Dominio público

No nos ven como humanos

Leila Nachawati

Escritora y profesora de comunicación especialista en Oriente Próximo

No nos ven como humanos
Un adulto y un niño en un refugio provisional en el sur de la Franja de Gaza. Imagen de archivo. Europa Press.

"Pregúntale a cualquier árabe cuál ha sido la revelación más dolorosa del último año, y te dirá que es esta: hemos descubierto el alcance de nuestra deshumanización hasta tal punto que es imposible funcionar en el mundo de la misma manera."

Son palabras de Lina Mounzer, escritora y traductora libanesa residente en Beirut. En un artículo titulado "Un año de guerra sin fin", Mounzer desgrana la experiencia traumática del último año para las poblaciones de la región, ante la evidencia de que el genocidio ejecutado por Israel continúa, se ramifica y se extiende sin que nadie le ponga freno.

Quienes seguimos de cerca este genocidio, particularmente quienes pertenecemos de un modo u otro a ese Oriente Próximo que se desangra, compartimos esta revelación. Sentimos el vértigo que causa ver la escasa, casi nula reacción ante la inabarcable pérdida sufrida en estos meses en Gaza, en Palestina, y ahora también en Líbano. La indiferencia ante las masacres de civiles, buena parte de ellos niños y niñas abandonadas a su suerte, ha hecho patente algo aterrador: en este punto de la historia, a las personas de esta región se les puede, se nos puede, hacer cualquier cosa, infligir cualquier daño. No hay consecuencias ni límites.

"Este año he llegado a una conclusión muy dolorosa. Los árabes somos tratados como ciudadanos de segunda clase en todo el mundo occidental", señala una abogada especializada en derechos humanos en su cuenta de Instagram. "Nuestras vidas son desechables. Nuestros cuerpos se pueden desmembrar a cambio de tierra, nuestra sangre se puede derramar para satisfacer a líderes sedientos de poder. Nos arrancan a nuestros hijos, efectos colaterales de un juego que no elegimos jugar. Pero quizás la verdad más dolorosa de todas es el silencio del mundo, un silencio que confirma hasta qué punto se nos ha deshumanizado".

"Mi hija tiene la misma edad que el genocidio", es el título del hermoso texto del escritor libanés Elia Ayoub, que desgrana su contacto con esa deshumanización sin límites a través de la historia del nacimiento de su hija. Prematura como muchos bebés en Gaza, el autor sostiene que esa coincidencia es algo que no puede ignorar. "Cada vez que (mi hija) respira, lo hace en un mundo en el que Israel asesina a bebés exactamente iguales que ella, y esto es algo que debo afrontar como su padre. No hacerlo sería injusto para ella, porque la estaría privando de herramientas que va a necesitar para comprender el mundo que hereda".

No nos ven como humanos
Elia Ayoub y su hija, nacida prematura.

En la misma línea, el escritor palestino Mosab Abu Toha, que ya ha perdido a 31 miembros de su familia en Gaza, compartía un mensaje desgarrador tras la masacre cometida por soldados israelíes el 13 de octubre en el campo de Yabalia, en el norte de Gaza. Una masacre que terminó con varias tiendas en torno al hospital de Al-Aqsa ardiendo y varias personas quemadas vivas, entre ellas un joven convaleciente y conectado a una vía intravenosa. Se llamaba Shaban y había pedido ayuda en varios vídeos en días anteriores.

"Este es un crimen, un genocidio no solo contra el pueblo palestino, sino también contra nuestra naturaleza humana. Está desestabilizando a todos aquellos que se llaman seres humanos, y nos ha dejado impotentes e inútiles. Después de lo que hemos visto durante todo un año, estamos empezando a cuestionar si realmente somos seres humanos", recalca Abu Toha.

Esta misma idea, con algunas variaciones, se repite en infinidad de cuentas, foros y grupos de solidaridad, en los que el trauma, el duelo y la dificultad de procesar lo que está sucediendo se entremezclan. Son frecuentes en esos espacios preguntas como estas: "¿Alguien se puede imaginar a millones de israelíes (o de franceses, alemanes, estadounidenses...) encerrados en jaulas?" "¿Alguien se imagina que se les deje morir de hambre, se les queme vivos, se mutile a sus hijos, sin que nadie reaccione y le ponga freno?"

Es difícil de imaginar, porque en el contexto global actual, y en el occidental y europeo en particular, los israelíes no son los otros, sino todo lo contrario. Desde su fundación, Israel se concibió con argumentos civilizatorios y coloniales que entroncan con la tradición colonial europea y estadounidense. Una parte de la población judía, tras siglos de antisemitismo y deshumanización en Europa, fundó en tierras palestinas el estado de Israel como una prolongación y representación de lo occidental, lo civilizado, lo moderno, en medio de lo considerado como barbarie. Frente a esta renovación de lo colonial en la región, los otros son hoy los árabes, o los musulmanes, o quienes son percibidos como árabes o musulmanes.

Celebrar la destrucción del otro

"Animales humanos", "pequeñas serpientes", "enemigo chiita"... La ristra de términos deshumanizadores que se emplean a diario desde las instituciones israelíes contra palestinos, libaneses y árabes en general es inagotable. Poblaciones enteras son calificadas de terroristas, castigadas de forma colectiva, también los más pequeños. No se bombardean ciudades ni barrios, sino "feudos", "bastiones", "cantones". Si prenden fuego a un hospital, los culpables son "los terroristas". Si matan a seiscientas personas en un edificio en el que había miembros de Hezbollah, también "los terroristas" son los responsables. No hay distinción entre terrorista y árabe, entre terrorista y musulmán. No hay seres humanos en esa región del mundo que pretenden reconfigurar.

No solo cometen crímenes contra la humanidad. Los celebran, los justifican, los anuncian. "Sería justo y moral dejar morir de hambre a toda la población de Gaza", afirmaba el ministro Smotrich durante la Conferencia Katif para la Responsabilidad Nacional, lamentando a continuación que "el mundo no nos lo permitiría".

Es tal el nivel de deshumanización que es cada vez más habitual la práctica israelí de disparar a periodistas a la cabeza. También a trabajadores humanitarios, a criaturas, a bebés. Es tal la deshumanización que los soldados reivindican, incluso, su derecho a violar. Su derecho a mutilar.

Los propios soldados israelíes difunden las atrocidades que cometen. Joviales, ajenos al infierno del que forman parte. Ya desde hace años son habituales imágenes como esta, en las que francotiradores israelíes lucen camisetas con imágenes de mujeres embarazadas y bebés, junto con el mensaje: "Cuanto más pequeño, mejor".

No nos ven como humanos

Pero hoy, en pleno genocidio y con el auge de las redes sociales, el flujo es constante. Soldados, la mayoría muy jóvenes, saquean viviendas, posan sonrientes junto a civiles palestinos arrodillados y maniatados, se prueban ropa interior femenina de mujeres gazatíes. Entre las últimas muestras de esta colección de horrores, una especie de tutorial en el que un soldado explica las diferencias entre saquear un hogar palestino y un hogar libanés, o los gritos de celebración mientras bombardean pueblos enteros en el sur de Líbano.

La complicidad mediática

Dado que todo lo que emiten las autoridades israelíes se convierte en la nueva normalidad, no sorprende encontrarse con titulares como este de Newsweek del 14 de octubre: "Es hora de o bien arreglar Líbano, o de romperlo". Romper un país, dicho así, en una de las revistas más influyentes en Estados Unidos. O este otro de la BBC del 12 de octubre: "Rendíos o morid de hambre: El ataque a Yabalia apunta a un polémico plan de Israel para el norte de Gaza".

Mientras matar de hambre a civiles asediados es tildado de "polémico", los soldados asesinados por Hezbollah en una base militar del estado ocupante son nombrados uno por uno, sus rostros mostrados, y presentados por el canal Sky News como "adolescentes". No así los niños y niñas de Gaza, que mueren a miles sin ser nombrados, ni reconocidos, ni honrados.

La niña gazatí Hind al Rajab, de cinco años, una de las pocas cuyo nombre ha ocupado titulares, murió después de horas de asedio israelí sobre el coche en el que se encontraba, entre llamadas de socorro. La periodista de CNN Kasie Hunt se refirió en aquel momento a la pequeña Hind como "una mujer palestina". A día de hoy, la CNN sigue haciendo malabarismos para no nombrar a quien la asesinó.

Estos dobles raseros, al igual que eufemismos como "evacuar", "feudos", "bastiones" y otras fragmentaciones en clave militar que diluyen cualquier rastro de vida o complejidad humana, no son hechos aislados. Son prácticas normalizadas. Basta asomarse a los principales medios de comunicación de masas, en particular los de habla inglesa, para comprobar que esa deshumanización del otro árabe, del otro musulmán, es el pan de cada día.

Nada de esto es inocuo. Es sabido que los genocidios comienzan por el lenguaje, por la creación de marcos que permitan que una población vea a otra tan diferente, tan ajena, tan no humana, que acepte cualquier cosa que el ejército que actúa en su nombre pueda hacerles. Así nos lo mostró Radio Mil Colinas, cómplice del genocidio de los tutsis en Ruanda. Así lo expresaba Edward Said, que argumentaba que la invasión de Irak no habría sido posible sin la deshumanización del otro cimentada en los medios de comunicación estadounidenses.

En un documental titulado Reel Bad Arabs: Cómo Hollywood demoniza a un pueblo, el académico Jack Shaheen analiza cientos de películas estadounidenses en las que aparecen personajes árabes, o percibidos como tal. El resultado es una larga lista de estereotipos que vinculan a los árabes con violencia, terrorismo, estupidez o hipersexualización. El autor argumenta que estas representaciones influyen en la percepción pública, contribuyen a apuntalar los prejuicios y están, además, estrechamente ligadas a las relaciones y decisiones geopolíticas de cada momento.

En el contexto europeo, volviendo a Edward Said y su siempre vigente Orientalismo, la deshumanización del otro hunde sus raíces en una tradición antigua, colonial, exotizante del norte hacia el sur del Mediterráneo. La imagen del árabe o musulmán como un ser irracional y violento se proyectó desde la literatura hasta las artes y, de ahí al cine y los medios de comunicación. Una larga tradición que está lejos de trascenderse y que entronca con el proceso de despojar a un pueblo de su tierra para entregársela a otro.

Concluye Shaheen que, si en Estados Unidos, en Europa y en el mundo occidental en general, hace un siglo el otro era el judío, ahora el otro es el árabe, que además ha absorbido buena parte de los peores estereotipos de la tradición antisemita. El otro es el palestino, el libanés, el sirio, el yemení, el iraquí, el sudanés... representado una y otra vez de forma reduccionista, grotesca, sin capas ni matices. Y, al igual que ocurrió con los judíos en Europa, hoy los árabes y musulmanes forman parte integral de las sociedades occidentales. Esto hace que el apoyo militar, diplomático y moral al genocidio por parte de sus (nuestros) propios líderes políticos se viva de forma aún más íntima y más flagrante.

Basta escuchar declaraciones recientes de diversos representantes políticos europeos para comprobar hasta qué punto esta deshumanización permea Europa y amenaza su propio tejido social, llevando a una violencia policial sin precedentes, también dentro de sus propias fronteras. Una violencia que se ceba con la población migrante, y con árabes, musulmanes y judíos que se posicionan contra el genocidio. El 14 de octubre, en plena campaña de bombardeos sobre Palestina y Líbano, la Ministra de Relaciones Exteriores de Alemania Annalena Baerbock justificó los asesinatos de civiles por parte de Israel, afirmando que la protección de civiles "pierde su estatus cuando en esos lugares hay terroristas".

En el marco del derecho internacional, y también desde cualquier consideración moral o ética, las declaraciones de Baerbock son un sinsentido. Sin embargo, estas afirmaciones dejan clara la identificación de una parte significativa de Europa con los genocidas y la criminalización de sus víctimas. Cuando figuras públicas aceptan o alientan crímenes contra la humanidad bajo el pretexto de combatir el "terrorismo", traicionan no solo los derechos humanos universales, sino la integridad de sus propios sistemas. La normalización de discursos de odio y la justificación del exterminio de civiles expone grietas profundas, quizás insalvables, que van mucho más allá de Oriente Próximo.

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