Rosas y espinas

La depresión de Pedro Sánchez

La depresión de Pedro Sánchez
Foto de archivo de Pedro Sánchez- EP

Dicen muchos que el capitán Pedro Sánchez está dispuesto a abandonar la nave porque unas gotitas de tempestad han salpicado las alfombras de su camarote. Respeto mucho el dolor de mi presidente, y creo que, en nuestras meditaciones periodísticas y políticas, falta una perspectiva: la psicológica. Incluso la psiquiátrica.

Nadie se ha planteado la posibilidad de que Pedro Sánchez esté enfermo, que haya tomado esta decisión porque duda de si está aun capacitado emocionalmente para el cargo, que no puede más porque la imputación de Begoña Gómez lo ha sumido en depresión patológica, y lo ha doblado como ser humano, y de repente ElGuapo/LaLeyenda no se siente con fuerzas para dirigir ni digerir un partido ni un país hasta que salga del agujero mental.

Eso puede pasarle a cualquiera de un día para otro. No es tacticismo ni victimismo. Quizá lo de Pedro Sánchez solo sea dolor íntimo e inaudible, una depresión, y si no puedes detener tu propia depresión tampoco puedes luchar contra la tristeza de tu tierra y de tu mundo, que es la principal labor de un líder obrero, se llame socialista, comunista o anarquista. No se puede mejorar el planeta sin un alto grado de entusiasmo irracional.

Dice siempre Pablo Iglesias –que lo conoce bien porque fue su vicepresidente-- que PS no tiene ideología. Estoy casi de acuerdo, pero he de confrontar. PS no tendrá ideología, pero sí sabe qué ideología debe combatir, y eso, en estos tiempos, ya es bastante adorable entre líderes de nuestra blanda banda izquierda.

Lo demostró cuando en 2016 dejó su escaño, sus armas y bagajes para no investir por omisión al corrupto Mariano Rajoy, y luego cuando, con todo el aparato del partido en contra, le ganó la secretaría general del PSOE a Susana Díaz y Patxi López.

Sus cuatro años de gobierno con Podemos lo heroificaron: pandemia, volcán, invasión de Ucrania: subidas antisistema de salarios, récords de empleo, excepción ibérica, beneficios empresariales disparados, disminución de deuda, actualización de pensiones hasta umbrales humanos, ERTE que evitaron un cataclismo empresarial...

Por no olvidar que Pedro Sánchez preside la Internacional Socialista y que ahora mismo es el agente más efectivo, potente y carismático del Partido Socialista Europeo. Hasta la popular Úrsula von der Leyen le pone ojitos. Y Olaf Scholz, el canciller socialista del gigantismo alemán, ni le discute el papel protagonista. Ay. Cómo de agónico estará el socialismo germano como para que nos ceda el liderazgo a los jacarandosos y taberneros septentrionales.

Quiero decir con todo esto que Pedro Sánchez puede estar orgulloso de sí mismo. No veo lugar a la depresión. Pero todos tenemos dos caras.

Pedro Sánchez (con la complicidad elusiva de Pablo Iglesias) no derogó la ley mordaza: la que da veracidad a la palabra de un policía sobre la de cualquier ciudadano, incluido Pedro Sánchez.

Nuestro ahora pensante presidente se da cuenta de repente de que la impunidad judicial puede admitir una querella disparatada contra la honorabilidad de su mujer. Con la ley mordaza, mañana un policía puede detener su coche oficial y asegurar que en su maletín guardaba un quilo de coca. Apresarlo. Difamarlo. Hundirlo. La palabra del policía está por encima de la suya.

Yo también estaría deprimido si hubiera podido derogar la ley mordaza y no lo hubiera hecho. Sirve para derrocar gobiernos, como el lawfare: basta con un simple control de tráfico de dos policías corruptos al coche oficial de un presidente.

Otra de las grandes causas de depresión de Pedro Sánchez puede ser lo sucedido durante sus años de presidente en nuestras vallas con Marruecos, donde se mata y se denigra a gente cuyo único delito es buscar un lugar mejor donde vivir. PS no puede presumir de haber defendido los más básicos derechos humanos.

Quizá también le deprima, como a mí, que cada vez más gente de pasado razonable se adhiera al odio y a la desinformación con entusiasmo, azuzada desde medios de comunicación públicos. Y que el Gobierno no haga nada para dignificar TVE y RNE, donde a menudo anidan ignaros masterchefs paleofascistas muy bien pagados difundiendo bulos, insultos y paletadas.

No voy a obviar los silencios que Pedro Sánchez dedicó a sus socios de gobierno, Pablo Iglesias e Irene Montero, cuando fueron acosados durante meses por una horda de aguiluchos descerebrados en su chalé. Recordar ese silencio, cómplice y profundo, también tiene que deprimir a cualquier meditabundo presidente del gobierno.

Y, por supuesto, quizá también le deprima pensar que la mujer de un presidente del Gobierno no debe firmar ninguna carta de recomendación de nada. Ni de lo más inocente y nimio que tenga que ver con financiaciones o concursos públicos.

Quizá los Sánchez/Gómez no se dieron ni cuenta de lo que estaban haciendo. Pero lo estaban haciendo. Y la empresa recomendada se llevó una subvención de siete millones de euros. Es legal, pero no demasiado estético. Y la estética es la vigilante de la ética.

Pedro Sánchez, y creo que todos vosotros, sabe que si esto lo hubiera hecho cualquier cargo del PP o de Vox no pasaría nada, pues no hay delito ni irregularidad que estos caballeros y cabelleras no hayan cometido impunemente, y con la connivencia divertida de sus votantes y sus jueces. Pero la galerna ha salpicado las alfombras del camarote del capitán anticorrupción. Y ahora PS sabe que la presión mediática sobre el asunto de las recomendaciones de su mujer no cesará.

Lo que yo no me explico es que Pedro Sánchez nunca hubiera pensado que podrían acabar yendo contra él. Que no hubiera hecho nada antes, pues este golpe de Estado era previsible. Que no hubiera escuchado lo que íbamos escribiendo los periodistas sobre nuestras persecuciones, y las de políticos y activistas.

PS está deprimido porque se consideraba intocable, y no lo es. Según mi iletrada opinión, debería salir del agujero depresivo y admitir que no es intocable ni Eliot Ness, y dimitir, o plantear una cuestión de confianza no solo a su persona, sino exigiendo a los partidos que voten, con su continuidad, una batería de medidas legislativas contundentes contra la difamación mediática, política y judicial. Que corromper la democracia deje de ser barato.

Voy a acabar con una solemne tontería: tener un presidente débil me hace más fuerte, porque siento que es uno de los míos. Cuando las flaquezas sean más poderosas que las fortalezas, quizá empecemos a entender lo que significa la democracia.

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