Dominio público

Francia y EEUU como síntoma de fin de época

Ruth Ferrero-Turrión

Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM

Un cartel protesta en una de las principales avenidas de París, Francia.-EFE/EPA/MOHAMMED BADRA
PUn cartel protesta en una de las principales avenidas de París, Francia.-EFE/EPA/MOHAMMED BADRA

Se viven tiempos marcados por enormes incertidumbres. Incertidumbres políticas, ecosociales, geopolíticas, económicas. Todo está en el aire. Los acontecimientos se aceleran y hechos que parecía que eran imposibles suceden ante nuestros ojos. La ansiedad nos consume. Vemos el regreso de la guerra al imaginario colectivo europeo y pensamos ¿en qué momento? La pandemia nos arrasó y nos individualizó aún más.  Las derivas políticas reaccionarias que suceden por doquier han hecho que nos demos cuenta que los sistemas democráticos que creíamos consolidados no lo estaban tanto y que opciones políticas que creíamos de otros siglo reaparecen con distintas máscaras pero con los mismos objetivos que antaño. 

Se pueden identificar las tendencias y los hechos, las frustraciones, las ansiedades y los miedos casi en cada país cada cual con su propia idiosincrasia. Francia o EEUU son síntomas de que algo está cambiando en las sociedades del norte global. En las sociedades porque demandan otro tipo de propuestas, porque aspiran a conquistar certezas que, paradójicamente, sólo se alcanzaron, en el caso europeo, en el marco de la Guerra Fría, el periodo de mayor estabilidad del siglo XX. 

La potencial llegada de un trumpismo 2.0 a la Casa Blanca ha encendido todas las luces de emergencia, no sólo en EEUU, sino en todo el mundo. Fíjense como a cuatro meses de las elecciones presidenciales, cada día nos desayunamos con algún acontecimiento que nos provoca escalofríos. El último, la sentencia del Tribunal Supremo de EEUU que concede al expresidente una amplia inmunidad penal por los actos realizados en el ejercicio de su mandato, algo que da patente de corso a un Donald Trump que se frota las manos y se prepara para su segundo ciclo político ante la incomparecencia del partido demócrata. Y si a esto le sumamos el reciente acuerdo al que llegó la justicia norteamericana con Julian Assange, mediante la que se legitima la aplicación de la Ley de Espionaje para laminar la libertad de prensa en función de la seguridad nacional, pues ya tendríamos el escenario perfecto para la deriva que a todas luces vamos a observar al otro lado del atlántico. Mientras a estas horas Biden continúa desojando la margarita, una buena parte de la sociedad norteamericana contiene el aliento. 

Y de vuelta a nuestro lado del océano las cosas no pintan mucho mejor. Francia se lo juega a una bola de partido. Match point. Tras años de decir que viene el lobo, el lobo ya casi está sentado en el Matignon y en unos años, si nadie lo remedia, podría estar también en el Eliseo. Los resultados de las elecciones europeas del 9 de junio no fueron inesperados, las proyecciones presagiaban ya lo que se venía. La ola ultra que colectivamente se había podido frenar en Europa, sin embargo en Francia se convirtió en tsunami. El fracaso del macronismo como modelo político sostenido con un ingente narcisismo de su líder lleva arrastrando desde 2017 a la sociedad francesa al abismo ante la inoperancia e ineficacia de las fuerzas de izquierdas, paralizadas ante hechos que no entienden. No entienden porqué la clase trabajadora no les hace caso, porqué no llegan al mundo que se extiende más allá de las grandes ciudades y de los discursos intelectualoides. Al encenderse las alertas han parecido reaccionar a modo de parapeto; y de ahí así surge el Nuevo Frente Popular. La cuestión es si la reacción no habrá sido tan tardía como para que sea suficiente como para revertir la dinámica que está instalada. Esto, junto con la polarización cada vez más obvia en Francia, puede llegar a complicar el resultado final de las legislativas que parece que van a depender, ya no tanto de la articulación de un frente republicano articulado por las élites, sino de la capacidad que esas élites tienen para convencer a los "suyos" de que se movilicen para votar a opciones que no son la suya. También en Francia, por tanto, contienen el aliento.  


Y mientras, claro, en el resto de Europa, y del mundo, también se observa con expectación y temor los potenciales gobiernos que puedan salir de las elecciones de junio en Francia y noviembre en EEUU y especialmente de las consecuencias que puedan emanar de esos resultados. Unas consecuencias que, desde luego, no favorecen el optimismo. Y mientras, muchas contenemos la respiración y aguardamos acontecimientos, al tiempo que intentamos buscar resquicios de esperanza. 

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