Pocos libros empiezan mejor que Viento común: corrientes afroamericanas en la era de la Revolución haitiana, de Julius S. Scott; una obra espléndida convertida en clásico, que se fija en los procesos de circulación intercontinental de noticias que condujeron al estallido de esa revolución que conocemos menos de lo que debiéramos, por motivos que no cuesta comprender. Es incómoda la memoria de la insurrección de Haití porque nos habla de la cara B, del reverso miserable, de las ufanas revoluciones europeas que son cimiento de legitimidad de nuestros regímenes liberales. La gesta de los jacobinos negros fue una hazaña de la ingenuidad, porque la ingenuidad puede ser revolucionaria; del tomarse al pie de la letra los textos rimbombantes de la Revolución francesa, con sus proclamas de libertad, igualdad y fraternidad de todos los hombres, y disponerse a aplicarlos en las colonias, colgando a sus amos. Y generó horror en insurrectos metropolitanos que corrieron a decir "no es esto, no es esto".
Pocos libros empiezan mejor, decíamos, que Viento común, cuya introducción es una breve historia, una sencilla estampa, que condensa por sí sola toda la esencia de aquella revolución. Ocurrió en el verano de 1792 en el puerto de La Rochelle, del que había de partir hacia Santo Domingo una cohorte de voluntarios, enviados a sofocar, en nombre de la revolucionaria Asamblea Nacional francesa, la gran rebelión de esclavos que había estallado en la isla. El general La Salle, que partiría con ellos, se encargó primeramente de inspeccionar a las tropas, fijándose con atención especial en las consignas que habían grabado en banderas y boinas, después de una escrupulosa deliberación democrática. Se trataba en general de animaciones al ardor guerrero y mensajes de orden. La bandera de uno de los batallones decía por ejemplo "Virtud en la acción" y "Permanezco vigilante por mi país". La Salle fue aprobándolas todas hasta que se fijó en una que le pareció inadecuada, elegida por el batallón Loira. Decía: "Vivir libre o morir".
El general no podía imponer sin más sus opiniones a una tropa en la que ardía el ideal democrático; debía persuadirlas. Lo que hizo fue explicarles los peligros que entrañaban aquellas palabras, y concretamente el adjetivo "libre", en una isla "donde toda propiedad tiene como base la esclavización de los negros, quienes, de adoptar también esa consigna, se sentirían impelidos a masacrar a sus amos y al ejército que por mar lleva la paz y la ley a la colonia". Era muy encomiable, lisonjeó La Salle, su firme compromiso con el ideal de la libertad, mas convenía encontrar otra manera de expresarlo, menos incitadora. Aunque a regañadientes, los soldados accedieron, y, tras deliberar, resolvieron coser en la bandera unos retazos de tela que taparan el explosivo lema, reemplazado ahora por otros dos: "La Nación, la Ley, el Rey" y "La Constitución Francesa". Al fin y al cabo la Constitución, debieron de pensar, era un pack del que formaba parte la libertad, que seguía de ese modo presente en el estandarte, aunque relegada de rango. Algunos de los soldados, que llevaban gorras que también decían "vivir libre o morir", prometieron también que eliminarían la consigna. La Salle seguía, sin embargo, preocupado, y cuenta Scott que, "para mayor consternación de las tropas", a la llegada al Caribe decidió imponer un cambio más: no sembrarían a su llegada un árbol de la Libertad, ritual que se había vuelto preceptivo en la revolucionaria metrópoli; era también peligroso. Plantarían un árbol de otra cosa: de la Paz. Y también llevaría la inscripción "la Nación, la Ley, el Rey".
Lo demás es historia. El látigo que los jacobinos negros blandieron heroicamente contra sus amos blancos acabó expulsándolos y proclamando la independencia del país ahora llamado Haití (al cual Francia, a cambio de su reconocimiento, impuso una deuda draconiana en concepto de indemnización a los esclavistas, cuyo efecto de lastre para la economía del país dura hasta hoy). No habían aceptado el tocomocho de entregar la libertad a cambio de lograr la paz. Sabían lo que leemos en 2023 en una pancarta de una manifestación propalestina en Nueva York, que circuló hace unas semanas por las redes sociales: "Peace is the whiteman’s word; liberation is ours".
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