Ecologismo de emergencia

Daños y pérdidas, la larga sombra de la emergencia climática

Rosa M. Tristán

Embalse seco./Archivo
Embalse seco./Archivo

La imagen es desoladora. Unas cabras tiradas entre unas chozas de barro y paja. Están muertas. Es una de tantas imágenes que se encuentran cuando en Google se teclea 'Cuerno de África'. Casi nada sobrevive a meses y más meses de sequía, unidos a la guerra en Ucrania. Los animales mueren, los cultivos no salen adelante y la inflación no crece un 3,5% o un 8%, como en Europa, sino un 163% para el trigo o un 260% para el aceite. Estos son los precios en Somalilandia, donde el 40% de la población se enfrenta a una inseguridad alimentaria aguda, el doble que la población total de Suecia, cuatro veces la de Irlanda.

Las cifras salen del informe La larga sombre de la crisis climática que ha publicado Alianza por la Solidaridad-ActionAid con motivo de la COP27. Algunos testimonios son tan desgarradores como la vida misma en esas tierras. "He sobrevivido a 12 sequías en mi vida pero la actual es la peor. No hay agua. El combustible es caro. No hay dinero para comprar alimentos. Las vacas enferman. El mundo se está acabando...", asegura Amina Yusuf Cige, de 90 años. "Y ahora la gente ya no comparte, cavan su finca y no dejan pasar a nadie más".

Somalilandia y Egipto, sede de la última Cumbre del Clima de estos días, comparten continente. En la zona oriental africana, ya han muerto casi nueve millones de cabeza de ganado y 16 millones de humanos no tienen agua suficiente para beber, cocinar y la limpieza. Son daños y pérdidas causadas por el cambio climático que los pastores de Somalilandia están a años luz de haber provocado. Toda África apenas es responsable del 4% de las emisiones, como hemos escuchado estos días en ese balneario de lujo de Sharm el Sheikh .

¿Es justo que los costes de la contaminación atmosférica la paguen los más vulnerables del planeta? Los de ahora y los que están por venir porque, según un informe de la ONU, los planes nacionales para reducción de emisiones contaminantes, finalmente lo que harán será incrementarlas en un 14% para 2030 comparadas con las que había en 2010. Como si el futuro no importara. Como si el presente no existiera tras un año en el que las temperaturas han batido récords, los incendios han masacrado bosques y los hielos se han fundido.

Las previsiones de 2015 se han quedado cortas y las nuevas son tremendas: si el planeta continúa en su actual de calentamiento, 167 millones de hogares podrían perderse debido a desastres climáticos entre ahora y 2040. Es el equivalente a perder  unas 23.000 viviendas al día en 20 años. La escala de la destrucción que se avecina es difíciles de comprender. Esa destrucción será menor al principio, pero se multiplicará en las décadas siguientes.

Ya lo estamos viendo. En las sequías africanas, en las inundaciones en Pakistán o las olas de calor en la India. ¿A quién ir a reclamar daños y perjuicios? ¿Cómo recomponer la vida cuando el mundo mira a otro lado?

De la respuestas a estas preguntas viene la reclamación ya histórica de crear un fondo específico para ello. Y en Egipto está de nuevo sobre la mesa, donde cumbre tras cumbre la ponen los países menos desarrollados, los insulares y la sociedad civil, que defienden crear un mecanismo que sirva para financiar esa recuperación tras una catástrofe climática. Un mecanismo que permita que el pastor somalí Adi recupere algunas cabras y ovejas porque era su sustento y murieron de sed. Hoy vende leña y carbón –lo que a su vez aumenta la deforestación en su comunidad- y lo que saca no le da para alimentar a su familia, como cuenta ActionAid.

Y es que Adi no podría nunca acceder a un seguro de esos de los que también se habla en las COP, pero que como mucho cubren el 1,5% o el 2% de las pérdidas, si es que es posible hacerlo porque las compañías son muy reacias a asegurar comunidades donde el riesgo de sequía o desastre ambiental cada vez es más alto.

Tampoco puede esperar mucho de su gobierno. Los países en desarrollo deben costear los daños en infraestructuras y no tienen recursos para ofrecer protección social a los damnificados por un desastre ambiental, como los hay en nuestro entorno. Es más, al disminuir la actividad económica, aún bajarán más sus ingresos fiscales. No les queda otra que desviar recursos destinados a servicios públicos para arreglar lo destruido, mientras el FMI, por su lado, les obliga a ser cada día más austeros para que paguen sus deudas. Por poner un ejemplo, tras los destructivos ciclones Idai y Kenneth que azotaron Mozambique en 2019, mataron a más de 1.000 personas y dejando a tres millones sin comida, agua o vivienda, el Gobierno del país se vio obligado a aceptar un préstamo de 118,2 millones del FMI y recortar servicios públicos clave para atender los pagos de la deuda.

Un grupo formado por 20 países muy vulnerables al clima, el V20, en un análisis señala que en 20 años los costos de los impactos del cambio climático les han reducido en un 20% su PIB, unos 525.000 millones de dólares. Desde las organizaciones Climate Action Network y Debt Justice añaden que en los próximos 10 años, solamente los países del África subsahariana tendrán que asumir una deuda adicional de 996.000 millones, lo que supone un aumento del 50%, por inundaciones, ciclones y sequías que les llevarán a un bucle de 'sobredeuda' inasumible.

Datos y argumentos no faltan para hablar de esa justicia climática que tanto se menciona y tan poco se cumple en las Cumbres del Clima. Ciertamente, existen fondos climáticos destinados a apoyar a los países en desarrollo, pero lo hacen para que se adapten o para mitiguen, es decir, recorten sus emisiones pero no paga los daños. Y, para más ‘inri’, ni siquiera se están cumpliendo los compromisos que se asumieron en otras cumbres para esos fondos -100.000 millones anuales de dólares desde 2020-  que, en gran parte, además, se trata de préstamos a devolver. Ese dinero debía ir al Fondo Verde del Clima, creado en 2010, destinado sobre todo a proyectos de mitigación y algunos a adaptación en países con pocos recursos. A día de hoy, se han comprometido 11.000 millones en 12 años. Una cifra insignificante si se compara con los daños y, lo que es más sorprendente, no está llegando ese dinero a los que son más vulnerables, como se ha denunciado en la COP27 por parte de analistas.

En relación con el Fondo de Pérdidas y Daños se ha avanzado poco desde 2007, cuando se mencionó por primera vez. Esta COP egipcia era uno de los temas en los que poner el foco, más siendo en un país africano. En 15 años y 15 cumbres poco se ha avanzado; si se puso en marcha  en el Mecanismo Internacional de Varsovia (WIM) en 2013 como paso previo a un posible fondo de este tipo, porque antes había que determinar cuales son los costes achacables al cambio climático. Tras años parado, en 2019, en Madrid, se creó la Red de Santiago, con el fin de movilizar acciones dentro del WIM.

Y así llegamos a Egipto. El informe de ActionAid recoge datos que indican que para 2030 los daños y perdidas serán ya de entre 290.000 y 580.000 millones de dólares. Algunos países, como Austria, Escocia, Nueva Zelanda, Canadá o Alemania ya han comprometido algunos millones (7, 10, 20, 100 millones...) para ese fondo, pero como se ve las cifras son más simbólicas que otra cosa. Por el contrario, frente al clamor del sur y los países insulares, que temen desaparecer bajo la aguas oceánicas, la Unión Europea y Estados Unidos ya ha dicho que no, que es mejor utilizar los fondos climáticos ahora disponibles para otra cosa, como el mencionado Fondo Verde Climático o el Fondo de Adaptación Climática, del que es fiduciario el Banco Mundial y que en 20 años ha asignado 850 millones. Por poner en contexto, recordemos que solo cinco compañías energéticas españolas han logrado 11.000 millones de euros de beneficios en nueve meses.

Todo indica que esta COP27 tampoco va a pasar a la historia ni porque haya más recortes de emisiones en el horizonte –de hecho las emisiones siguen subiendo a nivel global- ni porque haya un 'ataque' de justicia climática, pero que cierre sin conseguir avances para que este fondo sea realidad sería un indudable fracaso.

Mientras concluyo este artículo, no sólo hay una Dana en el Mediterráneo (recalentado tras un verano infernal), sino que hay inundaciones en Arabia Saudí, sigue muriendo el ganado en Somalia y fauna salvaje en Kenia, se construyen granjas flotantes en Bangladesh porque el mar se está tragando la tierra y en Groenlandia las casas se caen por el deshielo del permafrost. Y en el balneario de Egipto, los líderes del mundo contaminante tienen que asumir la responsabilidad que les corresponde. Ya no se puede esperar más.

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