Otras miradas

Gastar más para ingresar más: la salvaguarda del Estado del Bienestar en el pacto de Gobierno

Eduardo Garzón

Profesor ayudante de Economía en la Universidad Autónoma de Madrid

Gastar más para ingresar más: la salvaguarda del Estado del Bienestar en el pacto de Gobierno

En los últimos días se han escuchado algunas voces alertando de que el pacto de gobierno entre PSOE y Unidas Podemos incluye muchas medidas políticas que aumentan el gasto y muy pocas que aumentan los ingresos, de forma que su materialización empeoraría las cuentas públicas. Un corolario que se deriva de la anterior reflexión (y repetida incluso por personas de izquierdas) es que el Estado debería aumentar sus ingresos públicos para poder cuadrar sus cuentas y permitirse mayores niveles de gasto público, al igual que ocurriría en otros países vecinos donde el Estado del Bienestar es muy superior porque -en teoría- ingresarían más. Pues bien, aunque estos razonamientos puedan parecer intuitivos, en realidad son contrarios a la evidencia empírica y carecen de solidez científica.

Desgraciadamente en el imaginario colectivo sigue imperando la –absolutamente–falsa idea de que las cuentas del Estado funcionan como las de una familia o empresa, (y esto a pesar de que hace ya casi un siglo muchos economistas como Kalecki y Keynes refutaron dicha creencia con contundente solvencia). Existen dos factores fundamentales que explican que las cuentas públicas tengan una naturaleza radicalmente diferente a las privadas. El primero es que las decisiones de una empresa o familia no afectan significativamente al resto de la economía, mientras que las de un Estado sí lo hacen. Cuando una unidad familiar deja de gastar, logrará mejorar su situación financiera y todo ello sin perjudicar a la economía. En cambio, cuando un Estado deja de gastar, las familias y empresas que eran beneficiarias de dicho gasto verán sus ingresos disminuir. El segundo factor tiene que ver con que el dinero que se utiliza en nuestras economías avanzadas está expresado en una unidad de cuenta creada por el propio Estado. Esto hace que el dinero sea un monopolio del sector público: todo el dinero que tienen las familias y las empresas ha sido creado y regulado por las autoridades públicas. Si estas no crean dinero, el sector privado no puede tenerlo en sus bolsillos. Es así de sencillo y de irrefutable aunque a muchos les chirríe dicha apreciación.

Lo anterior tiene importantes implicaciones en materia presupuestaria: el dinero que recauda el Estado es dinero que en su día fue creado por él. No hay otra posibilidad porque el sector privado no tiene la prerrogativa de crear dinero oficial (salvo que incurra en el delito de falsificación, claro). Muchos creen que el sector público es una especie de parásito que necesita detraer recursos de las familias y empresas para poder llevar a cabo su gasto, pero la realidad es que es justo al revés: todos los euros que tienen las familias y empresas los creó el Estado, ergo el sector privado sólo puede ingresar dinero si las autoridades públicas han permitido que ese dinero se cree e inyecte en la economía. Y la forma más importante de inyectar dicho dinero es a través del gasto público.

Cuando el Estado paga el sueldo de un funcionario los ingresos de éste se incrementan en la misma cuantía por la que ha aumentado el gasto público. Esto es una identidad contable y es irrefutable: un euro de gasto público es igual a un euro de ingreso privado. Si alguien matiza que ese euro fue conseguido a su vez porque anteriormente una empresa se lo prestó al Estado, que se vuelva a preguntar de dónde obtuvo originalmente esa empresa dicho euro: llegará a la única conclusión posible de que fue el Estado su creador, porque nadie más puede crearlo sin su permiso.

Una vez entendida bien esta verdadera naturaleza y procedencia del dinero se está en mejores condiciones para comprender que el Estado español cometería un grave error si se empeñara en recaudar más (ya fuese para cuadrar las cuentas o para gastar más). El aumento de impuestos reduce los ingresos de las familias y las empresas, lo que lastra la economía y lo que a su vez suele también ejercer un impacto negativo sobre la recaudación: si la gente tiene menos dinero en sus bolsillos el Estado tendrá menos posibilidades para recaudar más. Por eso, se puede dar la paradoja de que un aumento de impuestos provoque una pérdida de recaudación. Aumentar los tributos no es el camino adecuado para ingresar más.

La mejor forma de mejorar la recaudación es logrando que las familias y las empresas tengan mucho dinero en sus cuentas bancarias, porque así podrán pagar más impuestos, y esto es algo que se suele conseguir a través de tres vías: vendiendo productos en el exterior -incluyendo servicios de turismo- (porque llegaría dinero de otros países), experimentando burbujas de crédito (porque llegaría dinero a través del circuito financiero de los bancos), o aumentando el gasto público (porque llegaría dinero del Estado).  Pues bien, cada una de esas tres vías ha tenido su momento durante la historia de España, y esto se puede observar en el siguiente gráfico.

En los primeros años de la democracia española el gasto público aumentó vertiginosamente como condición indispensable para fortalecer el Estado del Bienestar. En apenas 15 años el gasto público pasó desde el 31% al 47%. ¿Y qué pasó con los ingresos? Que aumentaron también de forma importante, desde el 29% al 41%. Nótese que el motor fue el aumento del gasto público: no se esperó a aumentar la recaudación para incrementar el gasto: primero el gasto, y luego los ingresos reaccionan de forma paralela.

A partir de 1993 el gasto público comenzó a caer notablemente debido a la reducción en el pago de intereses de deuda y a numerosos recortes acometidos para cumplir las exigencias de la creación de la moneda única. ¿Y qué pasó con los ingresos? Que también cayeron. Luego, ya a comienzos del siglo XXI, España experimentó la mayor burbuja de crédito e inmobiliaria de toda su historia, y los ingresos crecieron notablemente hasta incluso reflejar superávit en 2005, 2006 y 2007. Dicho proceso dio lugar a la mayor crisis económica de la historia, que hundió los ingresos y disparó los gastos. Finalmente, con la recuperación del PIB en 2014, los gastos públicos se continuaron recortando como parte de las políticas de austeridad. ¿Y qué pasó con los ingresos? Que también cayeron. Y que no hayan caído más se debe a que en los últimos años está entrando bastante dinero desde otros países gracias a las exportaciones y el turismo.

En definitiva, tanto la teoría como la práctica sugieren que incrementar los impuestos para cuadrar las cuentas o para aumentar el gasto público es una mala idea (otra cuestión diferente es que se aumenten algunos impuestos para lograr mayor justicia fiscal). Dicho movimiento puede provocar el efecto contrario al deseado: recaudar menos. Si España quiere tener los niveles de gasto público de los países vecinos del norte no debe esperar a recaudar más, lo que tiene que hacer es gastar más porque eso contribuirá a que se ingrese más: la gente tendrá más dinero en sus bolsillos, la economía se dinamizará más, y al final se acabará pagando más por los impuestos existentes (es importante tener en cuenta que el objetivo no debería ser nunca equilibrar las cuentas; tener algo de déficit público no es preocupante per se, es absolutamente normal y a menudo deseable). Esos países con elevadas cotas de Estado del Bienestar tienen mayores niveles de ingreso público no como causa de los niveles de gasto público, sino como consecuencia. Recaudan más básicamente porque gastan más, no al revés. Por lo tanto, bienvenidas sean las medidas del pacto de gobierno puesto que se centran en el aumento de gastos y no en el de ingresos.

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