Dominio público

De Vox a Putin pasando por Orbán

Ana Pardo de Vera

El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán (i), y el líder de Vox, Santiago Abascal, un fin de semana en Madrid. EFE
El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán (i), y el líder de Vox, Santiago Abascal, en Madrid. EFE

Los movimientos de Vox en el último año, en España y en Europa, van encontrando el denominador común que los críticos que abandonaron la formación señalan desde hace tiempo y que tiene que ver con la financiación de un partido que, pese a mantener una base de votantes razonablemente sólida, no tiene ni mucho menos la fuerza con la que obtuvo 52 diputados (15% de los votos) en las elecciones generales de 2019, aunque, según las últimas encuestas, podría obtener la mitad de los escaños y dar la mayoría absoluta a un Gobierno con el PP.

La formación que sigue presidiendo Santiago Abascal -el cual, de momento, ha resistido los movimientos de silla con los que se ha intentado derribarlo del liderazgo- ha dado un paso más en su radicalización, si es que esto es posible, aliándose con las tesis prorrusas de Viktor Orbán y abandonando en el Parlamento Europeo al grupo de la primera ministra de Italia, Georgia Meloni, otrora prorrusa pero que, como gobernante, es consciente de las limitaciones de su país en el seno de la UE, así como en el del antiguo G-8 y hoy G-7 sin Rusia, precisamente y desde la crisis generada con la independencia de Crimea y Sebastopol. Italia no es un país que pueda permitirse devaneos como apoyar a Putin en su invasión a Ucrania, por ejemplo, y ése fue el compromiso que Meloni adquirió con Ursula Von der Leyen para que no se le diese la espalda en un club amenazado -seguramente, con mucha culpa- por la ultraderecha y la radicalidad xenófoba.

Todo estaba programado desde hace tiempo, sostienen varios de los críticos con la deriva de Vox: acercamiento al presidente de Hungría para obtener financiación (que se sepa, por ahora, un crédito de 9 millones de euros de un banco húngaro con participación del Estado para las campañas de municipales, autonómicas y generales en 2023, lo cual podría ser ilegal según las leyes españolas); ruptura tras las elecciones europeas con el grupo de Meloni, Europeos Conservadores y Reformistas (ECR), con traslado al de Orbán y la francesa Marine Le Pen, Patriotas por Europa, tercera fuerza en el europarlamento, y ruptura en España con los gobiernos autonómicos del PP por su política migratoria, decían, aunque no hubo pacto PSOE-PP al respecto, siquiera. "Una disculpa", mantienen los críticos, "había que romper". En la práctica, no obstante, los ultraderechistas siguen apoyando los ejecutivos del PP en minoría y continúan gobernando en coalición en numerosos ayuntamientos.

Pendientes ahora de las elecciones en EE.UU. y rezando (sic) por otra victoria de Donald Trump en noviembre, los de Vox tendrían en el expresidente delincuente a la horma de su zapato proPutin, un asunto que en España y Europa cuesta mucho gestionar si no estás en el poder, caso de Orbán en Hungría u obtienes los mejores resultados en unas elecciones, como la ultraderecha austriaca del Partido Liberal de Austria (FPÖ) y aunque nadie quiera pactar contigo, aunque veremos qué hacen finalmente los conservadores democristianos del ÖVP, el equivalente al PP en Austria.


La deriva proPutin de Abascal y los suyos no es nueva, aunque siempre hayan tratado de evitar que se expliciten sus simpatías por el tirano ruso, lógicas por otro lado, si se tiene en cuenta, el ultranacionalismo, la homofobia o el atentado constante contra los derechos humanos y libertades fundamentales de sus ciudadanos/as que ejerce con mano dura el presidente Putin. Ahora sabemos que Vox está financiado por Hungría, por el Gobierno de Hungría, accionista del banco que les dio un crédito de más de 9 millones. En su día también supimos que la oposición iraní, con pasado terrorista, también financió a Vox en sus inicios: simpatizantes del grupo de oposición iraní llamado Consejo Nacional de Resistencia de Irán (CNRI) pagaron el 80% de la campaña de las europeas de Vox en 2014. Solo cabe preguntarse si el giro de Vox hacia Putin -algo por lo que la propia ultraderecha criticaba al PSOE y a Podemos- es puramente económico o hay algo más, algo que veremos con el tiempo. A lo que también asistimos estos días de forma bochornosa es al sumun de la hipocresía espaÑola: si Vox confirma que lo financian los prorrusos, boca pequeña; aunque Podemos niegue que lo financiara Venezuela, leña al mono en portadas e informativos.

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