Dominio público

Parlamentarismo, ma non troppo

María José Landaburu

Doctora en Derecho

El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, interviene durante el pleno del Congreso de los Diputados, en el Palacio del Senado. EUROPA PRESS/Alejandro Martínez Vélez
El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, interviene durante el pleno del Congreso de los Diputados, en el Palacio del Senado. EUROPA PRESS/Alejandro Martínez Vélez

Son ya ríos de tinta los que en las últimas horas expresan en un tono ciertamente bronco su incomodidad con la sesión parlamentaria que culminó con la aprobación de dos decretos leyes importantísimos para el futuro inmediato del país y el decaimiento de otro que no obtuvo la ratificación suficiente del conjunto de la cámara baja. Nada fuera del sistema parlamentario, nada ajeno, nada disruptivo: los ciudadanos elegimos a nuestros representantes, entre ellos con las mayorías oportunas se conforma el Gobierno, pero son dos poderes distintos con atribuciones diferenciadas que conforman los poderes del estado legislativo y el ejecutivo a salvo del judicial que tiene o se le supone la independencia característica. El ejercicio natural de un sistema parlamentario sin mayorías absolutas y por tanto abocado a la negociación permanente, al constante intercambio de posiciones diversas y legítimas que ejercen la defensa de los intereses de aquellos a quienes representan, pura normalidad democrática.

Solo tenemos que mirar al pasado reciente y recordar la crisis de legitimidad que llevó a nuestro sistema con el 15M y su reconocible lema de no nos representan, y así era. Lo fue tanto que el escenario político se transformó, acabo con el bipartidismo y dio origen a la aparición de la que se dio en llamar nueva política. Los ciudadanos no se sentían representados en bloques monolíticos que se alternaban en el ejercicio del poder y que difícilmente podían concitar tanta pluralidad como la que este estado tiene. No se diferenciaba apenas el legislativo del ejecutivo, si conseguían obtener las mayorías precisas para gobernar, las cámaras se desdibujaban y sometían a las decisiones del gobierno de turno, en una sucesión de decretos leyes que siempre eran ratificados. No hace tanto que el parlamento desde la perspectiva ciudadana resultaba un órgano inútil, servil, prescindible, acomodado si me lo permiten. Ahora, y lo vimos ayer, es el auténtico protagonista de la vida publica del país.

Naturalmente es esta una posición incomoda para el actual gobierno, como lo sería para cualquier otro. Una coalición minoritaria en un contexto tan abierto que su estabilidad dependerá de los pasos que sea capaz de dar, de la conjunción de intereses contrapuestos, de personalidades distintas, y de un poder muy acusado de los partidos sobre las personas que les representan. Nada sencillo, pero tampoco raro ni imposible. Un ejercicio de finezza política, de flexibilidad, de capacidad de medir los pasos y de fijar objetivos que trasciendan a los estrictamente propios de cada grupo o del mismo gabinete de ministras y ministros. En definitiva, una vuelta al valor real de la capacidad de quienes nos representan de ejercer sus responsabilidades. Nunca antes tanto interés mediático, tantas sonrisas o tantas caras de preocupación. Conversaciones hasta el último minuto, el interés social puesto sobre las cámaras.

Es un regreso también al ejercicio del poder de control del parlamento sobre el Gobierno. Ya no se puede ir allí a convalidar sin mas como acto de trámite, ni acudir a las sesiones como quien acude a una obligación tan inútil como aburrida una vez que uno sabe que nada va a alterar la posición de partida. Ahora hay que trabajar más, apuntar más lejos, hay que acudir a las cámaras tras un proceso de negociación, un trabajo minucioso de diálogo, que por cierto no puede ni debe obviar el diálogo social, pilar esencial de la vertebración de nuestro sistema, y ese ha sido un error de base del ejecutivo en esta ocasión.

Por supuesto que todas estas tareas serán medidas. Claro que la ciudadanía ha de estar atenta a lo que haga cada quien, a los que se desvíen de las obligaciones que contrajeron cuando fueron votados, en los términos y sobre las premisas que lo fueron, a quienes se limiten a entorpecer y también a los que no se rindan. Aquí tendrá un papel fundamental la interacción con la ciudadanía, con explicaciones y con pedagogía. Todo ello será objeto de facturación y cobro en las próximas elecciones, que no son pocas ni menores. Pronto les diremos si han cumplido o no, si nos han convencido en su tarea o han de dar un paso al lado, y para tomar esa decisión habremos visto y oído la capacidad que tengan de entender el parlamentarismo, el respeto a las instituciones, el debate y el respeto al interés común, que no olvidemos es la suma de intereses individuales, todos respetables, todos posibles, y eso es lo mejor del juego de la democracia.

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