Dominio público

Cuentecillos sobre la (auto)censura

Sato Díaz

Jefe de Política de 'Público'

Cuentecillos sobre la (auto)censura
Pixabay

Hasta el propio Hamlet quedó pasmado cuando con aire enfermizo, ojeroso y sudoroso (típico en él) se acercó al proscenio para indagar en aquello del ser o no ser. Entonces, el público, tras escuchar la pregunta, respondió ansioso de aventuras: "¡Ser, ser!". Y claro, como la gente de aquellos tiempos que sucedieron al Gobierno de coalición progresista no tenía muy claro cuál era el límite para que una obra artística fuera censurada por alguna administración gobernada por el PP y Vox, nada más y nada menos que hasta el príncipe de Dinamarca se asustó, pues no sabía si estaba induciendo a la audiencia a una sedición de esas que gustan tanto a Manuel Marchena.

A pocas cuadras de allí, la novelista dio un brinco repentino y cerró su portátil de un portazo, arriesgándose a perder todo lo que había escrito aquella tarde, porque, evidentemente, no había ido guardando el documento. Salió al balcón a tomar el aire, encendió un cigarrillo. Era un manojo de nervios. Había desnudado a los protagonistas de su relato en medio de la vía pública. Quizás ese atrevimiento era demasiado, no corrían buenos tiempos para el destape. Quizás por ese descuido su novela nunca llegara a ver la luz...

El desasosiego en la creación era tal que superaba la realidad y llegaba a la ficción. Los personajes de las novelas, películas u obras teatrales absorbían los temores de sus creadores. Así, los protagonistas que la novelista estaba moldeando se encontraban en bolas, en pleno centro de la ciudad, a punto de practicar sexo entre dos vehículos. Nadie los veía, estaban escondidos. Pero pese a que la pasión les animaba a seguir y no frenar, los cuerpos quedaron petrificados. La novelista había apagado el portátil y la historia se quedaba a medio, inmovilizada por el miedo a la censura. La autocensura actuaba sin miramientos.

Cuando las crisis políticas y sociales se hacen dueñas de la Historia y el ser humano no encuentra sosiego a su alrededor, el refugio en la invención y la imaginación es casi una obligación. Era el momento, la ficción tiraría del carro. Por eso, los personajes, viendo que las personas estaban paralizadas, asumieron la vanguardia y fueron a la acción. Las ideas se pusieron al frente.

Y los dos cuerpos desnudos entrelazados en medio de la calle echaron el polvo de sus vidas. Y el placer y los gemidos despertaron a la novelista de su ensimismamiento y las dudas. Y cuando quiso darse cuenta, ya estaba sentada, volvía a escribir. Por suerte, el documento se había guardado automáticamente y no tuvo que volver a empezar el relato. La trama siguió, las novelas, las obras de teatro y las películas se reproducían a todo tren.

Y Hamlet, en su duda constante, había incluso llegado a plantearse si hubiera sido mejor que el público, ante la pregunta de "ser o no ser", hubiera respondido: "¡No ser, no ser!". Pero, menos mal, no había sido así. Las personas querían ser y nadie ni nada podría evitarlo. Las personas seríamos, seríamos humanas.

Y el nivel de creación fue tan abundante, surgieron tantas buenas novelas, poesías, pinturas, esculturas, músicas, películas y obras de teatro que no hubo manos suficientes para censurarlas.

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