Dominio público

Palestina arde y nuestra opinión da igual

Miquel Ramos

Periodista

Humo y llamas se elevan después de que las fuerzas israelíes atacaran una torre de gran altura en la ciudad de Gaza.- EUROPA PRESS/ Hashem Zimmo / Zuma Press
Humo y llamas se elevan después de que las fuerzas israelíes atacaran una torre de gran altura en la ciudad de Gaza.- EUROPA PRESS/ Hashem Zimmo / Zuma Press

Han pasado varios días desde que se volvió a incendiar Palestina. Se incendió y sigue ardiendo, literalmente, porque no cesan los bombardeos sobre Gaza ni los disparos ni las bombas, desde Rafah hasta la frontera con el Líbano. Aunque la historia termine con Gaza todavía más arrasada si cabe y miles de muertos más, el fracaso de Israel, de su maquinaria militar, y de su política, es evidente. Ya no por la acción militar de los nativos palestinos contra el Estado todopoderoso, sino por la cada vez más insostenible legitimidad de su propia existencia en los términos y en las condiciones en las que pretende permanecer.

No quisiera reescribir análisis históricos ya escritos que expliquen el origen del conflicto y su desarrollo a lo largo de todos estos años, ni enumerar las infinitas violaciones de la legalidad internacional que comete Israel desde su nacimiento. Hoy me llama la atención la cada vez más descarada defensa de lo indefendible en la que se han embarcado quienes creen que esta situación se puede mantener a base de seguir sometiendo a la población palestina a base de apartheid y bombas. Y la difícil digestión de los ataques de Hamás contra la población israelí por parte de quienes apoyamos desde Occidente el derecho a la resistencia de Palestina. La existencia de las redes nos permite acudir a medios internacionales y periodistas independientes, nativos o sobre el terreno, algo que no pasaba en las guerras y conflictos de décadas pasadas. Y es uno de los escenarios donde se libran hoy las batallas por el relato.

Decía un tuitero ayer que "la izquierda blanca demuestra una vez más que, contaminada por el discurso humanitario ONG y pacifista vacuo, no está preparada para aceptar un debate político serio sobre el precio de la descolonización, y articular una posición política de igual a igual con el sujeto colonizado". A los palestinos ya no les importa lo que pensemos de ellos en Occidente. Llevan años siendo la pobre víctima de la que se apiadan los buenos corazones que empatizan con su causa y con su dolor, viendo como son masacrados sin cesar. Pero fíjense en una cosa: no hay fisuras estos días entre los palestinos en la defensa de las acciones de las milicias palestinas, que son más de una decena, también laicas o izquierdistas como el Frente Popular, contra objetivos israelíes, sean los que sean. Nuestra opinión ni aporta ni cambia nada. Ni lo hará ahora ni lo lleva haciendo a lo largo de todos estos años en los que los palestinos resisten 'bien', sin casi víctimas en el bando israelí, sin armar mucho jaleo. Obviando constantemente que se trata de una guerra. Que hay una población encerrada, sometida y masacrada, y que todo conflicto político, todo proceso de descolonización y toda guerra es así de fea, por muy noble que sea su causa, y por mucho que nos espanten determinadas cosas.

Y por mucho que Hamás sea un actor que refuerce el relato israelí para Occidente y que lo haya reforzado para debilitar a la Autoridad Nacional Palestina, el pueblo palestino tiene entidad y experiencia propia para gestionar su propia política y reconocer o no a determinados actores. Por mucho que duela que sea una organización como Hamás quien haya ganado en Gaza. Es más fácil para nuestra conciencia pensar lo contrario y atribuir lo feo de la guerra a un demonio en concreto que asumir que las resistencias no son perfectas, algo que, por el contrario, parece haber asumido con enorme facilidad el bienpensante occidental con las milicias neonazis que operan en Ucrania y a las que armamos sin ninguna mala conciencia.


Por otra parte, cada vez más proisraelíes esgrimen sin esconderse, el argumento de que el apartheid, los constantes crímenes de guerra y la limpieza étnica es la única solución para mantener a Israel. Es la posición más honesta, sin duda. Es honesto reconocerlo, pero pocos se atreven. Tan solo hasta ahora los más ultras, en cuya sinceridad no hay ahorro para el racismo y el supremacismo, pero cada vez más acólitos de la causa ante la cada vez menos disimulada retórica de los mandatarios israelíes.

Una de las estrategias históricas de toda potencia colonial o de toda limpieza étnica ha sido siempre la barbarización del nativo, del colectivo a exterminar, casi despojándolo de humanidad para justificar así la propia colonización, el apartheid o el exterminio. La esclavitud de seres humanos negros que entonces decían que no tenían alma, o la imposible convivencia con los nativos americanos en su propia tierra, aficionados estos a cortar cabelleras o a sacrificar a su propia gente para ofrendarla a sus dioses. La necesidad de ser gobernados por los blancos porque ellos no saben gobernarse solos, como pasaba en Sudáfrica durante el apartheid y en el resto de colonias durante siglos. Y Occidente tiene, además de en las colonias, una más reciente y macabra muestra de lo que es deshumanizar a un colectivo, encerrarlo, despojarlo de todo derecho y exterminarlo de manera industrial: el Holocausto.

El supremacismo, ese germen que subyace en todo apartheid y en todo genocidio, se reproduce de forma más sutil en el relato general de los medios occidentales y su forma de abordar el conflicto. Cómo la violencia se convierte más fácilmente en noticia cuando la víctima es israelí. O cómo nos dan a conocer sus rostros, sus vidas y sus sueños de quienes han sido asesinados, mientras los palestinos mueren y sus historias pocas veces trascienden. Son cifras, y son demasiado habituales como para dedicarle a cada víctima un obituario. Y como, a pesar de la esporádica supuesta empatía por los palestinos y la comprensión a sus demandas (que no son más que se cumpla la legalidad internacional), se les exige que sean moralmente intachables. Algo que, por otra parte, los mandatarios israelíes nunca han pretendido ni siquiera aparentar, pues se saben impunes y respaldados por las potencias occidentales hagan lo que hagan.


En el año 2009 tuve la ocasión de visitar los territorios ocupados en Palestina. Los campos de refugiados, los checkpoints, las colonias israelíes y los escenarios del terror como Jenin o Hebrón. Recorrimos Cisjordania y nos reunimos con activistas palestinos e internacionales que trabajaban sobre el terreno documentando los abusos del ejército y de los colonos israelíes, así como los constantes incumplimientos de los acuerdos y de la legalidad internacional. Nos encontramos en Jerusalén a un grupo de activistas israelíes contrarios a la ocupación, y tratamos de conocer el conflicto desde dentro, también a través de ellos, a quienes una gran parte de la sociedad tacha de traidores.

Hace seis años, en 2017 entrevisté a Sara y a Tamara, dos jóvenes norteamericanas que formaban parte de If Not Now, un colectivo de judíos contrarios a la ocupación de Palestina. Habían protagonizado recientemente una acción de protesta contra AIPAC, el mayor lobby proisraelí de Estados Unidos. Esta nueva generación de jóvenes judíos había crecido mayoritariamente en el seno de familias sionistas, pero hace años que se había producido una fractura entre la comunidad. Algunos de estos jóvenes lo tuvieron claro tras visitar los territorios ocupados y ver con sus propios ojos lo que allí estaba pasando, y lo que hacían, además, en su nombre.

Estos días he visto que en sus redes han explicado que hay varias personas de su entorno que han sido asesinadas en los ataques de los milicianos palestinos. Igual que los ex militares de Breaking The Silence, que denuncian sobre el terreno las atrocidades del ejército y de los colonos. Todos ellos tenían conocidos entre las víctimas. Aun así, no han cambiado sus reivindicaciones. Tampoco la de varios periodistas y personalidades israelíes, que, ante tanto ruido y tanto dolor, siguen señalando las causas y a los culpables de todo esto más allá de quienes apretaron el gatillo.

Entender, interpretar, y señalar sus causas nunca es justificar. Condenar una acción y lamentarse puede curar un poco el alma, pero no soluciona el conflicto. Y a quienes nos importan todas las vidas, condenaremos cualquier muerte de un ser humano, pero continuaremos señalando las causas y a los responsables del conflicto y aportando soluciones no solo para que no vuelva a morir nadie más, sino para que los pueblos puedan ser también libres.

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