Tierra de nadie

¿Trabajadores? Mejor robots

Una vez que el Gobierno ha cogido por los cuernos el toro de la reforma laboral, en gráfica expresión del presidente de la CEOE, Joan Rosell, la patronal se ha saltado todas las suertes de la tauromaquia y ha pedido a Rajoy -que otra cosa no será pero diestro es un rato-, que lo apuntille ahora que puede a cambio de las dos orejas y el rabo. A eso se reduce su petición de restringir el derecho de huelga, con la que se trataría de evitar que a los damnificados de los ERE no negociados, los convenios suspendidos o los recortes de sueldo no pactados les dé por protestar, ignorantes de que sus despidos o los mordiscos a sus nóminas son vitales para volver a contratar y sacar al país de la crisis.

Los empresarios llevan pidiendo una ley de huelga desde el primer día del Génesis por la mañana, como si aquí lo salvaje fueran los paros y no algunas de las causas que los determinan. Es cierto que su reglamentación se remonta a un decreto del año 1977, pero también lo es que ya en 1981 el Tribunal Constitucional eliminó aquellas partes no compatibles con la Carta Magna y determinó cómo debía interpretarse su articulado. Esta normativa es la que prohíbe por abusivas las huelgas de celo, intermitentes y rotatorias, y hasta las políticas, en la medida que resulten ajenas al interés laboral de los afectados.

Pero es que ni siquiera estaría justificado invocar esta ley para establecer la regulación de los servicios mínimos en sectores esenciales, que son decretados por la autoridad gubernativa con carácter desmedido, tal y como han certificado los jueces al pronunciarse sobre algunos conflictos laborales años después de que se produjeran. España se encuentra en la misma situación que Alemania, Suecia, Francia o Reino Unido, que, como se nos dice, son los espejos en los que debemos mirarnos para comprobar si vestimos laboralmente a la moda o seguimos con los pantalones de campana.

Rosell es un profeta tardío del maquinismo. Todo funcionaría mejor con robots, a los que se enciende y se apaga y no paran para el bocadillo. Ni cobran, ni se manifiestan, ni hacen huelgas. Un paraíso, oiga.

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