Estoy esperando a que sean las 9 am para llamar al 021, el teléfono gratuito que fue activado por el Ministerio de Igualdad a raíz del "incidente" con el futbolista Vinicius para atender a víctimas de discriminación. Me animé a llamar porque vi que hablaban de denunciar vía fiscalía que por enésima vez al jugador del Real Madrid le habían gritado "mono vete a recoger plátanos" en pleno partido. Sus palabras estaban siendo analizadas en los medios, sobre todo la frase en la que afirma que España es un país racista, lo que desató la histeria de los racistas y vimos cambiar la excusa ya tan conocida por las feministas: "No todos los hombres", por la de "no todos los españoles".
— Buenos días, ¿en qué puedo ayudarte?
— Me animé a llamar porque vi lo del futbolista...
La verdad es que quería saber, sin demasiadas esperanzas, en qué consistía la lucha contra el racismo en este país, qué podían hacer por mí y por otres, porque he recibido muchos insultos racistas en mi vida aquí y en mi país y en las redes, mucho peores que mono, aunque también me han dicho mona, lo he denunciado y sigue pasando. Así que ahora estoy hablando con el 021 para contar que hace un par de meses acudí a una comida en casa de unas grandes amigas porque se celebraba un encuentro entre mujeres feministas de izquierdas, es verdad que por ahí andaban varias políticas y autoridades del mundo de la Igualdad de género, racial y étnica de Madrid pero, para qué nos vamos a engañar, también solo el 2% de las asistentes no éramos españolas.
Estaba yo en un aparte conversando animadamente con algunas de ellas. Ya se habían ido algunas ministras y diputadas, cuando una mujer empezó a hablar de Juan Marsé y de su literatura. Yo me encendí un piti y comenté displicente que estaba un poco aburrida ya de hablar de escritores hombres y sus grandísimas obras, porque es a lo que nos hemos dedicado media vida, más aún cuando estábamos en una reunión de feministas donde podríamos hablar de otras cosas, por ejemplo, no sé, de mis libros.
A la señora se le veía algo incómoda con mis comentarios. Así que trató de convencerme de que el talento no tenía género y que ella estaba hablando de Marsé, nada menos que de Marsé. Ante su insistencia para que yo reconociera la valía de Marsé, le dije que sabía perfectamente quién era Juan Marsé pero que me la sudaba Marsé, que no me apetecía hablar de Marsé y echarle flores a Marsé justo hoy que estaba con amigas. Entonces sí, ya presa de la incredulidad y la indignación, respirando con dificultad, roja de rabia, la señora se volteó a mirarme, levantó la voz sentenciosa: "Estás hablando de la mejor literatura en español", y estalló con un grito sobrecogedor que se escuchó hasta Perú: "¡No sabes lo que dices... panchita de mierda!"
No sé si fue porque estábamos departiendo en la cocina de la casa, no sé por qué me refiero ahora a ella como "señora", cosas del colonialismo, pero esta escena es real y, lo que es peor, no me sorprendió tanto. Las compañeras que nos rodeaban la interpelaron. "Se me fue la olla, me pasé, yo no soy racista, es como si a ti te gritara gorda de mierda", dijo mirando a una compañera grande. "No aclare que oscurece", dijo mi amiga colombiana. Yo grité: ¡También gordofobia! En fin, le explicaron que para quedarse tenía que pedirme perdón. Volvió al borde de la lágrima a pedirme perdón pero cuando quiso darme un abrazo le dije que acepto sus disculpas pero que no quiero su abrazo, ella insistió y se acercó demasiado. Le dije: "No me toques, por favor". Pero no pudo aceptar mi rechazo. Hay gente que no sabe lo que es el rechazo de una panchita, que no ha probado uno en su vida y en una cocina, además, se vuelve más oscuro. Pues ella lo probó. Desesperada miró a las demás diciendo: "Es que esta hija de puta no me quiere perdonar". Entonces habló otra mujer blanca pero esta muy hermosa y sentenció con su martillo: "Has convertido este espacio seguro en un espacio inseguro y eso necesita de una reparación, si no te quiere abrazar te lo comes y te vas". Yo le dije a la racista: tú no has leído a Marsé en tu vida. Y tuvo que irse.
Ustedes dirán: ¿pero si estabas en un espacio feminista, solidario, medioinstitucional, antirracista, ¿cómo pudo pasar que te gritaran panchita de mierda? Pues pasa, pasa. Como ocurre en el metro todos los días, en la calle o en los estadios de fútbol o en las comidas de los viernes. La respuesta ante el racismo en el mainstream, en la puertas del Congreso con los micrófonos de la prensa en la boca, la reactivación de teléfonos de ayuda parecen reacciones de rechazo inmediato, eficaz, pero también de fachada, buenismo y salvacionismo fugaz. Lo lindo es que esta vez se metió a España y por eso la polémica está durando, hasta que nos vuelvan a olvidar, o sea mañana. Ay, recuerdo cuando en Perú inventamos el eslogan "Perú, país de violadores" por las más de 30 violaciones sexuales que se perpetran al día, el 80% a niñas y la respuesta fue, claro, "Perú no es un país de violadores, porque no todos los peruanos". Bueno, Vinicius dijo España y entonces se montó la de Dios, vimos salir a los fachas que ya sabemos que lo único que no saben hacer es fingir. Así funciona el racismo, al racismo le sigue más racismo.
–¿Sigue en la línea? Yo no veo visos de que prospere esta denuncia porque es un insulto lanzado en un espacio privado. Los insultos están despenalizados en España desde 2015. Insultar a alguien en un ambiente privado no es un delito. En una red social, que puede ser retuiteado miles de veces para alentar el odio, se puede estudiar. Es una cosa que forma parte de la mala educación de la gente pero si va a la Policía se van a reír en su cara. Claro que está el agravante del insulto, que es el racismo, pero las ideas no son ilegales, existe un partido como Vox con ideas racistas y sin embargo no se puede ilegalizar como partido. Igual déjeme consultarlo.
–¿El mío entonces no es un delito de discriminación y el de Vinicius sí?
–No quiero quitarle gravedad a su denuncia, le doy mi cariño y empatía. Está bien que la haga e irá a las estadísticas. Porque es una injusticia, por eso combatimos el racismo, pero en la categoría de incidentes esto sería menor. Hay una Ley del Deporte que prohíbe esas actitudes, lo que ocurre en el entorno futbolístico llega a muchos niños y se hace muy abiertamente y genera que la gente piense que el racismo está normalizado.
Dicen que el racismo en España ya no está normalizado como antes porque hay personas, gobiernos, instituciones conscientes que lo denuncian. Pero hasta quienes lo sufrimos lo normalizamos. Nos endurecemos para que la próxima vez ya no duela tanto, pero siempre hay una próxima vez que duele.
El otro día descubrí en la casa de un amigo de un amigo, que tiene alrededor de 50 años, un muñeco gigante de Conguito y no pude evitar destrozarlo. El dueño del Conguito me ha cancelado. Dice que era un recuerdo de su infancia.
Si las personas víctimas de racismo no denunciáramos cada día, el tema ni siquiera saldría en los medios o redes. Pero las denuncias son ínfimas respecto al número de agresiones. Es una lucha picapedrera. Y aún cuando nos atrevemos a contarlo también nos aleccionan: nos recuerdan que hay una hoja de reclamaciones en el restaurante, hojas de atención al paciente en los hospitales, herramientas administrativas o jurídicas para denunciarlo de las que no estamos haciendo uso porque, bueno, nos gusta sufrir o no sabemos leer. Y nunca faltan los reproches: debiste hacer más, no debiste permitirlo. No te victimices, empodérate.
Y eso es "solo" el día a día de muchxs, el de las identificaciones por perfil racial, los casting racistas para alquilar vivienda, la venta y reivindicación de los conguitos como producto nacional, el racismo contra nuestros hijes en los colegios y los panchitas de mierda, y los insultos para negrxs, morxs y gitanxs. Porque esas son apenas algunas de las manifestaciones del racismo estructural, eso que hace a España racista: un sistema que mantiene a Marlaska en el poder pese a su responsabilidad en la masacre de Melilla y posterior impunidad; que hasta ahora no aprueba la ILP RegularizaciónYa o que otra vez no pudo sacar adelante la Ley contra el racismo en la legislatura más igualitarista de la historia.
–Si un restaurante, digamos, peruano, de alta cocina, te niega la entrada, tienes derecho a denunciarlo porque es un delito, es un espacio público cometiendo un acto racista.
–¿Y si te niegan el ingreso al país?
–Para entrar a cualquier país hay que presentar una documentación. Si eso es racismo o no es racismo es otro tema, pero este es un servicio gubernamental y actuamos dentro de la ley.
–¿La ley de Extranjería, dices?
–¿Qué es lo que usted quisiera, entonces, reparación, mediación...? Me cuenta que el entorno en el que estaba reaccionó como es debido y que quien le dijo Panchita fue amonestada. ¿Contra quién quiere poner la denuncia entonces?
–Contra España.
Comentarios
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