He intentado despegarme de la pantalla estos días por la saturación de información e imágenes de la guerra en Ucrania, pero reconozco que me está resultando complicado. De hecho, ni quería hablar hoy de ello, pero no tengo la cabeza en otro sitio, y cada tema que se me ocurre me resulta hasta incómodo viendo lo que está sucediendo.
No quiero hacer tampoco ningún nuevo análisis geopolítico sobre este asunto, ya que muchos otros periodistas y analistas que conocen mucho mejor el terreno y los juegos entre potencias ya lo han hecho. Vengo a hablar de la dificultad, a pesar de todo, de informarse más allá de los medios generalistas y las cadenas oficialistas de uno y otro bando. Y de poder encontrar información fiable, esquivando las noticias falsas que desde todos los frentes disparan siempre y algunas llegan a alcanzarnos. Lo grave es que lo hagan las grandes cadenas, porque estos días hemos visto más de un ejemplo que resulta sonrojante aunque no sorprenda. El uso de imágenes de un videojuego y de una explosión en China por parte de una cadena española como si fuesen imágenes de guerra; entrevistas a ‘voluntarios’ que posan ante banderas de grupos de extrema derecha o a entrañables ciudadanos con vínculos neonazis sin hacer mención a ello; o mostrar a una familia del Donbas huyendo hace unas semanas de los bombardeos ucranianos como si fuesen ucranianos huyendo de los rusos, por ejemplo. Estamos ya acostumbrados a las mentiras y a la desinformación, y más en tiempos de guerra, cuando el sesgo de confirmación funciona mejor que nunca.
He tratado de contactar con amigos rusos y ucranianos para entender un poco mejor el conflicto desde abajo, a través de gente cercana que conocí hace años y que pertenecen a movimientos sociales de izquierdas, algo realmente jodido en ambos países a día de hoy. Los antifascistas rusos llevan unos años complicados, sobre todo desde 2017, cuando varias operaciones policiales previas al mundial de fútbol y a las elecciones presidenciales barrieran a gran parte del movimiento. El caso Network contra un grupo de antifascistas fue sonado, y obtuvo muestras de solidaridad en España. También por la violencia de los neonazis, muchos de estos relacionados con el crimen organizado, que ya se han cobrado la vida de varios de ellos. Más recientemente, la policía detuvo a 80 antifascistas en Moscú cuando celebraban un torneo de artes marciales en 2019 en recuerdo de su compañero Ivan Khutorskoy en el décimo aniversario de su asesinato a manos de neonazis.
Y en Ucrania, imaginad lo jodido que es ser antifascista. Un país donde los neonazis campan a sus anchas, y hasta tienen su propia milicia armada que patrulla las calles de Kiev, como contó en 2018 Descifrando La Guerra, y más recientemente el diario El Mundo, poco sospechoso de estar al servicio del Kremlin. Tras el Maidan, muchos izquierdistas fueron cazados por los ultraderechistas que lideraron el golpe. O peor, asesinados y quemados vivos con absoluta impunidad, como pasó en la Casa de los Sindicatos de Odessa en 2014, cuando los neonazis dejaron a su paso cerca de cincuenta muertos. Por no hablar del Donbas, porque no lo olvidemos, la guerra que hoy se extiende por Ucrania, empezó hace 8 años allí, y ni los medios ni el No a la Guerra estaban presentes.
Con los sucesos y el golpe del Maidan hubo también cierta controversia con el papel de la izquierda. Una parte de esta participó en las protestas entendiendo que el gobierno estaba podrido de corrupción y que todo mejoraría, obviando que las tensiones geopolíticas y la supremacía de los grupos ultraderechistas llevarían a la nueva Ucrania por otros derroteros. No es nada fácil prever qué ocurrirá si derrocas un gobierno, cuando la correlación de fuerzas no está de tu parte, y mucho menos cuando la mano invisible de las potencias extranjeras anda tocando ciertas teclas para que acabe sonando la canción que más le gusta. Y así fue, queramos o no, cómo Ucrania terminó en manos de presidentes que recibieron todo el apoyo de EE.UU y la UE, prohibieron el partido comunista y siguieron bombardeando el Donbas.
Una compañera de San Petersburgo marchaba hacia una protesta contra la guerra cuando la llamé. Hubo cientos de detenidos. Al día siguiente me devolvió la llamada, y me estuvo explicando que lleva días en contacto con un compañero ruso, un militante antifascista, al que la guerra le ha pillado en Kiev, junto con otros compañeros ucranianos. Y es que más allá del relato oficial, muchísima gente de ambos lados mantiene estrechas relaciones, no solo personales, sino también políticas. Es normal que los militantes antiautoritarios se unan más allá de sus fronteras. El internacionalismo de toda la vida, vamos. Ahora sí, conscientes de los juegos geopolíticos que se cuecen en este asunto, tan solo tratan de salvar su vida como bien pueden.
Por esto, la retórica ideológica de esta guerra les asquea. Saben que Rusia la usa como excusa, y llaman a que esa supuesta desnazificación que promulga Putin empiece por la propia Rusia, donde sigue habiendo neonazis y ultraderechistas de todo pelaje, y algunos con buenas relaciones con el poder. Como el propio Putin, que nunca ha escondido sus buenas relaciones con líderes de la ultraderecha europea como Le Pen, Salvini, Orbán o la ex ministra de Asuntos Exteriores austriaca, Karin Kneissl, del filonazi FPÖ, a cuya boda acudió el mandatario ruso en 2018.
Ucrania no es ningún territorio amable por ser cercano a Occidente. Todo lo contrario: tanto Europa como EE.UU han permitido que el país se haya convertido en lugar de peregrinaje y entrenamiento militar para neonazis y fascistas de todo el mundo, como ya advertí en otro articulo hace unas semanas, y como advertían hasta los propios medios europeos y norteamericanos. Por mucho que el presidente sea judío, y que las fuerzas políticas de extrema derecha tengan poco apoyo en las urnas, las calles son suyas. Y están armados y amparados por el Estado, por la OTAN y por la UE.
Roger Suso explicaba cómo se están situando la extremas derechas ante este conflicto en un imprescindible artículo publicado recientemente en la Directa. No se equivoquen. Nazis hay en todas partes, también en Rusia, y no es excusa la impunidad de la que gozan en Ucrania para justificar lo que está pasando. De hecho, Putin no invade Ucrania por eso, por mucho que así lo cacaree mientras mete en la cárcel a antifascistas rusos. Tampoco lo hace por la gente del Donbas, que lleva 8 años soportando las bombas y los ataques del ejército y los paramilitares ucranianos ante la pasividad del mundo entero. Aunque cesen los bombardeos sobre este territorio, el Donbas es una excusa más, que bien lo agradecen sus habitantes, sin duda, pero que, como Crimea, forma parte del risk en el que juegan unos y otros. Conocidos que han estado allí me han contado de primera mano el terror con el que vive su población desde 2014 bajo las bombas ucranianas, con cerca de 14.000 muertos, entre civiles y combatientes, ante el silencio y la complicidad internacional a pesar de los constantes informes de la OSCE al respecto desde hace años.
Y ahora imaginad el papelón de los ucranianos que repudian a los nazis e incluso que los confronta como puede, ante la invasión del país por parte de una potencia extranjera. Yo llevo días dándole vueltas, tratando de informar como puedo de lo que considero importante, sin perder de vista a la gente, al pueblo, al que de verdad sufre las consecuencias de estos juegos entre poderosos, y más allá de las causas que nos han llevado hasta aquí. Estos análisis se los dejo de momento a otros. Yo prefiero escuchar a la gente, al anarquista ucraniano con el que he hablado y está escondido en un bunker en Kiev. Y a mis amigos y otros periodistas que han estado en el Donbas varias veces llevando ayuda humanitaria cuando a nadie le importaba una mierda esa guerra. A ellos, y al resto de activistas antifascistas de varios países que fueron en la caravana humanitaria, el estado ucraniano los acusó de terroristas y pidió su detención, tan solo por mostrar su apoyo a la población civil e ir a conocer sobre el terreno la guerra que nadie quiso ver y que hoy ha estallado en todo el territorio.
Como ellos y ellas contaron en un articulo titulado ‘Yo estuve en Ucrania, y te están mintiendo’, las guerras no las hacen las historias individuales, es verdad, sino que deben situarse en la historia y en el análisis geopolítico, porque nada hay más colectivo que las guerras. Yo no me atrevo a aventurar lo que sucederá, pero antes de realizar el análisis geopolítico que bien han hecho otros ya, algunas pequeñas historias ayudan a dejar de ver esto como una película. Como bien dicen en citado artículo estas personas que estuvieron allí, solo los imbéciles y los fascistas como Marinetti (que decía aquello de que la guerra es bella) pueden idealizarla.
Comentarios
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