Lidia corre de acá para allá. Llegamos en época de informes, que nada tiene que ver con la época de lluvias, pero coincide en el tiempo. El papeleo no moja, pero agota. Ella quisiera estar en su taller, rodeada de sus herramientas, pensando en cómo podría mejorar la instalación de los baños secos que ha construido en el patio, pero ahí está, entre facturas que debe cuadrar. Soñó fuerte con lograr sacar adelante un proyecto que contribuyese al proceso de empoderamiento de las mujeres de Oaxaca, la ciudad en la que vive, y el sueño se hizo realidad en 2014.
El edificio, al que se han mudado hace relativamente poco, es toda una declaración de intenciones. Es estrecho, pero alto. Está en el centro de la ciudad, para favorecer, en la medida de lo posible, que todas las mujeres interesadas puedan llegar sin dificultad. En la primera planta, una sala grande alberga ahora una exposición de fotografías, pero puede convertirse en cualquier cosa en apenas unos segundos. Todo está medido y dispuesto. Justo al lado, una pequeña cocina para las alumnas y las trabajadoras. Si quieres, puedes abrir la nevera y servirte algo, pero los carteles te recuerdan que tampoco aquí nadie va a fregar por ti.
La autogestión es una de las vigas maestras del edificio. La luz del patio entra por las ventanas y Lidia señala la pared en la que quiere instalar un jardín vertical. Carteles por aquí y por allá, información sobre otras formaciones feministas, fanzines de todo tipo, cigarrillos artesanales y, ahora, pegatinas de Pikara esperan sobre una mesa a ser recogidos por las interesadas.
Un piso más arriba, el taller de Lidia luce ordenado. No falta ninguna herramienta. Lograr que las mujeres sean autónomas en las reparaciones de su hogar es uno de los ejes fundamentales del proyecto. ¿Quién dijo torpeza? ¿Quién dijo miedo? ¿Quién dijo, alguna vez, que nosotras no podemos cambiar un interruptor? ¿Por qué nos lo creímos? En esa misma planta están los despachos de las trabajadoras, que lamentan no poder tener vacaciones en verano, pero hablan con cariño del proyecto. Dos de las empleadas del centro, no es casualidad, han sido alumnas de la Escuelita. A la izquierda, la joya de la corona: el patio de las celebraciones y la azotea desde la que Oaxaca parece aún más bonita de lo que es.
Huini Nanashy y Sofía Garnica llegan puntuales a su cita conmigo para contarme qué ha significado la Escuelita en sus vidas. Nos sentamos en la sala de exposiciones, que colchonetas mediante, parece ya otra cosa. Huini acaba de finalizar el curso. Sofía fue alumna hace unos años y, en la última promoción, participó también su hermana gemela. Ahora, ambas, tratan de convencer a su madre para que se inscriba.
Todas coinciden, sin titubear, en algo: La Escuelita les ha cambiado la vida. Recuerdan, con especial cariño, las clases facilitadas por Amandine Fulchiron, una de las fundadoras del colectivo ‘Actoras de Cambio’, que trata de visibilizar la violencia sexual a la que fueron sometidas las mujeres mayas durante el conflicto armado en Guatemala. Huini recuerda emocionada cómo Amandine le ayudó a entenderse: "Sacó todos los demonios que llevaba dentro, que no sabía que existían. Fue una experiencia muy liberadora".
Esas son las conclusiones que se repite continuamente: liberación, autonomía, cambio personal. Destacan también que la Escuelita es un lugar de encuentro entre mujeres muy distintas de Oaxaca, mujeres con las que quizá no podrían haberse encontrado en ningún otro lugar, a pesar de cruzarse cada día.
Más allá de las relaciones que puedan establecerse a lo largo de la formación, desde la Escuelita, se promueve también la construcción de redes de apoyo entre mujeres más allá del proyecto. La autodefensa feminista trasciende la posibilidad de aprender técnicas de defensa personal concretas, nos sitúa con otra actitud ante los posibles peligros. Una de las estrategias infalibles, las redes de apoyo. A Marcela Lagarde le encantaría este lugar. Entre 2010 y 2016, según el ‘Consorcio para el diálogo parlamentario y la equidad en Oaxaca’, una asociación civil feminista que lleva más de 15 años trabajando en la región, más de 500 mujeres y niñas han sido víctimas del feminicidio. El contador de los asesinatos sigue en marcha mientras, cada vez más mujeres, buscan espacios de encuentro y resistencia para mantenerse con vida.
Oaxaca es una ciudad pequeña, al sur de México, un collage de muchos momentos históricos, donde las instituciones están fallando en algo muy básico: garantizar la seguridad de las mujeres. En este contexto, la Escuela para la Libertad de las Mujeres se muestra como un reto muy ambicioso. Tiene muchas intenciones y todas se van cumpliendo. "Te provee de información, pero, sobre todo, es un aprendizaje para toda la vida sobre cómo protegerte", cuentan dos de las alumnas. "Entras encabronada (dica la risueña Huini) y sales centrada, con mucha paz interior. Quiero volver a la siguiente generación, al taller de Amandine, creo que hay demonios que se quedaron adentro". Ningún sitio mejor que esta escuela para decirles a todos adiós.
*Todo mi amor y agradecimiento a todas las mujeres que aquí y allá construyen, con sus propias manos, pequeños rincones de resistencia. Desde Marienea en Basauri hasta la Escuela para la Libertad de las Mujeres en Oaxaca.
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