Fernando Luengo
Profesor de economía aplicada de la Universidad Complutense de Madrid, miembro de econoNuestra, del círculo Energía, Ecología y Economía y del Consejo Ciudadano de Podemos en la Comunidad de Madrid
Como en las ceremonias religiosas, cuando se exhorta a los cónyuges a permanecer unidos en la salud y en la enfermedad, los salarios también son invocados "en la salud y en la enfermedad"; la desmesura salarial estaría en el origen de todo tipo de disfunciones económicas, mientras que la moderación de los ingresos de los trabajadores sería algo así como un fierabrás universal.
¿La economía entra en crisis? La culpa es de los salarios, cuya progresión ha estimulado el despilfarro y ha deteriorado la balanza comercial. ¿El crecimiento económico se estanca o retrocede? Presionemos los salarios a la baja y de este modo las empresas reducirán los costes y los estados conseguirán equilibrar sus presupuestos. ¿Aumenta el desempleo? Reduzcamos los salarios, pues el alto nivel de éstos dificulta que las empresas generen puestos de trabajo. ¿Tenemos un problema de competitividad? Exijamos una estricta disciplina salarial, pues de esta manera recuperaremos y ganaremos cuota de mercado. ¿La actividad económica despunta? Perseveremos en la moderación salarial, con el convencimiento de que este es el camino para consolidar la recuperación y no volver a las tinieblas de la crisis ¿La economía crece a buen ritmo? No nos olvidemos que apostar por la moderación salarial es la clave esencial para que los beneficios desempeñen el papel motor que les corresponde, impulsando las inversiones y creando empleo.
El factor salarial vale para explicar la irrupción de la crisis y la entrada de las economías en un largo y doloroso periodo recesivo. Poco importa saber que desde la década de los ochenta del pasado siglo los ingresos salariales han tendido al estancamiento y a crecer menos que la productividad del trabajo y que las políticas de represión salarial, en un contexto de sobre endeudamiento, han encerrado a las economías en un bucle recesivo.
También se saca a pasear el factor salarial para explicar el desempleo; desempleo que, paradójicamente, ha aumentado al mismo tiempo que las retribuciones de los trabajadores retrocedían en términos nominales y reales. Al contrario de lo sostenido por la economía convencional, las políticas de contención salarial han contribuido a debilitar la demanda y a cercenar las posibilidades de negocio de las empresas, agravando el problema del desempleo.
Tampoco se sostiene relacionar moderación salarial y fortalecimiento de las posiciones competitivas. Los problemas estructurales de los que adolece nuestra economía -organizativos, tecnológicos, energéticos, financieros, dimensionamiento de las empresas...- poco o nada tienen que ver con los costes laborales. Ajustarlos a la baja, además de injusto, además de situarnos en la órbita de los países que vulneran los derechos sindicales y políticos de sus trabajadores, además de ignorar que los países con mejor desempeño comercial son los que acreditan salarios más elevados, resulta en extremo ineficiente pues equivoca el diagnóstico.
Quienes defienden que en la recuperación hay que mantener la bandera de la austeridad salarial están privando a los trabajadores del legítimo derecho de recibir una parte de las ganancias de ese crecimiento. En otras palabras, la austeridad salarial es una cortina de humo para que el capital continúe apropiándose, como hasta ahora, de una parte creciente de la renta nacional. Razonar en esos términos sienta las bases de nuevos episodios de crisis que, no lo olvidemos, tienen entre sus principales causas el estancamiento salarial.
Finalmente, no es de recibo relacionar salarios con el paquete "beneficios-inversión", ni antes, ni durante, ni después de la crisis. Es un hecho bien conocido y contrastado que la mejora de los márgenes empresariales, resultado de las políticas salariales contractivas, no se traduce necesariamente en más inversión productiva. Una parte de esos beneficios se convierte en inversiones financieras o se utilizan para reducir los niveles de deuda de las empresas o se orientan a remunerar a los equipos directivos y a los grandes accionistas.
Nada de lo anterior, avalado por economistas e instituciones de reconocido prestigio, importa para los convencidos de las virtudes de la disciplina salarial. El Fondo Monetario Internacional, el Banco de España y las patronales de nuestro país han salido recientemente a la palestra para presentar sus recomendaciones-exigencias. Más de lo mismo. Como si nada hubiera sucedido en estos últimos años, como si defender la aplicación de políticas de contención salarial formara parte del abc de la lógica económica.
Dejando a un lado los argumentos anteriores, que para un buen economista tendrían que ser consideraciones de cabecera, me pregunto si los dirigentes de estas instituciones y sus economistas podrían presentar sus recetas ante un auditorio compuesto por trabajadores cuyo salarios se han reducido de manera sustancial o que perciben una retribución que les coloca en la pobreza. Me temo que sí, que podrían hacerlo, sin pestañear, con su aire petulante y anodino, con sus rígidas maneras... pensando, quizá, que la geografía donde se mueven la mayor parte de los trabajadores nada tiene que ver con su universo. Ese universo selectivo, alejado del mundanal e incómodo ruido, donde perciben remuneraciones extravagantemente elevadas.
Si tuvieran un poco de vergüenza, que no la tienen, deberían predicar con el ejemplo, reduciéndose sus fabulosos salarios; y que luego sigan, sin perder un minuto de su precioso tiempo, por las grandes fortunas y patrimonios, para, a continuación, aplicarse a fondo en los salarios y en las otras retribuciones percibidas por los altos ejecutivos de las corporaciones.
Nada de esto ocurrirá. Continuarán en su urna de cristal, en sus cómodos despachos, viviendo a lo grande y redactando informes y estudios al servicio del poder.
Comentarios
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