En un libro publicado recientemente por Icaria Editorial, que lleva por título Matar de hambre: el hambre como castigo o desidia política, explico, con muchos datos, que el 80% de las personas que en el mundo padecen subalimentación o pasan hambre extrema, es debido a la mala gestión de sus gobiernos, su falta de previsión, por la desidia de sus políticos, o como castigo en los casos en que hay guerras. Una parte de esas personas acaba muriendo por inanición, y aunque las cifras son bastante inferiores a las de hace tres o cuatro décadas, sigue siendo uno de las vergüenzas de la humanidad, pues es un sufrimiento que podría evitarse.
La pandemia de Covid-19 prendió las alarmas sobre lo que podría suceder si afectara a estos países del hambre, caracterizados en su mayoría por débiles o casi inexistentes sistemas públicos de salud, a causa de la ridícula porción presupuestaria que sus gobiernos dedican a la sanidad, diez veces inferiores, en términos relativos (no cuantitativos), a lo que estamos acostumbrado en Europa. La desidia es clara en este aspecto. Sin embargo, y hasta el momento, la pandemia no ha llegado al continente africano en cifras alarmantes, aunque en algunos países del cono sur latinoamericano, especialmente en Brasil y Perú, los indicadores sí son preocupantes. En África, por fortuna, de momento ha sido benigna, y entre las causas que lo podrían explicar figura la enorme proporción de los jóvenes en su pirámide de población, la de menor riesgo, frente a la escasa tasa de mayores de 65 años, el 3%, frente al 18-22% que vemos en Europa, el continente más afectado. Por tanto, no hay una relación directa entre hambre y Covid-19. Pero, dicho esto, la pandemia sí merece una consideración para comprender la verdadera dimensión del hambre en el mundo. El confinamiento obligado en tantos países, ayudará a percibir el dolor de tanta gente al no poderse alimentar cada día de forma suficiente, y de forma crónica muchas veces.
La pandemia llena cada día los noticiarios, y es el tema que preocupa más a la ciudadanía de muchos países, por motivos bien conocidos. Veamos las cifras. El Covid-19 ha contagiado a cerca de 6,6 millones de personas en el mundo, provocando 386.000 muertes, el 5,9% de las contagiadas. Estados Unidos es el más afectado, en términos cuantitativos, con 1,9 millones de personas, seguido por Brasil, con cerca de 600.000 personas, y por varios países europeos, que no han alcanzado esta última cifra. La subalimentación, en cambio, afecta cada año a más de 800 millones de personas, el 10% de la población mundial, es decir, como 121 Covid-19 a la vez, y sin embargo apenas en noticia. No sabemos con certeza cuanta gente acaba muriendo de hambre, pues no solo hay que tener en cuenta episodios de hambruna que afectan a unos pocos países, varios de ellos en guerra, sino las muertes derivadas de la mala o insuficiente alimentación, por enfermedades vinculadas a ello. La subalimentación va ligada a la pobreza extrema, a la vida en los suburbios y a las dificultades para el acceso a los sistemas sanitarios, entre otros factores, y esto conlleva enfermedades como la diarrea, que provoca 1,4 millones de muertes anuales, el paludismo, la tuberculosis y las complicaciones en los partos prematuros, con unas cifras similares y superiores al millón de víctimas anuales. Por tanto, el hambre y sus asociados pueden provocar perfectamente cerca de 10 millones de muertes cada año, más de 25 veces las muertes acumuladas hasta ahora por el Covid-19.
La reflexión es simple: una inmensa cantidad de personas malviven o mueren cada año por la subalimentación, "como si" convivieran permanente con varias pandemias tipo Covid-19, con el agravante de estar olvidadas por los medios y el público en general, y a causa de la maleficencia, perversidad y desidia de políticos corruptos, autócratas y desentendidos de las necesidades básicas de sus ciudadanos. Cuando la gestión de Covid-19 es nuestra principal preocupación y es el tema prioritario de nuestros gobiernos, lo hayan hecho bien o a medias, debería interesarnos también las razones por las que en tantos países la gente está condenada a pasar hambre en esta magnitud descrita, porque de ello también se muere, y no por un virus maligno, sino por la indolencia de muchos gobernantes, el veneno político. Igualmente deberíamos preguntarnos los motivos de esta extraordinaria movilización mundial para tener la vacuna que nos proteja de Codid-19, muy comprensible y necesaria, y la histórica pasividad y falta de medios para investigar sobre las enfermedades evitables que siegan a raudales las vidas de los países más pobres, nada justificable.
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