En todos los conflictos es sabido que la primera víctima es la verdad, y el genocidio que sufre la población palestina no es una excepción. La campaña militar contra la franja de Gaza ha ido acompañada del acoso y derribo contra quienes intentan contar la verdad de lo que allí dentro sucede. No tiene precedentes el número de periodistas asesinados en estos meses, antes casualties o víctimas colaterales y hoy objetivos directos del estado israelí (un umbral de impunidad que ya contribuyeron a hacer saltar por los aires otros regímenes, como los de Asad y Putin en Siria o Ucrania). Además de los ataques a periodistas y testigos, el intento de ocultar la realidad requiere enterrarla bajo capas de manipulación, de rodeos y eufemismos que logren que quienes tratan de comprender lo que sucede lo perciban como "muy complejo", plagado de claves religiosas, culturales o geopolíticas que se le escapen y le impidan comprenderlo y posicionarse.
No es 'autodefensa' matar de hambre, sed y enfermedades curables
Proliferan estos días los eufemismos con los que tanto la potencia israelí como sus aliados o simpatizantes revisten un genocidio que no por denominarlo guerra contra Hamás o guerra contra el terrorismo es menos genocidio. En plena deriva tras las audiencias en la Corte Internacional de Justicia y camino de convertirse en un paria internacional, el estado israelí está desnudo, expuestas a la vista de todos sus tácticas de deshumanización y destrucción del otro. Se extienden en este contexto las protestas internacionales en distintos ámbitos de la sociedad civil, también el académico, con un protagonismo cada vez mayor de las universidades, sin que ni la represión ni la propaganda en su contra puedan frenarlas.
Quienes se manifiestan y acampan en universidades de todo el mundo, a las que en las últimas semanas se han sumado las españolas, saben que no es guerra contra un grupo armado una ofensiva que se ceba con los más vulnerables, con miles de criaturas entre las víctimas (miles de niños y niñas han sufrido amputaciones de uno o varios miembros de su cuerpo y uno de cada tres sufre desnutrición aguda). Saben que no es autodefensa una ofensiva que incluye matar de hambre, sed y enfermedades curables a un millón de personas asediadas, por más que se presente como respuesta a los atroces atentados de Hamás del 7 de octubre. Que no se puede evacuar (otro de los términos repetidos estos días) a quien no tiene escapatoria ni ningún lugar al que huir y que este término solo retrata el sadismo de quien lo emplea.
Saben, también, que no son antisemitas, pese a que arrecie el uso de este término contra quienes se posicionan críticamente contra la ocupación y el genocidio. El antisemitismo, como cualquier actitud racista, es por definición el rechazo o discriminación del otro por ser el otro, no una expresión de condena de acciones concretas de un estado. Por eso tampoco son antisemitas los cientos de periodistas palestinos que se juegan la vida cada día por contar la verdad, ni las miles de personas judías que gritan "no en nuestro nombre" y reclaman que no se instrumentalice el Holocausto para provocar un daño irreparable a otro pueblo, ni los presos y presas de la cárcel de Evín (Irán), que desde su encierro condenaban el genocidio y la deshumanización de Israel, además de la naturaleza reaccionaria de Hamás y la instrumentalización del pueblo palestino. Tampoco son antisemitas quienes alzan la voz en plataformas como Facebook / Meta, que plantea en estos momentos la redefinición del término "sionista" para incluirlo como categoría protegida, penalizando la crítica del sionismo como expresión de antisemitismo y evidenciando la firme alianza entre el estado israelí y los gigantes tecnológicos.
"La política fuera de las aulas"
Si en el ámbito internacional proliferan los eufemismos y otras manipulaciones lingüísticas y discursivas, el contexto español no se ha quedado a la zaga. La más reciente, por parte de la Comunidad de Madrid, llamaba a "dejar la política fuera de las aulas" en pleno auge de las protestas y acampadas organizadas en universidades españolas. Como si pedir el fin de una ocupación y un genocidio no fuese una cuestión básica de derechos humanos y como si no hubiese política en esos llamados de las autoridades madrileñas a desentenderse de las víctimas.
En la misma línea se expresaba el decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla Fernando Llanos hace unas semanas, cuando desde la Red Universitaria por Palestina se organizó un acto conjunto entre más de 40 universidades con Francesca Albanese, relatora especial de las Naciones Unidas sobre los territorios palestinos. "No queremos actos políticos en la universidad", dijo Llanos, como si no fuese política reprimir la defensa de los derechos humanos a la vez que se establecen acuerdos académicos con Israel.
Según Carlos Bueno Suárez, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla e integrante del grupo Palestinus con quien hemos hablado para este artículo, este intento de "sacar la política de la universidad" no es nuevo. "Sabemos que con Franco ya se empleaba este mantra y, aunque el contexto actual es otro, puede decirse que las últimas reformas educativas han contribuido a alejar la universidad de la dimensión más amplia del conocimiento. Al encuadrarla como un espacio orientado fundamentalmente a la preparación para el ámbito laboral, a ser recursos para el sector productivo, se relega el componente de entender el mundo y lo que sucede a nuestro alrededor", señala, a la vez que apunta a la importancia de respetar la libertad de cátedra:
"Cuando se prohíbe la realización de una conferencia, se atenta contra la libertad de cátedra. En los estatutos de la universidad se explicita la importancia de promover la libertad de pensamiento, la participación, el espíritu crítico, el ejercicio de una ciudadanía crítica, solidaria y responsable. Todos ellos valores que la universidad debe promover y que en otros contextos, como el reciente de Ucrania, no se plantearon en clave de ese falso dilema de "no politizar la universidad".
Frente al ruido, la manipulación y los eufemismos, las palabras que nos atañen, las que realmente importan, son pocas y concisas. Ocupación. Genocidio. Asedio. Crímenes contra la humanidad. Derechos humanos. Y solidaridad. Con las víctimas y contra los responsables, allá donde estén, en Palestina y más allá, porque la cuestión que se denuncia trasciende el contexto local y atañe a toda la humanidad. En este desfile de palabras, ojalá trascender también etiquetas como "pro-palestino" o "pro-israelí". Ojalá avanzar hacia unos mínimos de derechos humanos que no requieran ser "pro" o "anti" un país, un grupo o una causa para mostrar una condena firme del asesinato de miles de criaturas, de la masacre de un pueblo o de una ocupación de décadas.
Comentarios
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