Dominio público

Las cosas de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, de socialdemócratas y laboristas

Sato Díaz

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, conversa con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en presencia de la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, durante la sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados. EFE/Emilio Naranjo
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, conversa con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en presencia de la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, durante la sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados. EFE/Emilio Naranjo

La dialéctica entre la lucha social y la participación institucional que Podemos vino a resumir en la frase de "un pie en las instituciones y no sé cuántos en las calles" (y que previamente Pier Paolo Passolini lo plasmaba en la dicotomía entre ‘la plaza’ y ‘el palacio’) viene de lejos. El partido como correa de transmisión del sindicato o el sindicato como correa de transmisión del partido, el motor en el conflicto laboral y social o en el político.

En Reino Unido, donde las trade unions (sindicatos) llevaban la iniciativa en aquel ajetreado siglo XIX, el partido marxista se hizo llamar Laborista. En Alemania, donde primaba la acción del partido, pronto tomaría el nombre de Socialdemócrata. Y aquí puede haber, por buscarle alguno, un matiz de diferencia entre el laborismo y socialismo, la apariencia más callejera y menos institucional del primero, la mayor presencia del sindicato.

Lo que está claro es que socialistas y laboristas nunca fueron del agrado del poder, ni en Berlín ni en Londres. Y siguen sin serlo, no hay más que ver la bilis que expulsan los periodistas de la corte mediática madrileña cada vez que ven a Pedro Sánchez en la Moncloa o, lo que es peor, a Yolanda Díaz sentada en la bancada azul.

No estamos en un periodo revolucionario, ni mucho menos, y los conceptos ‘laborismo’ y ‘socialdemocracia’ tienen poco que ver con lo que significaban entonces. Lo que cuesta a un Gobierno de izquierdas tocar una coma de la reforma laboral de Mariano Rajoy es buen ejemplo de ello. Sin embargo, ‘laborismo’ y ‘socialdemocracia’ son dos ideas que vuelven a estar de moda. Y mientras Sánchez juega ahora a ser socialdemócrata de toda la vida, Díaz hace lo propio a ser laborista. Y así está el patio. Y el electorado que no sabe si es socialdemócrata o laborista, indeciso.

El puntero rojo del láser siempre señala al Gobierno de coalición. Las especulaciones sobre su repentina derrota se repiten como el alioli. Los análisis de buena parte de la prensa lo asesinan casi a diario. Y claro, la crisis de gobierno en Portugal no iba a ser menos, ha sido el motivo más reciente para anticipar la desintegración del Consejo de Ministros que preside Sánchez.

La tormenta perfecta para la especulación periodística: mientras el gobierno socialista del país vecino no conseguía sumar los votos suficientes para aprobar sus presupuestos, en el Congreso de los Diputados los socios de la investidura alertaban de que el PSOE no estaba negociando las nuevas Cuentas. Al tiempo, la coalición gubernamental se lamía las heridas como consecuencia de una de las semanas más intensas desde su nacimiento. Algunas plumas volvían a firmar el obituario de la coalición gubernamental, aunque poco después se conociera que ERC, PNV y EH Bildu no presentaban enmiendas a la totalidad a los Presupuestos y el Ejecutivo encarrilaba la partida.

La reforma laboral es la medida estrella de lo que queda de legislatura, una lucha de clases en el seno del Gobierno por influir en los contenidos de la medida, una lucha política por capitalizarla y anotarse un tanto. Y, sin embargo, a pesar del excesivo ruido de los últimos días, no hay ningún indicio que en estos momentos haga predecir, de forma realista, un final abrupto de lo que queda de legislatura.

En las filas socialistas trabajan para proyectar la figura de Sánchez como el presidente que sacó al país de la pandemia (presumiendo del éxito de la vacunación en España), que consiguió una recuperación justa de la economía y que salió airoso de la oposición (política, mediática y desde diferentes actores del Estado) más feroz que se recuerda en los peores momentos de la pandemia. Para todo esto, en el entorno del presidente dan especial importancia a la proyección internacional del mismo. Y en esto hay marcadas en el calendario dos fechas: la celebración en Madrid de la cumbre de la OTAN el mes de junio del año que viene y la presidencia de turno de la UE que asumirá España en el segundo semestre del 2023. Dos fechas a las que Sánchez dará todo por llegar en la mejor forma posible.

No hay voluntad en las filas socialistas de dar por finiquitada la legislatura a pesar de los cantos de sirena. Y, para ello, Sánchez no solo puso a punto en julio el Gobierno con una renovación de calado del Consejo de Ministros, sino también actualizando el partido, situándolo en el reconocible parámetro de la socialdemocracia. En el 40º Congreso Federal celebrado hace dos semanas en València, Sánchez curaba las desavenencias con los distintos sectores del partido para afrontar el nuevo ciclo electoral que se iniciará el año que viene en Andalucía. Necesita reactivar a las bases y movilizar a su electorado, vistas las encuestas. Quiere que la maquinaria apisonadora marca PSOE arranque de nuevo tras los tiempos de spin doctor.

Por otro lado, en Unidas Podemos tampoco tienen prisa para poner fin a la legislatura. Muchas encuestas señalan que derechas y ultraderechas podrían gobernar de celebrarse ahora los comicios. La mayoría de las expectativas actuales para la recuperación de las izquierdas están puestas en que lo de Yolanda Díaz funcione, en su capacidad aglutinadora de todas aquellas izquierdas que se han ido divorciando en los últimos años. El proyecto de Díaz necesita tiempo para consolidarse y el momento dorado que vive la política gallega no requiere de prisas. Las encuestas y los medios de comunicación la miman, y eso que ahora ha comenzado a enseñar su mejor perfil laborista.

La disputa por condicionar la reforma laboral que está teniendo lugar en el seno del Gobierno puede ser el inicio de una nueva relación entre los socios de la coalición. El compás electoral se acelera. Por ello es tan importante en el plano político el desenlace de la negociación en el seno del Ejecutivo. El PSOE ve cómo Díaz es cada vez mejor valorada entre su propio electorado y no quieren que se lleve todo el éxito. Sin embargo, Nadia Calviño no es capaz de dejar atrás su traje neoliberal y el electorado socialdemócrata no casa con esto. Sánchez quiere protagonismo.

En el Congreso Federal de València, Sánchez, como secretario general socialista, se comprometió a poner fin a la legislación laboral del PP con voz de socialdemócrata. Díaz, en el cónclave de CCOO de la semana pasada, advertía que, de la mano de los sindicatos, lograrían sortear las muchas resistencias para derogarla. Socialdemocracia y laborismo. Laboristas y socialdemócratas caminan de la mano y gobiernan conjuntamente pero se miran de reojo. Compañeros y rivales. Abrazos y abrazos del oso.

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