Tierra de nadie

Otra de romanos: la operación Monti

La política ficción es un género periodístico al que no se le suele hacer justicia. Uno de sus relatos más celebrados sigue vigente y tenía que ver con la supuesta gran coalición que más de un año antes de las generales de 2015 preparaban ya el PP y el PSOE, liderado entonces por Rubalcaba, para salvar el bipartidismo y frenar a las fuerzas emergentes que llegaban para regenerar la vida pública. Dos pasos por las urnas después, hay seguidores de la profecía que se mantienen en sus trece y aún confían en que una abstención del PSOE a un candidato del PP en unas hipotéticas octavas elecciones no les deje del todo en ridículo para poder presumir ante sus nietos de su enorme clarividencia.

El género es ideal para la reseña de conspiraciones incomprobables o chismorreos de bar que empiezan a cobrar forma a partir del segundo gin tonic. Ocurre por lo general que siempre hay un hecho que desbarata el pretendido complot o que hace imposible su materialización, y es justamente en esos detalles donde obtiene su crédito. En definitiva, todo hubiera sucedido tal y como se ideó de no haber sido por esas dichosas circunstancias con las que nadie contaba.

Las dos últimas de estas pretendidas conjuras abortadas se pusieron en circulación a principios de año, tras el 20-D, donde el electorado habló pero nadie supo o quiso entender lo que había dicho. La primera tuvo como protagonista a García Margallo, del que se extendió el rumor -quizás lo hizo él mismo- de que era el tapado del PP para alcanzar la investidura si Rajoy fracasaba en un intento que ni siquiera llegó a concretar. Margallo lo tenía todo: era un tipo preparado, con experiencia e idiomas y monárquico a machamartillo. Y como el caballero además de colonia suda vanidad, se dejó querer hasta el punto de que aprovechó la presentación de un libro de historia de la política exterior española para esbozar todo un programa de gobierno sobre el que debía cimentarse esa gran coalición que está por llegar un siglo de éstos. Lógicamente, lo que no dejaba de ser una fantasía onanista se esfumó pronto y el genio volvió a la botella a echarse la siesta, porque hay cosas que son imposibles por mucho que se empeñe el mismísimo Aladino.

Casi simultáneamente se propaló otro supuesto contubernio al que ahora por imposible se da carta de naturaleza, según el cual el ministro de Lehman, o sea Guindos, y el clon de Aznar, es decir Soria, tomarían las riendas del Gobierno y del PP tras el anunciado fracaso de Rajoy. El de Economía, también un chico con idiomas y tan respetado en Europa que hasta Juncker no duda en cogerle por el cuello, se convertiría en el Monti español y Soria en el presidente del PP, una bicefalia indispensable en el cuento porque Guindos no está afiliado al partido.

El disparate se desvaneció cuando a Soria le pillaron con el carrito del helado en los papeles de Panamá pero se mantuvo vivo, al menos en lo referente a Guindos, hasta esta misma semana, en la que el escándalo de la designación de su amigo el yonki de los paraísos fiscales como director ejecutivo del Banco Mundial ha convencido a los guionistas de que era mejor poner punto y final a esta peli de romanos. En definitiva, Guindos iba para Monti pero ya no podrá serlo por su mala cabeza. Así no hay quien gane un oscar.

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