron al hijo, a los hijos e hijas, a la familia. Quienes conocieron a Suárez padre siempre subrayaron que la humillación al expresidente del Gobierno había sido innecesaria, que "él no merecía eso": había obedecido a quien le nombró y lo había hecho mejor de lo que se esperaba de él, seguramente, demasiado bien para lo que se pretendía en aquellos tiempos complejos y dolorosos. Fue una humilllación... y no había redes sociales.

Asistiendo estos días al despelleje en vivo de Pablo Casado por los suyos y conforme iban las ratas abandonando el barco mientras éste se hundía a la velocidad de la luz, mi fascinación por la figura del que fuera hijo adolescente asistiendo a la "humillación" de su padre crecía y crecía. "No se atreverá...". Y lo hizo. Adolfo Suárez Illana se sumó a la cadena de traidores y apuñaló a Casado, el mismo que volvió a darle un voto de confianza con cargos importantes en el PP tras la sacudida electoral que le pegó José Bono en Castilla-La Mancha cuando se presentó en 2003 como candidato del PP manchego contra el todopoderoso barón socialista. "No es nada personal", tuvo el valor de decir sobre el ¿amigo? y compañero despellejado el hijo del expresidente apuñalado, Suárez Illana, una figura política absolutamente prescindible que, a la vista está, no ha aprendido nada de humanidad y lealtades y mucho de traiciones.

¿Cómo vamos las personas a creer en partidos dirigidos por autómatas que se apuñalan sin piedad por intereses de poder, sea interno o externo? ¿Qué tipo de gente van a atraer los partidos si lo que nos muestran es la más absoluta de las crueldades contra un dirigente acorralado? Y dicen que Vox sube en las encuestas, ¿pero cómo no va a subir si los partidos no son capaces de gestionarse a sí mismos si no es matándose impúdicamente mientras la antipolítica se frota las manos?


Es imposible disociar la imagen de Casado abandonando el hemiciclo del Congreso en la sesión de control de este miércoles mientras se desangraba con la de un partido cada vez más carcomido por la corrupción y la falta de ética política, cuya única obsesión es la de aplaudir a Alberto Núñez Feijóo ahora, como en su día aplaudieron a Casado y apuñalaron a Feijóo, convocando unas primarias e impidiéndole venirse a Madrid como sucesor de Mariano Rajoy por aclamación y sin oscuros dosieres sobre nepotismo, regalos cuestionables o temibles amistades.

El partido de Casado -lo sigue siendo mientras escribo estas líneas, 00:22h- es heredero del partido (o aquella coalición improvisada) del expresidente Suárez. El comportamiento del hijo de éste, Adolfo Suárez Illana, es el mejor ejemplo de la crueldad de la política, una violencia que se especializa con el tiempo, a la vista está. Ni siquiera Luis Bárcenas, epítome de la corrupción del PP incluso según el PP, salió del partido como están sacando a Casado, a trozos y con un ensañamiento inédito, también para el torero Illana.

Feijóo es, probablemente, el político más inteligente del PP en estos momentos, quizás desde hace bastante años. La moderación que le achacan, tan trabajada durante años en Galicia, y su aparente tranquilidad ocultan un control absoluto de los hechos y una libreta estratégica, de luces medias y largas, donde sus colaboradores de siempre apuntan cada movimiento de quienes les rodean. Todos en todas partes, y no tiene compasión. La bomba nuclear que no hay en Ucrania y a la que se refería José María Aznar mirando a la calle Génova no ha sido la colisión sin precedentes de Casado con Isabel Díaz Ayuso, sino la que están por detonar, en su caso y más adelante, Feijóo y Ayuso. Y el barón gallego lo sabe. Alea iacta est.


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