La medidas adoptadas a nivel global para frenar los contagios por coronavirus nos permiten vislumbrar consecuencias, en un futuro muy próximo, sobre la movilidad humana por distintos territorios, los movimientos en fronteras y, en definitiva, la forma en que podremos circular de un lugar a otro. Y, como casi siempre, los grandes afectados por las restricciones serán los colectivos más vulnerables, los migrantes.
Nos enfrentamos a un fenómeno sin precedentes, en el que cada país hace frente a una pandemia global. El mundo sigue desde hace más de dos meses atento al avance del virus, a sus consecuencias y a las acciones que cada gobierno pone en marcha para combatirlo.
El discurso político, que marca el devenir de la agenda pública, se ha ido modificando conforme ha ido evolucionando la pandemia. En algunos países se ha tenido especial cuidado en el manejo de la información, dado que una sociedad asustada es vulnerable y se deja controlar fácilmente.
Discursos temerarios y xenófobos
En este sentido, algunos partidos y líderes políticos intentan pescar en río revuelto con un discurso temerario que resta importancia a la pandemia, generando así una falsa idea de la enfermedad. También se ha alentado un fomento de la xenofobia sobre determinadas comunidades ya estigmatizadas.
Los gobiernos informan cada día de los diferentes indicadores que nos permiten valorar la evolución de la pandemia, y los ciudadanos, debido a la gravedad, aceptamos una gran restricción de nuestra movilidad. Estos datos de control sanitario, junto a la seguridad, son fundamentales para definir los pasos que se van dando.
Bajo estas circunstancias, un nuevo escenario se abre ante nuestros ojos, dejándonos entrever con claridad cuáles serán los límites, requisitos y medios necesarios con los que debe contar cada persona para poder seguir cruzando una frontera. Y más allá: qué tipo de requisitos, el país receptor, va solicitar a esas personas para impedir el flujo interno en nombre de la pandemia.
La excepcionalidad del caso al que nos enfrentamos es inusual para todos. Sin embargo, lo es mucho más para aquellos con nacionalidades que, antes de la pandemia, podían cruzar las fronteras sin apenas explicaciones. A partir de ahora, el escenario inédito nos debe mantener alerta, la vigilancia del respeto a los DDHH es una prioridad.
Se trata de una situación más frecuente en otros contextos, para otras personas. Personas que naufragan en el mar o que acampan en un monte, esperando el momento para cruzar. Personas que atraviesan un desierto o que cruzan a pie un país entero y que, justo antes de dar ese salto, se encuentran con el cierre de fronteras por su condición..
Estos modelos de movilidad han desembocado en una práctica perversa en cuanto al posterior reconocimiento de asilo y refugio. La crisis actual nos brinda una oportunidad para fijar un cambio del modelo frente al actual de laborización de la inmigración, que consiste en una regularidad y estabilidad del sistema como condición para que los extranjeros que permanezcan en el país tengan una oferta de trabajo real.
Si de lo que se trata es de procurar una integración plena también deberíamos dejar de pensar en los inmigrantes como destinatarios de empleos precarios y de baja cualificación, de la misma manera que hay que resolver el problema de otros colectivos, como los solicitantes de protección internacional que se enfrentan a situaciones de irregularidad sobrevenida.
¿Los criterios sanitarios deben imponerse a la movilidad?
Las restricciones a la movilidad parecen lógicas si se asocian al control de pandemias, pero ¿hasta dónde los criterios sanitarios y los Derechos Humanos se conjugan apropiadamente sobre la movilidad?
Estas decisiones, que ocupan nuestra atención, están definiendo también los flujos en el mundo del mañana. Y, como sucede con las barreras actuales, las restricciones se impondrán sobre los mismos países de siempre, aquellos que ya contaban con todos los impedimentos para que su población pudiese salir a buscar un futuro mejor donde pudiera haberlo.
La pandemia se ceba con los perfiles más vulnerables
Si el clima, u otros factores que por ahora desconocemos, no impiden o ralentizan la propagación de la COVID-19, los países con menos recursos en general, y por supuesto, sanitarios en particular, sufrirán especialmente.
Su población no podrá abandonar legalmente el país para trabajar en otros, y además, el aislamiento internacional no solo contribuirá a la pobreza y la ralentización del desarrollo, sino que generará reservorios de infección, como ahora existen en temas de violencia o de extremismo religioso.
Mientras vemos los efectos de este virus en el tercer mundo y en países en vías de desarrollo, ya podemos empezar a señalar lo que ocurre con los colectivos de perfil más vulnerable, obviamente agravado con la pandemia. Es el caso de los campos de refugiados que se convierten en un foco fácil de infección.
También los Centros de Internamiento de Extranjeros, en donde se concentra una gran cantidad de personas hacinadas, son focos de la enfermedad de forma automática. Hemos asistido al progresivo cierre de centros por la epidemia, pero no acabamos de tener la suficiente información sobre cómo se ha alojado y atendido a los migrantes que han sido expulsados de ellos. En la calle, sin recursos, y sin poder trabajar legalmente, están totalmente expuestos a la enfermedad, tanto o más que en el centro.
Ellos, como muchos otros seres humanos en diferentes partes del mundo, no tienen acceso a la sanidad universal. En este caso, atentar contra su salud es arriesgar también la nuestra, al crear focos internos de infección como antes veíamos que se creaban externos.
Mientras tanto, vale la pena preguntarnos: ¿Qué movilidad queremos cuando salgamos de esta pausa?
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation
Comentarios
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