La verdad es siempre revolucionaria

Las alienígenas

Después de casi tres meses de observar la danza de los políticos en sus conspiraciones para alcanzar el poder y de escuchar sus discursos sobre como se proponen hacer ricos y felices a los hombres de este país, he sacado la conclusión de que las mujeres españolas somos alienígenas.

En las entrevistas, declaraciones, artículos, programas y debates televisivos, donde los dirigentes de los partidos con posibilidades de gobernar –y nadie ha reparado que todos son hombres-, incluso los que se reclaman de la izquierda, desgranaron cuidadosamente sus propósitos de gobierno, nunca, nunca, nunca, pronunciaron la palabra mujer. Cierto que ahora estamos todavía más invisibilizadas al habernos transmutado en género, pero ni siquiera ese estribillo de "la violencia de género" fue profusamente repetido. Tampoco  en los debates de investidura, y ya hemos soportado dos.

Creo que un país simplemente civilizado, no digo ni socialista ni feminista,  y España no lo es, este comportamiento de los partidos no hubiera pasado impunemente como aquí. Si estos no consideran suficientemente importante tratar los temas que afectan al 52% de la población, tampoco los medios de comunicación lo han percibido ni destacado ni comentado ni siquiera ha tenido protagonismo en las redes sociales.

Se ha llegado a la indiferencia más escandalosa cuando en el resumen de los acontecimientos del año 2015 se ha obviado la Marcha Contra las Violencias contra las Mujeres, que se celebró el 7 de noviembre, en la que desfilaron 500.000 personas de todas partes de España, durante varias horas, por el centro de Madrid, protestando por la masacre de mujeres y niños que se produce continuadamente y exigiendo un pacto de Estado para atajarla.

El cinismo llega a su cúspide cuando en la manifestación del 8 de marzo los periódicos más importantes le hicieron entrevistas y fotos a Pedro Sánchez y a Albert Rivera, que se acercaron a mirar con la troupe de señoritas que les acompañan siempre, y no se dignaron ni acercarse a las organizadoras de la marcha ni a las dirigentes de los grupos feministas que estuvieron trabajando duramente para organizar la manifestación.

En este país, donde el año pasado asesinaron a 105 mujeres –muchas no eran género, ciertamente, ya que no amaban a su asesino y eran solamente la madre, la vecina, la compañera de trabajo, la prostituta, del asesino- y en los dos meses y medio de 2016 ya contamos 19 víctimas adultas más y una niña de 17 meses; en este país, donde se contabilizan 120.000 denuncias por maltrato cada año, y donde quedan impunes la mayoría de las 15.000 violaciones anuales y los acosos sexuales que, según la UGT, los sufren el 75% de las trabajadoras (asalariadas); en este país, donde   lo que llaman "la brecha salarial" –siempre se huye de pronunciar la palabra mujer-, es decir la diferencia entre lo que ganan las mujeres y los hombres por el mismo puesto de trabajo, es del 29%, según cifras oficiales; en este país, en el que las madres están penalizadas si quieren obtener un puesto asalariado ya que no disponen de escuelas infantiles ni ayudas sociales; en este país en el que las hijas deben sustituir la labor asistencial del Estado cuidando a sus padres; en este país en que las mujeres cobran un 38% menos de pensiones (jubilación, accidente, invalidez) que los hombres; en este país en que el machismo campa por sus respetos en los medios de comunicación, en la publicidad, en la escuela, sus dirigentes políticos ni siquiera lo mencionan cuando proponen públicamente su programa de gobierno y las alianzas que van a establecer.

Ciertamente que a Pedro Sánchez, el ínclito candidato a Presidente de Gobierno por el PSOE, debe de serle muy difícil hablar bien de las mujeres  y de feminismo cuando su pareja de hecho es Albert Rivera, que se propone legalizar la prostitución y eliminar la legislación protectora de las víctimas de maltrato machista. Cierto que en el gobierno de este último no podemos depositar grandes esperanzas cuando tiene en sus filas parlamentarias al convicto maltratador Toni Cantó, cuya propaganda sobre las denuncias falsas que presentan las mujeres sobre la violencia le ha dado suficiente notoriedad. Cierto también que poco se puede confiar en que el PP nos defienda cuando ha sido capaz de intentar anular los avances que se habían alcanzado en la ley de aborto, y pretende invisibilizar a las víctimas de maltrato machista denominándolo violencia intrafamiliar.

Pero quizá podíamos esperar una mayor sensibilidad –esa cursilería que ahora está de moda- de los líderes y lideresas de Podemos, de Unidad Popular, de formaciones que se reclaman de izquierda o de progreso, que tanto en el Congreso, como en la televisión, aparecen periódicamente haciendo pomposas declaraciones de gran preocupación por los parados –y siempre usan el masculino-, los desahuciados, los pobres energéticos, los jubilados.

Esta porción de la población -52%- que se categoriza como área o colectivo, que son las mujeres, es la que mantiene el país por su base. Porque- y estoy permanentemente sorprendida de tener que recordarlo en todas partes a todas horas- ese colectivo humano produce todos los seres humanos que lo pueblan, y después los cría, ahora con más ahínco que en el siglo pasado dadas las campañas de lactancia materna organizadas por el capital para que las mujeres no pretendan competir con los hombres en el mercado de trabajo, que la crisis está durando mucho. Al punto de que la imagen femenina que ha quedado en la sesión de investidura del Parlamento es la de una señora amamantando a su bebé. Ninguna mujer, y menos feminista, ha tenido protagonismo político. Volvemos a las imágenes milenarias de vírgenes lactantes y a los consejos de los ginecólogos decimonónicos que aseguraban que si los niños no mamaban de su madre se convertirían en psicópatas. Me duele pensar que estamos en el siglo XXI.

Pues decía, que ese colectivo humano que son las mujeres,  educa y socializa a todos los ciudadanos y ciudadanas para lleguen vivos a la adultez. Trabaja de 50 a 90 horas a la semana, según el número de hijos, en las tareas domésticas, para alimentar, limpiar, vestir y mantener saludablemente a todos los miembros de la familia, y en la proporción de un 54% pretende además participar en el mercado de trabajo asalariado, conformándose con los empleos peor cualificados, peor pagados, peor considerados, con el 30%  menos de sueldo de sus compañeros varones.

Y este panorama social patético, que el Movimiento Feminista denuncia sin descanso diariamente desde hace cuatro décadas, y cuyos datos a veces se difunden, como en esta semana del 8 de Marzo, no emociona ni preocupa ni importa a nuestros dirigentes políticos, que no le dedican ni un minuto de sus declaraciones públicas.

Ciertamente no entiendo que las mujeres voten a semejantes representantes. Más consecuente sería que nos retirasen el voto, puesto que siendo alienígenas no tendremos derecho a ello.

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