Necesaria. Ese es el término: la inmigración es necesaria. Pedro Sánchez proclamó esta verdad indiscutible en su gira africana de la semana pasada y acto seguido Núñez Feijóo se le tiró a la yugular acusando al presidente del Gobierno de azuzar el "efecto llamada". A partir de ahí, el enredo infinito. Me tienen muy harto los unos y los otros con este ridículo teatrillo. Los dos grandes partidos del 78 mienten más que hablan, porque tanto PP como PSOE saben que con las mafias no se acaba de un día para otro. Y las mafias existen porque la demanda existe. Los acontecimientos, como sucede siempre, van por delante de la capacidad de gestionarlos y quienes a día de hoy hablan de deportaciones masivas o de regulación urgente dejan al descubierto su impotencia para plantar cara de manera democrática a uno de los filones más jugosos con que cuentan xenófobos y fascistas.
A quienes los derechos humanos importan un pimiento tienen en el fenómeno migratorio un yacimiento de votos que explotan de manera miserable. Juegan con el miedo de un ciudadano medio inseguro y de escasa formación, pero no les basta con ello: la ultraderecha apuesta sin disimulos por el odio y la crispación porque esa es su esencia, porque la hostilidad con el diferente funciona como combustible eficaz para hacer crecer el falso atractivo de sus políticas fascistas. Es lo que lleva ocurriendo desde hace décadas en muchos países de Europa, un cóctel cuyos ingredientes además del racismo son el machismo, la homofobia, la violencia o la intolerancia, y al que en España hay que añadir la nostalgia de la dictadura franquista.
La dejadez de muchos años, el exceso de confianza del bipartidismo durante tanto tiempo ha dejado crecer el monstruo. Hasta que la inmigración no ha aparecido en los sondeos como una de las preocupaciones fundamentales de los ciudadanos, los dos principales partidos de nuestro país no se han puesto a la tarea. Y lo están haciendo de la peor manera posible, a tortazo limpio entre ellas, diciendo un día una cosa, al siguiente la contraria y siempre con la vista puesta en las encuestas porque, en el fondo, el problema en sí se las trae al pairo. Lo que cuenta es la curva estadística donde se refleja la intención de voto, los datos, las prospecciones.
El PP continúa creyendo que siendo más facha cada día les irá mejor, solo así se entienden desatinos como el tuit de García Albiol criminalizando a un grupo de inmigrantes que viajaba en un barco desde Baleares a Barcelona y el refrendo de Cuca Gamarra ponderando la valentía del alcalde de Badalona al poner por escrito lo que muchos en su partido piensan. Esto ha sido declarado nada menos que por la secretaria general del principal partido de la oposición. ¡Ea! Encuestas, encuestas, encuestas, utilicemos el miedo para llegar al poder, que no nos quiten los votos aquellos que son más ultras que nosotros todavía, cuando gobernemos ya veremos, y entonces si conviene decir lo contrario, pues se dice. Claro que no les hace falta llegar al poder para eso: el portavoz parlamentario Miguel Tellado que en su día reclamó, no lo olvidemos, la intervención de la Armada, ya se encarga de soltar a diario una cosa o la contraria según por donde venga el viento. Terrible.
Terrible sobre todo porque jugar con la inmigración no se puede ni se debe. Ni en broma, ya se esté en Gobierno o en el principal partido de la oposición. Como escribía el otro día el colega Ángel Munárriz, parece como si hubiéramos tomado nota de todos los errores cometidos durante años en el resto de Europa a propósito del debate migratorio... para acabar cometiéndolos ahora también aquí. Cuando, como repite una y otra vez Fernando Clavijo, presidente canario que gobierna con el PP, "la inmigración no es un problema político ni territorial; es un drama humanitario".
No es que rechazar a los inmigrantes sea un pecado grave, como acaba de decir el Papa Francisco, aportando así su particular guinda a este peliagudo asunto, es que los inmigrantes son necesarios. Los estudios hablan de 24 millones en España para dentro de 30 años si queremos sostener la actividad económica, la fiscalidad, las pensiones... Los partidos políticos lo saben, entonces, ¿a qué juegan? ¿A demonizar solo a los africanos que llegan en patera? Cuando Santiago Abascal sostiene que tendremos que defendernos por nosotros mismos, ¿se refiere acaso a hacerlo frente a las decenas de miles de ricos latinoamericanos que sacan el dinero de sus países de origen y compran pisos a mansalva en el madrileño barrio de Salamanca? ¿o a los fondos buitre? ¿o a las empresas extranjeras que hacen caja aquí y pagan sus impuestos en países menos estrictos?
El problema no está solo en Gambia, Senegal o Mauritania. Tampoco en La Restinga, el puerto canario de la isla de El Hierro al que más inmigrantes llegan últimamente. Por los aeropuertos, principal vía de entrada de extranjeros, no llegan ciudadanos de esos países. Contratar en origen suena muy bien, ayudar a los países sin recursos también, pero la maquinaria para poner todo eso en marcha es mucho más lenta que la necesidad de sobrevivir. Por el momento, la única manera de migrar a España es con un visado de turismo o jugándote la vida en el mar en un cayuco. Están en esa situación, como recuerda Ione Belarra, porque no les estamos permitiendo ninguna vía legal y segura para migrar, pero quede claro que nadie quiere estar trabajando sin derechos.
Como no se le pueden poner puertas al campo, intentar ganar votos y elecciones a costa de la deshumanización o la falta de solidaridad con los más débiles es, además de una infamia, pan para hoy y hambre para mañana. El Gobierno y el principal partido de la oposición tienen la obligación de coger ese toro por los cuernos. Ya. El odio fascista no puede acabar ganándole la partida a los derechos humanos.
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