Dominio público

El efecto mariposa y la teoría del caos

Beatriz Gimeno

La presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante el acto electoral para las elecciones autonómicas en Castilla y León celebrado este viernes en Burgos. EFE/Santi Otero
La presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante el acto electoral para las elecciones autonómicas en Castilla y León celebrado este viernes en Burgos. EFE/Santi Otero

La idea del efecto mariposa ya ha sido utilizada en varios artículos esta semana y es muy tentadora, pero yo quiero escribir más bien de la teoría del caos, que es su consecuencia. Y voy a empezar por otras mariposas; no mariposas metafóricas, sino reales. Leí que el Centro Nacional de las Mariposas de EE.UU, en Texas, ha tenido que cerrar sus puertas de forma indefinida tras ser señalado por el movimiento QAnon como un lugar en el que se trafica sexualmente con niños, lo que ha supuesto que todo su personal se haya convertido en blanco de ese movimiento de extrema derecha enloquecida que funciona por las redes sociales, pero cuyas amenazas ya han generado algunas agresiones en este mismo centro.  La realidad es que, en su momento, el centro se opuso a la construcción del muro de Trump entre México y Texas porque dañaba un parque nacional que es santuario de las mariposas. Y por eso fue considerado nido de izquierdistas.

La campaña de Hilary Clinton resultó dañada por el llamado Pizzagate, una teoría que sostenía que un restaurante de Washington era en realidad el epicentro de una red de tráfico de niños y de abuso sexual infantil dirigida por políticos demócratas. Los clientes que habían estado en el restaurante y fueron localizados por las redes, el propietario, el personal, las bandas de música que habían tocado alguna vez, las empresas que suministraban la comida... todos fueron amenazados de muerte y acosados. Finalmente, un hombre se lio a tiros en el restaurante convencido de estar salvando niños de unos supuestos pedófilos. Muchos de los asaltantes del Capitolio,  atraídos allí para salvar la democracia eran de QAnon y el Partido Republicano acaba de decir que aquel asalto fue legítimo. El presidente Trump dijo, y sigue diciendo, que los de QAnon son patriotas que van a salvar al país de una conspiración izquierdista, que ya sabemos que es lo mismo que raptar niños y beber su sangre. Ahora esa es una idea política legítima. Muchos de los congresistas republicanos son simpatizantes de QAnon.

El asalto de Lorca no ha sido claramente deslegitimado por la derecha ni ha merecido una condena firme. Todo es legítimo ya para alcanzar el poder que no consiguen por las urnas. En Lorca no había niños asesinados, pero había un bulo de origen, gente que dirigía el asalto, y gente manipulada. "Nos iban a robar nuestro medio de vida".  En el Congreso de los Diputados después de la votación del otro día (medios mediante) lo que se ha robado es la soberanía popular. Puede parecer que la distancia entre robar niños y robar la soberanía popular es enorme. Pero lo terrible es que es muy pequeña porque ambas cosas son puntos en una pendiente en la que, una vez que se echa el bulo a rodar, cualquier cosa que se diga es posible.

La idea de sociedades secretas de poderosos satánicos que dominan el mundo y que se dedican a conspirar para hacer el mal, para envenenar los ríos, matar niños, arruinar las cosechas... lleva con nosotros/as desde siempre. Desde las historias de judíos o moriscos matando niños pasando por las brujas arruinando cosechas hasta el Protocolo de los Sabios de Sion en el XX, que sirvió como base al antisemitismo y a las matanzas de judíos muchos siglos nos demuestran que no hemos cambiado. Las historias, que ahora llamamos bulos, son siempre muy parecidas y se utilizan para lo mismo: para conservar el poder dirigiendo la rabia social contra el Otro/a, previamente deshumanizado y convertido en chivo expiatorio sobre el que verter el miedo y la rabia.

Aunque parezca extraño, cuanto más brutal o aparentemente increíble es el bulo mejor funciona; es como si la más mínima atadura con la razón molestara. Por eso triunfa Ayuso, porque ella en sí, toda ella, desde su forma de hablar a su manera de razonar (al menos en público) es un himno a lo irracional; en cambio, eso mismo en Pablo Casado parece impostado. Él no deja de parecer un señor de lo más corriente y, por tanto, su conversión al magufismo no parece auténtica, sus intenciones se ven a la legua y por eso, cuando dice tonterías, se hace carne de meme. A Ayuso es fácil imaginarla, en cambio, preparando conjuros contra la izquierda en las noches de luna llena.

Pero en definitiva, sorprende y asusta nuestra vulnerabilidad social, la fragilidad humana ante la irracionalidad. La pandemia ha colaborado, pero esto venía de antes. No hemos ganado la batalla de la razón y eso genera un escenario complicado para una izquierda que no puede dejar de ser ilustrada. Tantas veces hemos hablado y leído -y nos hemos asustado- de la vulnerabilidad tecnológica, de lo cerca que podemos estar de un colapso civilizatorio a pesar de nuestros conocimientos científicos y qué pocas veces nos paramos a pensar lo cerca que podemos estar de un colapso de la razón. Teníamos una absurda confianza en que la cultura y la información, ahora al alcance de más gente, nos blindaban frente a estas historias enloquecidas, y nada más lejos de la realidad. Pocas veces nos detenemos a pensar lo cerca que estamos en realidad de la muchedumbre que salía a quemar brujas en la Edad Media; o a judíos o gitanos porque habían visto a una cabra copular con el diablo; lo cerca que estamos, siempre, todavía, de la barbarie.

La distancia que separa a los que en el siglo XV asaltaron las casas de los judíos en La Guardia buscando los restos de un niño desangrado e inexistente y los que se lían a tiros convencidos de que los demócratas norteamericanos son pederastas, es mínima o ninguna. Tanta cultura, tanta educación, tanta información y tanta tecnología para descubrir que sigue habiendo mucha gente susceptible a historias de brujas con rabo (o de chips inoculados mediante vacunas). Nos separan cientos de años de conocimiento científico, pero nos une la misma humanidad aterrada y crédula ante lo que no es capaz de entender, ante aquellos que no parecen del grupo, ante cualquiera que sea diferente o pueda ser considerado raro; y desde luego, ante lo que otros, poderosos, les hacen creer.

Basta con que aletee una mariposa en algún sitio para que se desate el caos. Basta con que la incapacidad política de un Pablo Casado aterrado ante su fracaso le lleve de granja en granja y de bulo en bulo; basta con que Ayuso se vuelva antivacunas, habiéndose convencido ya de que no hay límite alguno: Franco era bueno, los curas pederastas también, el horror está en los otros, en los Menas, en los rojos, en los que hablan idiomas extraños. Alguien verá a algún rojo matar a un niño y beber su sangre y se desatará el caos.

Ahora mismo la mayor tragedia que tenemos encima es no tener en este país a una derecha demócrata y medianamente ilustrada que ayude a cerrar las puertas al fascismo.

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