Dominio público

La beata

Ana Pardo de Vera

Es probable que el pueblo británico le vengan bien estos días de llanto, boato, luto y desconexión por la segunda monarca que más reinó en el mundo, después del francés Luis XIV, que enterró a su hijo y a su nieto y hubo de sucederle su bisnieto. Reino Unido vive tiempos convulsos con una crisis política y social que va desde el desmadre del exprimer ministro Boris Johnson y su brexit engañabobos a la sequía asfixiante que cuartea al país, por lo que la muerte de Isabel II viene a distraer al pueblo inglés de lo que es para llevarlo por unos días a lo que fue.

En la larguísima ceremonia que conlleva la desaparición de la reina, solo falta su beatificación en Roma. Siempre decimos que en España enterramos muy bien, ahora confirmamos que también a los extranjeros que ni siquiera son ya de la Unión Europea: hemos llegado hasta el sonrojo de montar un luto oficial en la Comunidad de Madrid (Isabel II visitó Madrid en una ocasión, en 1988, cuando realizó su única gira por España de siete días) y en Andalucía (en su gira, la monarca recaló también en Sevilla). La verdad es que lo del sensato Juanma Moreno no lo vi venir.

Isabel II ha sido una gran reina porque ha sido capaz de mantener el sentimiento monárquico del pueblo inglés pese a las graves crisis que ha atravesado esa familia que también en el ceremonial nos va deleitando el colmillo con sus desencuentros a lo Sucession (HBO), como recordaba Martin Bianchi en Twitter. Nadie imagina una despedida similar a Juan Carlos emérito en España, por bien que se nos den las tales, aunque una diferencia nada desdeñable entre la monarquía británica y la española es que aquella trae algo de cash a los ciudadanos con sus cosas pintorescas y la nuestra nos lo quita. Ni siquiera hay tazas de Felipe VI y Letizia que vender en las tiendas de recuerdos madrileñas.

Una compañera del gimnasio y yo, sentadas en nuestras máquinas respectivas, mirábamos el sábado pasado la televisión sin movernos, ni parpadear, y ella se preguntaba en voz alta: "¿Pero en qué siglo estamos?". Da igual lo republicanas que nos declarásemos, las dos habíamos abandonado nuestro entrenamiento para caer en la red de la fascinación por esa pompa desbordante, antigua, delirante y un punto sádica (¿Cuánto dinero tienen ahí metido?)


Ansiolíticos para el pueblo en forma de carrozas, caballos engalanados e impertérritos soldados de la guardia real mientras el brutal colonialismo inglés, de la que Isabel II fue ferviente defensora y si hubiera podido, conservadora, queda relegado al segundo plano. La corrección británica -con permiso de Boris Johnson- llamaría grosera a esta plumilla por recordar en pleno luto real la salvaje represión, esclavitud y muerte que el imperio británico llevó a cabo en los territorios que invadió, desde India a Kenia. La reina nunca tuvo una palabra de arrepentimiento para las millones de víctimas del racismo, el odio y la avaricia inglesa; al revés, todo se fue en el afán oscurantista de la Corona británica y muchos de sus gobiernos, que, por ejemplo, admitieron el genocidio Mau Mau en Kenia (no en estos términos) solo porque no les quedaba más remedio al desclasificarse documentos ocultos.

¿Cómo no ser republicana con estos reyes y reinas que representan la añoranza imperialista y los momentos más vergonzosos de la historia de países que invadieron el mundo, encima, como si le hicieran un favor? Dicen del imperialismo de Putin con Ucrania, pero Isabel II podría ser beatificada con gran alborozo de monárquicos y monárquicas del mundo sin tener en cuenta los crímenes del imperio, su imperio añorado y nunca condenado Como en España. Claro que a Juan Pablo II también lo beatificaron pese a sus crímenes callando la pederastia en los templos católicos y otras barrabasadas, por usar un término en consonancia con la casa. Imperio británico, español y Vaticano: Dios los va salvando.

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