Dominio público

Interno 317, causa de la muerte: suicidio

Jairo Vargas

Periodista de Público

Interno 317, causa de la muerte: suicidio
Capturas de las grabaciones de las cámaras de seguridad del CIE de València durante el aislamiento que terminó con el suicidio de un joven marroquí en julio de 2019. — CAMPARA CIE NO DE VALÈNCIA

Este relato de Jairo Vargas es una de las historias recogidas en el libro 'Hoy estamos aquí. Catorce voces atravesadas por la Ley de Extranjería, la desinformación y el racismo', publicado por la ONG Inakwa.

¿Qué te pasa, Maroune? Hace casi una hora que no te mueves. Hace mucho calor, lo sé, pero llevas en el suelo ya un buen rato. Es que no has movido ni las manos ni las piernas desde que te han lanzado ahí dentro como a un saco de patatas. Respiras, porque veo el sube y baja aletargado de tu torso. No sé si has dicho algo, yo no puedo oír. Yo solo veo a través de este cristal que, por cierto, está medio tapado. Tampoco puedo hablar, ya lo sabes. Mi fría mirada y yo somos tu única compañía. Te sientes solo, claro. ¿Cuánto tiempo llevas en este sitio? No lo sabes, ¿verdad? Ni hasta cuándo. Yo no puedo oír, pero lo sé todo: lo que hay en tu cabeza y lo que había en las cabezas de otros como tú a quienes también les hice compañía en su momento. Pasáis demasiados por mi vista en blanco y negro. Aquí solo se dura sesenta días como mucho. Luego se sale. No te puedo decir adónde. Si estás aquí dos meses, seguramente salgas a la calle, a la intemperie de este país que no es el tuyo, de esta ciudad a la que no llegaste. ¿Por cuántos sitios has pasado desde que bajaste de esa barca? CATE, juzgado, comisaría, autobús. ¿Alguien te ha hablado en tu idioma? ¿Te han preguntado cómo estás? ¿Te han contado lo que ocurre? No, ya sé que no. Hay miles como tú. Decenas de miles cada año. Eres otro nadie atrapado en el circuito. De hecho, aquí solo yo te llamo Marouane. En realidad, solo yo te llamo de alguna manera. Pero en los papeles tu nombre es otro. 317. No hace falta que te lo tatúen, eso queda un poco antiguo. Además, para qué, si aquí nadie llama a nadie ni por su número. Pero tú eso ya lo sabes.

Bien, Marouane. Veo que mueves las piernas. ¿Qué ha pasado? Te has acordado de ella, ¿no? No avisaste ni a tu madre, la pobre. Se lo imaginaba, claro. Ella siempre lo supo, pero había un pedazo dulce en esa duda y ella ha querido masticarla lentamente, todos estos días. Luego fue amarga tu ausencia. No en la casa, más pobre que humilde, sino en el vacío que flotaba en el aire, en tu teléfono móvil fuera de servicio, en la nada absoluta que eres ahora mismo para todos. También para ti. Por eso no quieres ni moverte. Pero ponte en su lugar. Semanas sin saber de ti y de repente le suena el teléfono. Que estás muy mal, que te saque de allí, por favor, mamá, que no aguantas más toda esta negrura. Como si ella supiera de qué le hablas, de qué le hablan, mejor dicho, esas voces de este lado que ella nunca ha escuchado antes. Menos mal que por lo menos dejan que os visite esa gente. Alguien que se preocupa, quién sabe por qué. Tú no lo harías, claro, pero es que tú tienes mucho de qué preocuparte. Sin futuro todo es aire, y del aire no se vive, eso siempre lo has sabido, por eso te fuiste así y por eso ahora estás aquí, hecho una pena.

¿Te duele mucho? Ha sido una buena paliza, eso es cierto. Te han dejado la cara como un cuadro, como un atardecer violento, del séptimo color del espectro solar. ¿Te acuerdas? ¿Cuánto hace que no ves el sol? Me refiero al de verdad, no al que entra ese ratito que os sacan al patio cada día. Ahí solo miras al suelo, claro, no vaya a ser que algunos ojos tiñan los tuyos de morado, por lo que sea. ¿Qué les hiciste? ¿Les dijiste algo? Qué más da. Todo es absurdo; como esta espera, como tu viaje.

Por cierto, que si sales antes de dos meses es solo porque te vas de vuelta. Sí. No, no tienes que pagar nada, no tienes que buscarte la vida, ni ahorrar ni pedir prestado ni buscar al manijero de las barcas ni echarte al mar ni encomendarte a Dios. Dios no existe aquí dentro. No tienes que hacer nada, solo esperar, y ni siquiera mucho, el viaje de vuelta es cortísimo, tan breve que se siente ridículo el esfuerzo que supone venir. Ya volverán esos, los que te han tirado aquí dentro como si fueras un monigote. Te dirán algo que no vas a entender, pero no es culpa tuya. Aunque hablaran en dariya tampoco entenderías por qué es gratis el viaje a la inversa ni por qué es tan fácil. No lo entiende mucha gente, aunque tengan la piel blanca. No lo entiende casi nadie, pero no lo saben, nadie les ha hecho la pregunta. Nadie sabe que estás aquí, tirado en el suelo de esta sala de aislamiento, que estás descalzo, asustado y deprimido, que te arrepientes ahora de todo, hasta de pensar que te arrepientes, porque si volvieras atrás harías lo mismo, echarte al mar, a la vida posible, a la imposible si es preciso.

Eso es, vamos, sal de ese letargo de plomo. No vale solo con un brazo, no tienes tanta fuerza, y menos ahora, que no has comido, que te han pegado. Venga, Marouane, la litera inferior está solo a un metro del suelo. Tiene un colchoncito. Ahí vas a estar más cómodo rumiando tu impotencia. Muy bien, apoya la rodilla, solo un empujón más, así, déjate caer, que te vean abatido. Antes se han asomado por la rendija de la puerta. Solo un segundo, para ver si te habías movido. Ellos creen que finges, que quieres dar pena, o dar el coñazo, que es lo que hacéis todos, molestar. Todo el día con quejas. Que si hay gusanos en la comida, que si hace calor en las celdas, que si te pegan en las duchas. Joder, ni que esto fuera una cárcel. Esto es un CIE, ¿es que no lo ves? ¿Acaso no hay diferencia? Sí, joder, claro que la hay. ¿Has visto aquí algún español? Pues eso.

¿Estás mejor así? No sé yo. A quién se la habrá ocurrido meterte aquí a ti solo. Si ya les avisaste después de la paliza. Que no estabas bien. Le pediste al compañero que pusiera las palabras en esa hoja de papel que le dieron al director. Él sabía algo de español, te lo había dicho, que llevaba aquí algún tiempo, pero sin papeles, que iba por la calle, que la Policía lo vio tan moro entre españoles que no tuvo escapatoria. También para dentro, y muy pronto, también fuera, que es muy fácil expulsar a los marroquíes, porque los Gobiernos lo tienen bien pactado. Y se te echó el mundo encima, claro, con lo que cuesta llegar, y tú ya no vas a poder volver, seguro. Otros tres o cuatro años guardando cuánto, ¿mil, dos mil, tres mil? Eso es imposible. Te van a echar, todo para nada. Y te han pegado. Y nadie te hace caso. Y ahora estás aquí solo. Espera, que viene alguien. ¿Qué te ha dicho? Yo es que no oigo nada. Tú tampoco, si es que no habla tu idioma. No parecía muy amable. Era el de antes, el que te lazó aquí dentro. Pero ya no lleva uniforme. Eso es que se va a casa. Te gustaría, ¿eh? Estar en casa ahora, con tu madre, con tu fracaso y todo, con el olor a menta del té recién hecho. Muy pronto, no temas, no falta mucho para que te manden para allá. Vaya derrota. Y sin poder volver, ni siquiera soñarlo. Buena condena la tuya. Al menos lo intentaste.

¿Adónde vas ahora? Pensaba que no podías levantarte. ¿Qué haces con la camiseta? No hace tanto calor. Ni lo pienses, ¿no ves que no hay altura? No vas a ser capaz. No lo hagas para dar la nota, que no hay nadie viéndote. Solo te miro yo. ¿Vas a hacerlo igualmente? Piénsalo un poco, que eso no tiene vuelta atrás. Ya sé, ya sé que tu vida tampoco. No pienses en ella ahora, si vas a hacerlo no pienses en ella. Sí, los tirantes están como tienen que estar, tirantes. Depende de ti, aquí no hay escabel, no hay silla que te aleje del suelo. Vas a tener que hacerlo todo, hasta el final, vas a tener que luchar también contra el instinto, contra la naturaleza humana que se agarra a la vida por muy miserable que sea. Estás decidido, ya lo veo. Estás convulsionando, te falta ya el aire, ¡venga! Queda muy poco y se acaba el sufrimiento, los sufrimientos, se termina todo. Ya está. Tú no lo sabes, pero yo te sigo viendo. No se ha enterado nadie. No todavía. Te dije que no estaban mirando, que no le importas a nadie. Cuarenta y cuatro minutos han pasado. Sigues colgado de la camiseta, y la camiseta de la litera de arriba. Ya vienen a verte. Te han dado unos golpes con el pie, para ver si estás vivo. Pero tú ya te has ido. Ahora. Ahora sí, llegan los sanitarios, te han tumbado en el suelo, intentan reanimarte, pero tú ya te has ido. A ti ya no había quien te animara mucho antes de que te quitaras la camiseta de muerte. ¿Cómo te llamabas? Ah sí, el 317.

En memoria de Marouane Abouobaida, fallecido en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Valencia el 15 de julio de 2019.

En memoria de todas las víctimas del sistema español de privación de libertad y deportación del Estado español.

En memoria de todas las víctimas de las fronteras españolas.

Más Noticias