La revuelta de las neuronas

¿Hasta dónde son capaces de llegar?

¿Cómo es posible que seamos capaces de sobrellevar los horrores, las imágenes que nos desbordan y grecia sufcontinuar con nuestra vida como si no pasara nada? No me refiero a cuestiones abstractas y llamadas a la paz en el mundo, sino a hechos concretos, fijados en la opinión pública donde  a poco que uno rasca, la podredumbre salpica a la vista. Cuando los mandatarios europeos viajan a Lampedusa y ponen caras largas ante "la tragedia humanitaria", nos debatimos entre desear sentirnos bien y confiar en que su puesta en escena servirá de algo, y el cinismo absoluto de saber que todo es un paripé y aun así, celebrarlo. La ideología es un gran mecanismo para resolver disonancias cognitivas.

Cuando se acusa a Grecia de "querer vivir del resto", se aplica la misma lógica irracional (como la fascista), sin mucho sentido y por lo tanto, ideológica, que a la hora de analizar las muertes de inmigrantes en el mediterráneo.  Nadie afirmará estar a favor de que lo pasen mal los griegos o de que el océano sea un cementerio de pobres que flotan en nuestras pantallas, pero muchos sí están en contra de apostar por una solución. De ahí que se señale a Grecia de querer vivir del resto de Europa y que la prioridad en la inmigración sea evitar el "efecto llamada". La culpa es del otro. El resto, la maquinaria facinerosa de las finanzas y su arquitectura criminal en la UE, solo tienen errores a corregir, matices que limar, pero nunca se puede discutir su arcano: un diseño político-económico pensado para saquear a la mayoría, de dentro y de fuera. El cinismo manda,  es como si no existiera el salvamento público a los bancos privados, o como si no existiera el "efecto expulsión" cuando se financian guerras y se venden armas. Todo se se reduce a factores ajenos para no poner en duda la lógica que lo produce: se trata de las mafias que se aprovechan de la gente, dice el capo, se trata de un estado casi fallido, clientelista y corrupto, acusa quien aconsejó maquillar las cifras.

Siempre es recomendable trazar una genealogía más amplia de los hechos para no quedarnos con el ruido, o para no adoptar el discurso que le conviene a quien quiere que nada cambie. ¿Por qué no se aplica el discurso de las subvenciones contra aquellos que hemos subvencionado? Se acusa a los griegos cuando hemos salvado bancos en lugar de personas, pero se calla cuando la CNMC calcula que el sector financiero español ha disfrutado de 94.753 millones en ayudas entre 2008 y 2013. No se ahonda en que de los 56.181 millones de dinero público inyectados en las entidades financieras sólo son recuperables 15.841, (se pierde el 72%) según datos del FROB. Más recientemente, el Estado "da por perdidos" los 12 mil millones de euros inyectados a Catalunya Banc y que se ha vendido casi a precio de saldo al BBVA.

La despolitización tiende a indicarnos que lo mejor es ubicarse entre uno y otro y que eso, es síntoma de sensatez y moderación. Ser de centro no quiere decir nada, lo que importa es qué se coloca como lo central. Si desahuciar personas y salvar bancos es una barbaridad, parar un desahucio es la base de la dignidad; ahí la sensatez queda clara. El ser humano es capaz de cometer el peor de los horrores con la mayor de las tranquilidades: nos lo recuerdan las grabaciones de los nazis disfrutando de la 9ª sinfonía de Beethoven en la ópera. La barbaridad suele estudiarse en los libros de historia, en el presente somos capaces de asumirla con normalidad, por eso la batalla pasa por impedir esa normalidad sumisa que nos empuja a la soledad privada, la antesala de las pasiones más tristes. Una sociedad que se empobrece y pierde derechos solo puede tomar una postura sensata: defender a la sociedad, defenderse a sí misma.

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