El detonador

Bill Callahan: Sublime, excelso, inmaterial

Puedes conocer a Bill Callahan (EEUU, 1966) por su grupo Smog. O por su grupo (Smog), así, entre paréntesis, como también lo llamó. ¿Quién sabe? Quizás te hayan contado que fue novio de Chan Marshall, más conocida como Cat Power, y que le rompió el corazón. O que luego se lió con Joanna Newsom, la arpista cabecilla del nuevo-folk. ¿O acaso escuchaste una canción suya, 'Cold blooded all times', en la película 'Alta fidelidad'? Si después de esto ni flores, por favor, sigue leyendo y espabila, leñe.

Es broma: en realidad, no es necesario conocer a Bill Callahan para ser feliz, ¿verdad? Incluso todo lo contrario: escuchar sus canciones puede hundirte en el fango como no te andes con cuidado. El amigo Callahan no es la alegría de la huerta, precisamente. Su música es fría, cerebral, matemática, un tanto tétrica...

Y aún así, absolutamente bella. ¿Cómo es posible? Lo es y lo demuestra en su nuevo disco, una plato delicatessen que ni El Bulli (me río del Bulli, en serio). El disco se llama 'Sometimes I wish we were an eagle' y es una obra maestra. ¡Ala, ya lo he dicho!

Y eso que en las dos primeras escuchas pasó por mis oídos sin pena ni gloria. Yo le echo la culpa a que era una copia promocional en la que una bocina de automóvil sonaba cada minuto (una estrategia anti-piratería del sello bastante chunga. Drag City: ¿así se respeta un disco?). En todo caso, no hay disculpa que valga: no me enteré de la misa la media...

Es lo que tienen los grandes discos: necesitan varias escuchas hasta que entras en ellos.

Hasta que, ya sin bocina, escuché ese tema que tenéis arriba en el YouTube, 'All thoughts are prey to some beast', y entonces entré en el esplendoroso jardín que Callahan había cultivado para nosotros. ¡Vaya que si entré! Días llevo dentro. ¡Os escribo desde él en estos momentos!

(En el vídeo de la izquierda, Bill Callahan toca 'Jim Cain', tema de apertura del disco, en una tienda de discos)

Quizás 'All thoughts are prey to some beast' sintetice todo lo que nos encontramos en el álbum: la guitarra repetitiva e hipnótica, los diálogos de cuerdas y vientos -mucho más que adornos-, la base rítmica primitiva, los arrebatos de ruido y su voz psicótica de barítono, entre la profunda afección y la sobriedad más absoluta.

En realidad es el disco de un cantautor que, de tan personal, no parece un cantautor. Nada en este disco se apoya en lo establecido, sino que parece construido nota a nota en el vacío sonoro hasta edificar canciones totalmente propias, originarias de Bill Callahan. Maestro.

Tres cosas que me gustan especialmente:

1) El ritmo: fundamental en las canciones de este tipo, que parecen recorridas por una columna vertebral en continua pero perfecta convulsión. Escuchad 'Eid ma clack shaw' o la tremenda 'My friend' y lo entenderéis.

2) La interpretación: Bill Callahan tiene fama de tipo sobrio, pero si prestas atención a cómo canta, en muchas ocasiones parece a punto de romperse. Por otro lado, la estructura de la voz no suele seguir un patrón fijo, sino que está ceñida al contenido de la letra. ¿Que qué quiero decir? Pues por ejemplo, que si dice algo especialmente importante, lo puede llegar a repetir varias veces y a destiempo para recalcarlo. Todo esto le da un aire de misterio e imprevisibilidad muy chulo.

3) Los estribillos: Pese a que sus canciones carecen de esqueleto reconocible, suele llegar un instante en el que dibuja un emocionante estribillo. En este disco suenan románticos, delicados y preciosistas.

Es posible, ya aviso, que cuando escuchéis el disco penséis que es un coñazo. Tened paciencia. Ablandad el corazón. Abandonaos un poquito.

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