Tierra de nadie

Los falsos suicidas griegos

Quizá no lo recuerden, pero al principio de la crisis florecieron algunos estudios que, en contra de todo sentido común, sostenían que la depresión económica aumentaría la esperanza de vida. El razonamiento era impecable: los gordos comerían menos y adelgazarían, lo que les libraría del infarto; los parados dejarían de hacerlo fuera de casa, como hacían cuando trabajaban, y esquivarían el colesterol de los menús del día y el estrés de la oficina; cogeríamos menos el coche para ahorrar en gasolina, lo que haría disminuir los accidentes de tráfico y las muertes al volante y, ya de paso, se reduciría esa contaminación tan perniciosa. Todo eran ventajas. Daban ganas realmente de estar desempleado, desahuciado o ambas cosas a la vez.

En el caso español se aliaban otros factores para explicar esta natural renuencia a que el ABC publicara nuestra esquela antes de tiempo. Por un lado estaban los lazos de solidaridad que anudan entre sí los pobres –y nosotros lo éramos hasta poco antes de que Aznar quisiera meternos en el G-8-, reforzados a su vez por esa red de protección que crea la familia para sus miembros en dificultades. De otro, una tradición católica que no admitía matices: un asesino arrepentido podía acabar en el cielo alquilando plaza en el purgatorio, pero un suicida iba al infierno sin remisión.

Acabamos de saber, sin embargo, que en Grecia los suicidios han aumentado un 40%, un dato que sugiere no que los estudios fueran una patraña sino que estos tíos no sólo manipulan su déficit público sino también sus estadísticas de fiambres. Cristianos a más no poder aunque ortodoxos, con familias numerosas a las que pedir ayuda, ¿quién puede creerse que no hayan aprovechado los despidos, las subidas brutales impuestos, el recorte de las pensiones o el de los salarios en el caso de los funcionarios, y hasta la humillación internacional para estar más sanos y ser más felices?

Gracias a los ajustes, los griegos tiene una oportunidad de revivir el siglo de Pericles, con ciudadanos ociosos proclives a filosofar a los pies del Partenón. Seguramente, no lo agradecerán los muy ingratos.

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