Dominio público

Una tensa normalidad

Miquel Ramos

Periodista

Donald Trump con una venda en la oreja tras el fallido intento de asesintado .-EFE/EPA/ALLISON DINNER
Donald Trump con una venda en la oreja tras el fallido intento de asesintado .-EFE/EPA/ALLISON DINNER

"Soy un francotirador y con un tiro preciso se acaba el Sánchez antes de que del todo hunda a España". Manolo lo dejó por escrito en un grupo de WhatsApp. Llevaba tiempo desahogándose ante sus camaradas y lanzándole mensajes a la administradora del grupo, con quien pretendía quedar para explicarle sus planes para un alzamiento nacional que permitiese "meter a Vox en el Gobierno". Decía que quería matar al perro para acabar con la rabia. Ella, coordinadora del partido en una localidad catalana, no quiso ser cómplice de lo que este señor dejaba caer en el grupo, y tampoco quiso tomarlo a broma. Imagina que lo hace de verdad. Decidió denunciarlo, y Manolo fue detenido  

El expresidente y ya más que posible candidato republicano a la Casa Blanca de nuevo, Donald Trump, salvó la vida por los pelos. El intento de asesinato fallido nos pilló a punto de irnos a la cama el pasado sábado. La información llegaba con cuentagotas. De las redes no te puedes fiar, ya lo sabemos, y menos al principio de un acontecimiento así, cuando todo es confuso. Hablo con un amigo de Nueva Jersey. Allí están igual de perdidos. Justo compartimos el uno con el otro el mismo enlace: el supuesto tirador había sido abatido y había algunos heridos. Ambos coincidimos en que no se viene nada bueno.  

Es tarde y vamos a dormir. La imagen de Trump levantando el puño mientras es protegido por varios miembros del servicio secreto y un hilillo de sangre le recorre la sien se viraliza en redes. Mañana más, pensamos, intuyendo lo que vendrá: una campaña electoral prácticamente ganada, teorías de la conspiración a cascoporro y la derecha culpando a la izquierda del atentado. Da igual quién sea el francotirador y los motivos que tuviera. Es un guion ya escrito. A las pocas horas nos levantamos y comprobamos que así fue.  

Manolo ingresó inmediatamente en prisión. No fueron solo sus mensajes en el chat de extrema derecha lo que le llevó a la cárcel, sino el arsenal de armas, municiones y explosivos que los Mossos encontraron cuando fueron a detenerle tras la denuncia de su camarada. Se había pasado un mes entero fabricando su propia munición, jugando con pólvora en su piso. Además de un fusil de asalto y tres revólveres, tenía varias armas de fabricación casera. Y esas bravuconadas que, en el juicio, Manolo atribuyó al alcohol, podrían ser verdad.  


El periodista Joan Cantarero investigó al personaje y publicó varias exclusivas en Público, como que había sido condecorado por la Asociación de Amigos de la Guardia Civil unos meses antes de su arresto. Manolo posaba en una foto rodeado de tres teniente coroneles de la Guardia Civil, luciendo orgulloso una insignia en su solapa en un edificio de la Benemérita, escasos meses después del referéndum del 1 de Octubre de 2017 en Catalunya. 

Al poco tiempo, Pedro Sánchez ganaría las elecciones. El anuncio del nuevo presidente de exhumar los restos del dictador Francisco Franco del Valle de Cuelgamuros puso a Manolo en guardia. "No podemos permitir que humillen al Generalísimo Francisco Franco ni a José Antonio Primo de Rivera. Es una venganza por haber perdido la guerra. (...) No lo voy a consentir. Si es preciso, me voy a ir armado y me sentaré en la tumba de Franco y si se acercan, disparo", dejó escrito en el chat.  

Un año y medio después de la detención de Manolo, un video empieza a circular por un chat de agentes de policía. Se trata de un hombre disparando con un fusil contra las fotografías de varios miembros del Gobierno en una galería de tiro. La cámara graba las fotos de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Irene Montero, Fernando Grande-Marlaska y Pablo Echenique antes de que el tirador las reviente a tiros. Alguno de los agentes del grupo de WhatsApp se preocupa y lo filtra a la prensa. El resto se ríe o guarda silencio. El protagonista del video es identificado. Se trata de un exmilitar malagueño, que había formado parte de grupos neonazis de la zona y que recientemente había ejercido de seguridad en un acto de Vox 


El ataque a Trump, como ya sucedió tras el asalto al Capitolio cuando perdió las elecciones, pone de nuevo sobre la mesa el recurrente marco de la polarización, de la violencia política y de la desinformación. Un tema que no es ajeno a la política española desde hace años. Aquí, aunque no puedes comprar un arma semiautomática en un supermercado, los discursos de odio, las conspiranoias, la desinformación y los agitadores también existen. Y cada vez son más y tienen mayores audiencias. Incluso actas de diputado.  

En noviembre vimos durante varios días a miles de personas intentando llegar a la sede del PSOE para asaltarla. Costó que la policía cargase, y cuando lo hizo, se convirtió en objeto de insultos por parte de los ultraderechistas y de algunos de sus propios compañeros que comen de la mano de Vox. Su líder se había paseado por allí, por la línea del frente, con uno de los mayores propagandistas de la extrema derecha norteamericana, Tucker Carlson. Vox quiso hacer creer al mundo que esta era su revolución en marcha.  

El juez Santiago Pedraz absolvió al exmilitar neonazi al considerar sobre esta acción que "no había más fin que pasar un rato y matar el tiempo". Manolo no fue juzgado por terrorismo, pero sí condenado a más de ocho años de prisión por homicidio en grado de proposición y depósito de armas de guerra. Si cualquiera de los dos se hubiese llamado Mohamed y fuese más moreno quizás el resultado hubiese sido otro. Por mucho que hoy se aplauda a Lamine. Lo mismo con quienes acosaban a Irene Montero y a Pablo Iglesias en su casa durante meses, y que resultaron recientemente absueltos 

Hoy, en pleno auge de la extrema derecha a nivel global, y con un torrente incesante e impune de odio y desinformación en redes y en medios, la incertidumbre se cierne sobre todos los análisis de lo que está por venir. En el momento en el que los representantes públicos desertaron de su responsabilidad para hacer de la política un espacio de resolución de conflictos, la suerte está echada. Todo es posible.  

Manolo quizás se pasó aquel día con el orujo, y el tipo que disparó a Trump es posible que tuviese algún problema o un mal día. La violencia siempre ha formado parte de la política, y no solo por parte de fanáticos pistoleros o alborotadores, sino que emana de los discursos de los propios representantes públicos. Las licencias retóricas y simbólicas que permitimos visten todo de cierta épica, pero abren las puertas a otros monstruos que se pueden sentir interpelados para actuar. Los partidos y sus líderes tienen la responsabilidad de trazar ciertos límites a sus seguidores, en vez de alimentar los odios, de hacer señalamientos y lanzar a sus hordas contra sus enemigos. Porque luego, ante las consecuencias, nadie quiere hacerse cargo. Y mientras, todo transcurre como con una tensa normalidad.  

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