Mientras jueces socializados en el franquismo ponen su granito de arena para que la paz en Euskadi sea un poco más difícil, el escenario electoral sigue moviéndose. Una búsqueda de personas y organizaciones que permitan seguir pensando que el voto fue una conquista democrática y no sólo una rutina que cada vez deja peor sabor de boca. Hubo un tiempo en que las palabras movían a la política. Hoy son tiempos de gestos.
Equo, que ha tenido un ligero hueco de espacio informativo estos días, no debe lo que tenga de expectativa a su ideario sino a su metodología. Lo que no es poco, pero tampoco tañerán las campanas ni se abrirá el cielo para que caigan bendiciones. La aportación de Equo al sistema de partidos hispánico tiene sentido por lo que aporte de diferencia, aunque la falta radical de novedad tampoco le va a permitir un vuelo desmesurado. Hay cierta novedad, pero no mucha originalidad y menos contundencia.
Es bien difícil que en el programa que termine presentado Equo haya nada que no esté en el programa de otras formaciones –de manera evidente en Izquierda Unida-. Y si encontraran una nueva propuesta programática, raro es que no pudieran asumirlo otros partidos, en especial si sus expectativas de gobierno son escasas. En el programa no están las claves.
¿Acaso en las personas? Hoy sólo emocionaría una persona plural que fuese ya una multitud en sí misma. Vaya, alguien que fuera capaz de amalgamar el fragmento. Ni el pasado en Greenpeace de López Uralde, ni su breve paso por la cárcel danesa, ni la incorporación a Equo de gente de valía proveniente de otros lados puede compensar esa ausencia de voluntad común que podría emocionar a toda esa ciudadanía condenada a seguir a alguna escisión de la escisión de la escisión.
Es, por tanto, en la manera de hacer las cosas donde contrasta fuertemente Equo con otras fuerzas como Izquierda Unida –su principal competidor electoral-, una coalición que, una vez más, al tiempo que llama a la participación, a la unidad y a sumar esfuerzos contra la derecha, decide con sus formas particulares unos candidatos a las elecciones que coinciden siempre con los dirigentes de esa coalición cada vez más uniforme y menos asistida por la pluralidad.
Que el papel resiste casi todo es algo bien sabido. Sabido por los que hacen los programas, por los que los leen y, más aún, por los que ya ni los leen. Lo saben los diputados que votan leyes o reformas constitucionales que no estaban recogidas en el programa con el que fueron elegidos y lo saben los periodistas que rellenan columnas mencionando cosas que, están al tanto, se las lleva el viento. La realidad, como rezaba aquella pancarta argentina, casi invita a repetir aquello de "menos realidades y más promesas". De ahí que cuando se valora votar a un partido, es bien raro que pese el contenido de los programas. Quizá alguno acierta con el sabor del helado más deseado esa temporada y genera cierta expectación con su oferta, pero poco más. Sobre todo porque las promesas que pueden ahora mismo emocionar a la gente cuestan casi siempre dinero, y es más fácil que los políticos sean relajados con la verdad a que sean idiotas, aunque a veces se les deslicen desproporcionadas promesas de puestos de trabajo, abolición de asesores, impuestos que van y vienen o alegrías con el gasto.
En conclusión, lo que pueda recibir de voto Equo no tiene que ver con lo que aporte programáticamente, sino por otras razones ligadas a la frescura. Tiene que ver entonces con lo que significa de novedad en un escenario lleno de hastío; por la credibilidad que puede aportar el pasado ecologista de su recién electo Presidente y el apoyo de otras fuerzas ecologistas ayer dispersas; por las simpatías que logró Inés Sabanés mientras era cargo público y dirigente de Izquierda Unida. Y, sobre todo, por lo que implica de manera diferente de hacer política, algo que han demostrado con el reciente proceso de primarias ganado por Juantxo López Uralde y que, pese a su facilidad –apenas 3000 electores- y su previsibilidad –no se presentaba nadie conocido en competencia con López Uralde-, no dejan de marcar una camino con el que IU no se ha atrevido.
Sin embargo, no es descartable que sea, una vez más, un arar en el mar. ¿Qué pensarán los electores? Todos, casi con certeza, van a tener una parte de razón se coloquen donde se coloquen respecto de Equo. Muchos van a ser los que digan: ¿pero otro partido más en la izquierda? ¡Si lo que hace falta es unirse! ¿Cuándo va a terminar esta división constante entre el Frente de Liberación de Judea y el Frente Judaico de Liberación? ¿Va a seguir la izquierda española jugando a La vida de Brian? ¿La derecha cada vez más unida y la izquierda cada vez más desunida? Preguntas, en cualquier caso, más fáciles de hacer cuando uno quiere respuestas que le emocionen pero se ahorra aportar soluciones que superen las razones de esa fragmentación.
Tampoco van a faltar los que afirmen con entusiasmo: ¡Por fin un partido liberado del trágala del Partido Comunista, de los oscuros profesionales de la política escondidos en Izquierda Unida! ¡Qué bueno poder dedicar los esfuerzos no a frenar las zancadillas internas sino a trabajar por las alternativas! Y también los que piensen: ¡ya era hora de una fuerza política que unifique las dispersas fuerzas ecologistas del país! O los que respiren: "ya no podía votar a ninguna de las fuerzas políticas que se presentaban en la izquierda. Al PSOE por sus políticas de derechas; a IU, por su comportamiento sectario y por la falta de coherencia interna, como demostró en Euskadi o en Extremadura. A algunas otras, porque son meramente testimoniales. La novedad de Equo, porque tiene el beneficio de la duda, es una garantía".
Pero no van a faltar quienes lean su aparición acumulando reproche tras reproche: "¿Un partido que quiere sumar cuando ni siquiera ha querido hablar con Izquierda Unida de un frente común?" "¡Ya está aquí otra operación mediática, basada en un candidato estrella, como la que protagonizó con tan escaso éxito José María Mendiluce hace unos años!". "Equo sólo sirve para debilitar a IU y permitir al PSOE nadar la ola en un momento de debilidad"." ¿Un partido verde sin grandes referencias sociales en mitad de la mayor crisis del capitalismo?". "Como todas las escisiones de IU terminarán en el PSOE más temprano que tarde".
Mientras, la ciudadanía con ganas de hacer algo frente a la amenaza repetida de una mayoría absoluta del PP, seguirá consternada oyendo unos y otros argumentos. Al final, tristemente, va a dar todo un poco lo mismo. La lectura de la situación aún no tiene el grado de gravedad que alejaría las frivolidades y las desuniones. El 15-M muestra la grieta, pero la pared aún tiene quien la sostenga. Ninguno de los partidos representa en verdad nada novedoso. Unos porque han traicionado los acuerdos electorales con los que concurrieron a los comicios y, ya pueden ahora hablar en pitufo o prometer en inglés, que carecen de credibilidad. Otros porque, como el alacrán, terminan picando a la rana de la participación, pues su ADN sólo entiende de vanguardias y la horizontalidad no forma parte de su manera de entender la política. Otros porque emocionan menos que una charla entre Aznar y Belén Esteban. Al final, los resultados electorales van a depender del esfuerzo que haga cada "enemigo" para construirle la campaña de quien pretendan aniquilar: los jueces le harán la campaña a Bildu, el PSOE se la hará al PP, Izquierda Unida a Equo, el PP a UPYD...
Hay que insistir: no son tiempos fáciles. No hay aún una síntesis clara que explique con sencillez la crisis y plantee una posibilidad alternativa realizable en el corto plazo. No ha surgido aún un liderazgo enfadado, esperanzador y optimista con la capacidad de acabar con la fragmentación que es consustancial en la izquierda (recordemos que ese liderazgo es lo que ha permitido intentar otras cosas en Bolivia, Ecuador o Venezuela). La izquierda fuera del PSOE, toda la izquierda al margen del PSOE, está pensando, en el mejor de los casos, sumar 10 escaños el 20-N. Con este escenario, las verdaderas preguntas siguen abiertas: ¿qué es mejor para la reconstrucción de la izquierda, unas cuantas cabecitas de ratón encantadas de conocerse sentadas en el Parlamento o una catástrofe electoral de la izquierda que obligue a un diálogo como el que llevó al nacimiento de IU en 1986? ¿Serviría una docena de parlamentarios a los que, a día de hoy, no se les conoce ningún ánimo radical, para impulsar una reforma como la islandesa? ¿Son el solitario tanto de la dignidad ante una goleada o un freno a las transformaciones que está reclamando el 15-M y que se van a radicalizar conforme las soluciones a la crisis quiten más y más oxígeno democrático a la ciudadanía? ¿Merece la pena volver a regalarle, como en tantas otras ocasiones, el voto útil a quien ya tiene comportamientos de gran coalición con el PP? Tenemos dos meses para respondernos a estas preguntas. Mientras, sigue funcionando el golpe de estado que están protagonizando los mercados y que tiene la gestión y comprensión melancólica o entusiasta de nuestros partidos mayoritarios.
Recordaba el filósofo Zizek en la ciudad boliviana de La Paz una anécdota en el frente de la Primera Guerra Mundial. Los cuarteles generales alemanes y austríacos se comunicaban las novedades bélicas. Los primeros mandaron un telegrama afirmando: "Aquí, en nuestra parte del frente, la situación es seria pero no catastrófica". A lo que respondieron los austríacos: "Aquí la situación es catastrófica pero no es seria". En esas está la izquierda: una situación catastrófica pero no seria. Así las cosas ¿de verdad le preocupa tanto a nadie lo que haga o deje de hacer Equo?
Comentarios
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