El mapa del mundo

Un dictador con un diez en economía

Hay dictaduras que no esconden su rostro y dictaduras que pasan de puntillas. Los buenos resultados económicos y el hacer bien los deberes que ponen las instituciones internacionales ayuda mucho. Y Zine el Abidine Ben Ali, presidente de Túnez, es un alumno brillante. Esta semana se han cumplido veinte años desde que Ben Ali decidiera que su antecesor, Habib Burguiba, estaba ya un poco chocho y lo destituyera del cargo alegando una supuesta senilidad.

Desde entonces,  el nivel de vida de los tunecinos ha mejorado sensiblemente. No así su libertad de reunión, expresión y asociación, que están de capa caída. Durante muchos años, ni siquiera tenían la libertad de dejarse crecer la barba. El look islamista estaba muy mal visto y podía bastar para que uno diera con sus huesos en el calabozo.

Pero,  para muchos, los excelentes resultados de la economía tunecina bien valen una barba. En 1987, el Producto Nacional Bruto por habitante era de 960 dólares; hoy, se eleva a 4.294 dólares. La tasa de pobreza que hace dos décadas era del 7,7 por ciento de la población hoy se ha reducido a más de la mitad, el 3.8 por ciento. Ocho de cada diez tunecinos tiene vivienda en propiedad y la escolarización de los niños asciende al 95,2 por ciento entre los seis y los catorce años. Unas notas tan buenas merecen su recompensa y el Foro Internacional de Davos ha reconocido a Túnez otorgándole el título de economía más brillante de África.

La diferencia con sus vecinos hace relucir aun más los logros del régimen de Ben Ali. La renta de los marroquíes no llega ni a la mitad de la de los tunecinos. Qué decir de Argelia, país que posee enormes recursos en hidrocarburos que no se traducen en una mejora del nivel de vida de la población. La otra cara de la moneda de la prosperidad de Túnez es el alto precio en libertad que este país paga por ella.

El partido de Ben Ali, la Reagrupación Constitucional Democrática (RCD) acapara todos los aspectos de la vida política. Controla el Gobierno, todos los resortes de la Administración, el Parlamento, los ayuntamientos y, por supuesto, la Justicia, que dista mucho de ser independiente. Todo. La oposición está absolutamente marginada.

Impresionados por la mano férrea con la que Ben Ali conduce su país hacia el desarrollo económico, la Unión Europea y Estados Unidos le perdonan siempre sus pecadillos. Poco importan los informes de la Federación Internacional de Derechos Humanos como el que este mes de octubre se ha divulgado sobre el pequeño país magrebí.

En él, se denuncia que en los calabozos de Ben Ali se pudren "un gran número de presos políticos", que en Túnez se practica la tortura, que los militantes de derechos humanos sufren acoso y amenazas constantes, que los partidos políticos que pretenden ejercer una oposición real son perseguidos y coaccionados.

Instalado en sus apoyos internacionales y en la filosofía del pan y circo, Ben Ali no parece inquietarse, a pesar del riesgo, del que Túnez no está exento, de que el islamismo radical se extienda a pesar, o más bien gracias, a la represión que ejerce su régimen.

Trinidad Deiros

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