Dominio público

Pasapalabra

Jonathan Martínez

 

 

El concursante de Pasapalabra Óscar Díaz. Antena 3
El concursante de Pasapalabra Óscar Díaz. Antena 3

 

Lo he visto en una fotografía de archivo con su camisa de cuadros, la barba cenicienta y una sonrisa jovial de campeón, de concursante veterano que recorre todo el rosco de Pasapalabra y se lleva al zurrón una jugosa recompensa. Aplausos, confeti digital, lagrimones de júbilo. Después de la hazaña, Óscar Díaz ha acudido al plató de Espejo Público para explicar que la vida no es jauja y que Hacienda se va a quedar con un colosal pellizco del premio. Sin embargo, en sus palabras no hay resignación ni contrariedad sino un meritorio espíritu cívico. "No me parece mal. Es lo que está estipulado y no tengo que ser especial frente a otros contribuyentes".

Es difícil no traer a la memoria a Rafa Castaño, que el año pasado pulverizó todos los récords y conquistó el bote más generoso de la historia del programa. Cada vez que le han puesto delante un micrófono, Castaño ha defendido las cargas impositivas entre apelaciones a la justicia social y una preocupación por la precariedad juvenil y los obstáculos de acceso a la vivienda. "Me encanta no solo pagar impuestos si tengo mucho dinero, sino también recordar que no estoy solo en este mundo". En su momento, Díaz respaldó a Castaño con alabanzas a la progresividad de los impuestos y un recuerdo a los sistemas públicos de sanidad y educación.

Al otro lado del espectro, la marabunta liberal interpone sus eslóganes insolidarios y actualiza los fundamentos de la Escuela austriaca, socialismo o libertad, dont tread on me, muerte a Papá Estado. Los turbocapitalistas han encontrado en Javier Milei a su musa de cabecera y se revuelcan con regocijo en el lodo de la extrema derecha internacional, donde familias de apariencia contradictoria comparten estrategias comunes. Nada nuevo bajo el sol. En su tiempo, el economista austriaco Ludwig von Mises justificaba las dictaduras fascistas como una solución de emergencia cargada de buenas intenciones a pesar de las políticas intervencionistas. "Han salvado la civilización europea".

En 1959, von Mises expuso su idea de buen gobierno durante una conferencia dictada en Buenos Aires. Contra cualquier caricatura, el liberalismo austriaco sí defiende la acción gubernamental pero la reduce a su papel coercitivo. Un buen gobierno no sería entonces aquel que proporciona un servicio de correos o ferrocarriles, dice von Mises, sino aquel que garantiza el orden. Dicho de otro modo, el gobierno liberal es en esencia un gran contingente de cuerpos armados y su correspondiente constelación de tribunales. Von Mises acudió a Argentina invitado por Alberto Benegas Lynch. Su hijo, llamado también Benegas Lynch, ha sido el padrino ideológico de la candidatura de Milei.

He aquí la paradoja que afronta el presidente argentino: para descuartizar el Estado necesita el concurso excepcional de los cuerpos armados del Estado. El pasado mes de febrero, mientras el Congreso debatía una ley ómnibus de recortes y privatizaciones, la policía dilapidaba los impuestos públicos en tanquetas de agua, porras, balas de goma y un novedoso gas lacrimógeno que abrasa la piel. No por azar, Milei ha endurecido la criminalización de la protesta y ha extendido las licencias punitivas de las fuerzas de seguridad. La nación argentina se parece ahora mismo al uróboro, el reptil mitológico que se devora a sí mismo. Es el Estado contra el Estado.

En nuestros pagos, el debate de la fiscalidad se ha encarado muy a menudo en términos de responsabilidad ciudadana. "Hacienda somos todos" decía una campaña del Gobierno español allá por 1978. Frente a la invocación a la urbanidad democrática, siempre se abrieron camino tanto la celebración de la picaresca como las llamadas al "alivio fiscal". La derecha genera imaginarios propicios a sus intereses y representan los impuestos como un ahogo que exige reparación. Gracias a la misma ingeniería semántica, la prensa conservadora empezó a llamar "impuesto a la muerte" al Impuesto de sucesiones. Así, la progresividad se difumina bajo la parca, que a todos nos iguala.

Ante los marcos mentales del capital, la clase trabajadora tiene la ocasión de ver el mundo con otra mirada y entender la sanidad, la educación, el sistema de pensiones o los servicios sociales como un salario indirecto que las doctrinas de inspiración austriaca pretenden arrancar de nuestras nóminas. Para que esa rebaja salarial sea efectiva, el Estado liberal recurre a métodos disuasorios mediante leyes que restringen o desalientan el derecho a la libre manifestación, y emplea la fuerza cuando es preciso, primero a través de las unidades policiales, después a través de los tribunales y finalmente por la vía de las instituciones penitenciarias.

En 1846, Henry David Thoreau fue a dar con sus huesos en el calabozo tras cuatro años de impago de impuestos. Otros vecinos se habían negado a financiar a un Gobierno estadounidense que toleraba la esclavitud y había invadido México. Thoreau, por su parte, nunca se resistió a pagar el impuesto de carreteras o a contribuir a la manutención de las escuelas, pero temía que su dinero sirviera para que los terratenientes adquirieran más esclavos y mosquetones. La guerra de México, desde su punto de vista, era obra de unas pocas personas que se valían del Gobierno para menesteres que el pueblo no había autorizado.

En un informe reciente, el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz acredita el mayor incremento de gasto militar mundial de la última década. Ya en 2014, en plena resaca de las políticas de austeridad, los miembros de la OTAN se comprometieron a extender sus respectivas cuotas armadas hasta el 2% del PIB. Las formaciones de izquierdas denuncian que ese dinero será extirpado de la sanidad, la educación, el sistema de pensiones o los servicios sociales. Es decir, de nuestros salarios indirectos. Bajo la coartada del belicismo, los derechos civiles se disipan y el Estado queda reducido a su expresión más violenta. El viejo sueño de la élite liberal.

Hace unos días, Biden dio carta blanca para que Zelenski vacíe armas estadounidenses en suelo ruso. Poco después, la viceprimera ministra ucraniana, Iryna Vereshchuk, festejaba el ataque contra un sistema de misiles al otro lado de la frontera. Atrás quedan aquellos tiempos en que Macron apuraba las sendas diplomáticas, Sánchez descartaba el envío de armas y Biden consideraba una temeridad el choque directo con Rusia. Hoy le preguntamos a nuestros mandatarios cuánto nos va a costar esta escalada en vidas, impuestos y salarios. Pero estamos en campaña y los mandatarios no saben / no contestan. Se hacen los longuis. A mí no me mires. Pasapalabra.

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