Otras miradas

Alrededor de Nissan: cooperativización. Y no lo digo yo, lo dice Piketty

Luis Miguel Jurado

Presidente de la Confederación Española de Cooperativas de Trabajo (COCETA)

Una mujer en las protestas contras el cierre de la factoría de Nissan en la Zona Franca de Barcelona. REUTERS/Albert Gea
Una mujer en las protestas contras el cierre de la factoría de Nissan en la Zona Franca de Barcelona. REUTERS/Albert Gea

Empecemos sin demagogias. Las circunstancias de una multinacional como Nissan, donde la producción no depende de sí misma, sino de decisiones que se toman incluso fuera de España, hacen de la posibilidad de cooperativización por parte del conjunto de sus trabajadores algo muy complejo, por no decir alejado de la realidad. Otro gallo hubiese cantado si el funcionamiento fuese más democrático, menos mercantilizado... Sin embargo, ¿qué hay de todas esas empresas proveedoras y auxiliares de Nissan cuya actividad peligra por el efecto dominó? Los casos son diversos, pero la propuesta de una transformación del modelo empresarial en crisis por el de una cooperativa de trabajo aquí sí cobra todo el sentido porque es posible. Puede no ser un proceso fácil, ni la mera transformación soluciona todos los problemas pues habrá que readaptar actividades, buscar nuevos partners, etc., pero abre las puertas a una oportunidad de continuidad desde la perspectiva del empoderamiento de los y las trabajadoras. Me explico.

Se habla de que el cierre de Nissan en Barcelona afectaría, además de los 3.000 puestos de trabajo directos, unos 22.000 empleos indirectos, vinculados a todas esas empresas que suministran materiales y servicios a la fábrica en cuestión. Un drama en toda regla y, por desgracia, otro más de los tantos que vamos a vivir en esta nueva crisis económica generada por la pandemia de la Covid-19. Pero no nos llevemos a engaño, este tipo de cierres responden más a circunstancias del mercado globalizado y deslocalizado, caracterizado por empresas en las que el beneficio está por encima de cualquier otro valor, incluido el humano, algo que no deja de ser irónico en sí mismo y que, sin embargo, lo asumimos como lógico desde tiempos lejanos (la lógica del mercado, amigos). La desindustrialización de nuestro país y sus consecuencias entienden muy bien de qué estoy hablando.

Hace apenas unos días, el pasado 16 de mayo, un grupo nutrido de intelectuales de primera línea, entre ellos el economista francés Thomas Piketty, los profesores de Harvard Benjamin I. Sachs o Julie Battilana, la socióloga y politóloga Isabelle Ferreras, o el también economista James K. Galbraith, junto a más de 3.000 investigadores de más de 600 universidades del mundo, publicaban el manifiesto titulado "Trabajo. Democratizar. Desmercantilizar. Descontaminar". Un llamamiento, al hilo de las primeras enseñanzas de esta crisis, a no reducir a los seres humanos a meros recursos, ni el trabajo a merca mercancía. En un momento crucial, en el que corremos el riesgo de acentuar y agrandar las desigualdades sociales y en el que tampoco podemos olvidar el colapso climático, concluyen que la única salida pasa por democratizar las empresas, haciendo partícipes de las decisiones a los y las trabajadoras, y desmercantilizar el trabajo para que la colectividad garantice un empleo útil a todas y todos.

Esto no nos suena a nuevo a quienes entendemos la economía desde una perspectiva más humana y el trabajo desde los valores del cooperativismo. Una cooperativa de trabajo es una empresa cuyos trabajadores y trabajadoras son a su vez socios/as y, por tanto, dueños de la misma. Es una empresa, y recalco este concepto porque a menudo se vincula el concepto "cooperativa" con otros como la ausencia de afán de lucro. Aunque el cooperativismo determina los valores y características del modelo, como empresas que somos generamos riqueza, hemos de ser solventes y sostenibles y, lo más importante, creamos empleo. Frente a una mercantil, donde todo gira en torno a los beneficios, una cooperativa de trabajo es una empresa que pone en el centro a las personas, consiguiendo articular un modelo económico distinto, el de la economía social, que no por social es menos economía. A todo lo anterior se suma la alta responsabilidad social del cooperativismo, su implicación con la sostenibilidad, la solidaridad y las fórmulas de producción, distribución y consumo que no agoten los recursos ni acaben con el Planeta. Nuestro concepto de la economía y del trabajo, al servicio de las personas, es perdurable en el tiempo, cosa que la economía del capital no puede afirmar, siendo causante del colapso actual.

Estoy seguro de que hay muchos casos, entre todas esas empresas cuya producción depende de la factoría Nissan en Barcelona, que podrían transformarse en cooperativa de trabajo antes de echar el cierre. Negociar con los actuales propietarios el traspaso antes de una liquidación, antes de un concurso de acreedores, y apropiarse del proyecto empresarial, reconvirtiendo incluso la actividad. No estoy diciendo que sea un proceso inmediato, ni que transformarse en cooperativa de trabajo solucione el problema por la mera transformación, pero la experiencia sí me permite afirmar que apostar por el cooperativismo es apostar por el empoderamiento de los y las trabajadoras para poder tomar decisiones que permitan revitalizar un proyecto empresarial, ya que son ellas y ellos quienes deciden esforzarse por la reorientación de la actividad, aunque implique grandes cambios. Y todo ello es posible gracias a que se instaura otra forma de hacer las cosas: arraigo territorial frente a la deslocalización, algo que en esta crisis deberíamos haber visto claro al constatar que carecíamos en España de empresas capaces de fabricar EPIS o test, por ejemplo; flexibilidad frente a las adversidades; toma de decisiones participada y democrática; flexibilidad también a la hora de organizar las jornadas y el trabajo.

Es el momento de entender que no solo es posible, si no que es deseable y necesario transformar el modelo económico actual, no faltan las razones, y la crisis que ha generado la emergencia sanitaria lo ha dejado aún más nítido: humanizar las empresas y la economía para anteponer las personas al crecimiento desmesurado e indiscriminado y el aumento de beneficios a costa de cualquier cosa. Es el momento de apostar por la economía social, por las empresas participadas y democráticas como son las cooperativas de trabajo, que proporcionan al cuerpo de socios-trabajadores un proyecto empresarial que se amalgame de forma sólida con su proyecto de vida.

Tras la crisis de 2008, más de 400 empresas dieron el paso. Los y las trabajadoras tomaron las riendas de la SL en la que eran asalariados y, para evitar el cierre, la transformaron en cooperativa de trabajo. Hay muchos casos de éxito entre todas ellas.

Evidentemente, soy un convencido, como presidente de la Confederación de Cooperativas de Trabajo Asociado (COCETA) y socio trabajador de la empresa que me permite llevar una vida digna. Pero es que no lo digo yo, lo dicen algunas de las mentes académicas más preparadas en materia económica y del mundo laboral cuando afirman en el citado manifiesto que, a pesar de los desafíos que los cambios a los que aluden implican, "algunas cooperativas o empresas de la economía social y solidaria, proponiéndose objetivos híbridos (financieros a la par que sociales y medioambientales), y desarrollando gobiernos internos más democráticos, han demostrado ya que esta es una vía creíble". Ahora, lo que hace falta, es que nos lo creamos la inmensa mayoría.

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