Dominio público

¿Qué nos jugamos en la Cumbre de la OTAN?

Ruth Ferrero

Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM

¿Qué nos jugamos en la Cumbre de la OTAN?
La base militar de Adazi, a veinte kilómetros de Riga, la capital letona, acoge desde 2017 el Grupo de Combate Multinacional de la OTAN en el que España contribuye a la defensa del flanco oriental de la Alianza y a la labor de disuasión aliada frente a una Rusia cada vez más agresiva, más aun tras haber invadido Ucrania.- EFE

Lo próximo días 29 y 30 de junio se celebra en Madrid la Cumbre de la OTAN. No se trata, además, una cumbre cualquiera. Aproximadamente cada diez años la organización euroatlántica se reúne en pleno para determinar cuál será el concepto estratégico sobre el que se trabajará durante la siguiente década. Si echamos un vistazo a las informaciones sobre esta reunión en los meses previos a la invasión rusa de Ucrania, lo que encontramos son propuestas que se centraban, en palabras del propio presidente del Gobierno, en "reforzar la responsabilidad de la Alianza en el ámbito de la seguridad humana, abarcando aspectos como la lucha contra el cambio climático y asuntos relacionados con la mujer, paz y agenda de seguridad, que serán cruciales para la seguridad y la estabilidad en las próximas décadas",  además, claro, de recordar que en este año se cumplen los cuarenta años de la creación de esta organización internacional.

Parecía complicado encontrar un concepto estratégico lo suficientemente potente como para impulsar de manera clara el proyecto de esta organización, creada durante la Guerra Fría con el objetivo de frenar el expansionismo soviético, como herramienta defensiva frente al Pacto de Varsovia, organización también militar en torno a la URSS y sus aliados. Desaparecida esta última, el sentido de la existencia de la OTAN era bastante cuestionable y, por tanto, para no desaparecer, tuvo que reinventarse y buscar una utilidad a tanta inversión, diplomática, económica, militar, como se había hecho. Y a buscar su razón de ser se le llamó concepto estratégico, el documento político más importante que se produce en el ámbito de la OTAN. En ese documento se analiza el contexto de seguridad, se identifican amenazas y desafíos y se propone cómo afrontarlos.

Así que en la redacción de los distintos conceptos estratégicos publicados desde la la disolución de la URSS, se buscaba precisamente encontrar la manera de sobrevivir. Hasta el nuevo concepto que se aprobará en Madrid este año, y desde los años 90 ha habido dos, la de Washington de 1999 y la de Lisboa de 2010. En Washington quedó reflejado de manera evidente la emergencia de un mundo unipolar sostenido en la absoluta hegemonía en lo tecnológico, en lo militar y en lo económico, de EEUU, aunque hay quien dice que de Occidente, en fin. De esa época es la primera ampliación de la OTAN que incorpora a Hungría, Polonia y la Rep. Checa, y también de entonces es la operación, justificada por razones de tipo humanitario y que se lanzó sin el respaldo del Consejo de Seguridad, efectuada sobre el territorio de Serbia y que comenzó el 24 de marzo de ese año. Esa operación cuestionaba dos de los principios esenciales de la propia organización, la primera, desafiaba el principio de intangibilidad de las fronteras, la segunda, quebraba el principio de alianza defensiva y se posicionaba como fuerza de intervención.

En Lisboa, unos años más tarde, en 2010, se daba continuidad a la anterior y centraba su estrategia en temas como la defensa colectiva, la gestión de crisis y la gestión cooperativa. Y todo ello en un contexto que algunos autores han denominado  "superávit de poder acumulado" por EEUU y gracias al que la potencia hegemónica había enviado misiones misiones fuera del área delimitada  por el propio tratado euroatlántico, como las que vimos en Irak y, sobre todo, en Afganistán, en 2001 y 2003, y que continuaron con posterioridad en Libia o Siria, por dar algún ejemplo, estas misiones siempre fueron justificadas como misiones de gestión de crisis o como trabajos de estabilización.

Y la cumbre de Madrid estaba pensaba para dar continuidad a esa línea de trabajo, si bien se llegaba a ella en unas circunstancias muy delicadas como consecuencia de la salida de las tropas norteamericanas de Afganistán durante el verano de 2021. Fue entonces cuando la OTAN mostraba su debilidad y su ineficacia en el cumplimiento del concepto estratégico que se había marcado. No sólo no gestionaba de manera adecuada las crisis, solucionándolas o apaciguándolas, sino que, además, dejaba una situación en el terreno peor de la que había encontrado.

Pero durante el invierno de 2022 todo cambió, y Putin ofreció en bandeja de plata a Washington, la oportunidad de reforzar su posición, de ampliar sus territorios, y, sobre todo, de ofrecerle la ocasión de volver a sus postulados iniciales, defenderse del expansionismo, ahora no soviético, sino el ruso. Pero además se llega a Madrid en una situación internacional que ha cambiado por completo. Las tendencias geopolíticas que se apuntaban ya en 2019, el pujante ascenso de China como potencia que rivaliza con EEUU en tecnología y crecimiento económico, se acentuó durante la sindemia de la covid-19. Estábamos volviendo a un nuevo contexto en el que se comenzaban a configurar dos nuevos bloques y que desafiaba de manera clara toda la arquitectura geopolítica, pero también las alianzas, que se habían ido tejiendo bajo el indiscutible liderazgo norteamericano desde los años noventa. Y de esta rivalidad sistémica era de lo que quería hablar Washington en Madrid, de eso y de cómo sus aliados europeos iban a colaborar en el mantenimiento de su hegemonía.

Ahora hablarán de ello también, pero lo harán en unos términos que nada tienen que ver. La guerra en Europa lo ha cambiado todo. La UE ve lo que sucede en su frontera oriental como un desafío existencial, y si antes insistía en ser de Venus, mientras veía a EEUU como de Marte, ahora ha cambiado de opinión. Ser poderosa ya no consiste en la exportación de un poder normativo que ha demostrado no servir para sus fines de convertirse en gran potencia. Ahora hay que aumentar el gasto en defensa y en seguridad porque lo que toca no es la gestión de las crisis, sino que hay que recuperar la defensa colectiva y la disuasión, y para eso la estrategia fundacional de la UE no sirve. Las profundas divisiones que está dejando la guerra en Ucrania entre los Estados que apoyan una mayor beligerancia y los que apuestan por el apaciguamiento, coinciden casi milimétricamente con aquellos países que nunca ocultaron su preferencia atlantista, y los que han demostrado dudas a lo largo de la historia.

Por tanto, en la Cumbre de Madrid, además de debatir sobre la oportunidad o no de continuar con el suministro de armas, cada vez más ofensivas, a Ucrania, también se decidirá el rumbo a tomar en relación con la construcción de sociedades más enfocadas a la seguridad y la defensa impulsando la disuasión. La cuestión será si en este contexto de competencia estratégica con China y de guerra abierta con Rusia, la UE está decidida o no a poner encima de la mesa y en diálogo con Washington, la necesidad y la voluntad de avanzar en un proceso de autonomía estratégica europea propio que se construya en colaboración, pero no en subordinación, con los objetivos estratégicos de EEUU. Y, sobre todo, que sea capaz de recordar el motor que puso en marcha todo el proyecto, y este es el de la ausencia de guerra, la paz.

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