El dedo en la llaga

El desencaje de IU

Gaspar Llamazares señala dos factores clave para entender que IU sólo haya logrado dos escaños.

Habla, en primer lugar, del "tsunami bipartidista". Hay quien afirma que las divisiones internas han hecho mucho daño a IU en estas elecciones. No lo creo. Para división interna, la que padeció en el periodo 1993-1996, y en aquellas elecciones logró sus mejores resultados (2.640.000 votos). El electorado, cuando quiere, olvida las crisis internas. Ahí está el Partido Socialista de Navarra para demostrarlo. Y el PP valenciano, al que ni el incordio de los zaplanistas ni los escándalos judiciales han acarreado merma alguna.

El auge del bipartidismo explica más. Y afecta también a más: a los nacionalistas vascos (fuerte descenso del PNV y desaparición de EA) y a los catalanes (batacazo de ERC y pérdida de votos de CiU, por mucho que haya logrado un escaño más que en 2004).

Pero el bipartidismo pasa triple factura a IU, dada la legislación electoral española, que establece unas circunscripciones desiguales hasta la caricatura y penaliza muy injustamente el voto disperso. Sólo un tercio (!) de los 962.834 votos logrados por IU se han traducido en escaños. ¡Los 645.000 restantes han ido a la basura, sin más! (Con 773.993 ha logrado CiU 11 escaños.)

Son factores de peso, pero hay otros, que Llamazares no cita porque tal vez ni siquiera los percibe. Está el hecho de que, durante la pasada legislatura, ha ejercido una oposición al Gobierno del PSOE que en la práctica ha resultado casi retórica. Lo ha apoyado en todo lo esencial y se ha distanciado de él en asuntos en los que su respaldo era innecesario. Haber insistido durante la reciente campaña electoral en que Zapatero debería concederles un ministerio no ha sido un error, sino un ejemplo. A la vez, ha sido incapaz de fundirse con los movimientos sociales reales, casi todos juveniles, que han cobrado
algún auge.

Y está también –lo sé de sobra– el signo de los tiempos. En toda la Europa pudiente tiende a imponerse un bipartidismo cada vez más derechizado y apoltronado. No sólo es difícil expresar posiciones realmente críticas. También encontrar quien quiera escucharlas.

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