Otras miradas

Ocupar Nissan, una tarea popular y ecologista

Daniel Mulero

Sindicalista de CGT Catalunya

Juanjo Álvarez

Militante de Anticapitalistas

Quim Sopena

Activista ecologista

El logo de Nisan, a través de la alambrada que rodea su planta en la Zona Franca de Barcelona. REUTERS/ Albert Gea
El logo de Nisan, a través de la alambrada que rodea su planta en la Zona Franca de Barcelona. REUTERS/ Albert Gea

Nissan cierra en Barcelona. Era una muerte anunciada y aun así no deja de tener un impacto en el imaginario popular, en la conciencia del pueblo de izquierdas que ve como lo que quedaba de industria en el estado va desapareciendo, absorbida por la dinámica de flujos de capital que dibuja la globalización. La agonía de la globalización, sería más preciso, puesto que esto no es más que un paso más en el repliegue de un sistema económico que no funciona y que, antes de morir, trata de sacudir peso muerto y volver a sus centros neurálgicos.

No se produce en un momento cualquiera, sino en plena crisis del Covid 19 y con una situación ecológica crítica. Han pasado décadas desde que los primeros avisos empezaran a aparecer, pero ahora el conflicto es inminente: crisis climática, centros urbanos amenazados por unos niveles de contaminación descontrolados, fenómenos meteorológicos extremos y una pandemia global que tiene mucho, o todo que ver con la caída de la biodiversidad y que parece llegar para poner la puntilla a la falsa recuperación económica de 2008 antes de que llegue a consolidarse. El escenario ecológico es dramático y urgente, y ya no se trata del mundo que dejaremos a nuestras nietas, sino de la posibilidad de una vida digna para nuestras sociedades en el corto plazo.

A nadie le puede extrañar que esto haya llevado a la calle a millones de jóvenes en todo el mundo. De hecho, a nadie parece extrañarle. El apoyo a las movilizaciones juveniles alcanza niveles muy altos y desborda los límites que el ecologismo "clásico" había tenido hasta ahora. No por casualidad, estos movimientos surgen en un momento en el que la conciencia del problema que significa el cambio climático está en su punto más alto: una encuesta reciente muestra que la mayor parte de la población lo considera la mayor amenaza para el mundo[1]. Hoy, el ecologismo habita un tránsito que debe llevarle desde un movimiento de sectores ecológicamente sensibles a una mayoría social, una escalada en la que el objetivo último supera con creces cualquier planteamiento, porque se trata de pasar de un trabajo activista sectorial al liderazgo de un nuevo horizonte de transformación en clave ecosocialista.

Más aún, esta situación ecológica, en lo objetivo y en lo social, viene a coincidir, y no por casualidad, con una situación crítica del capitalismo. La crisis de 2008 ya venía a saldar las viejas cuentas de una economía hiper-financiarizada que no encontraba la forma de recuperar un ciclo fuerte de acumulación. Falta de nuevos modelos de producción que alimenten las ganancias, las tasas de productividad y de beneficio venían cayendo, y la débil recuperación que se anuncia a bombo y platillo desde 2016 no deja de ser una huida hacia delante que sólo se basa en la venta de filiales y, sobre todo, en el enésimo giro de tuerca en la extracción de valor del trabajo y la naturaleza. Pero todo tiene un límite, como solían decir nuestros mayores antes de que la palabra "límite" pasara a ser proscrita por la posmodernidad capitalista, y el límite de la explotación de valor parece mostrarse en esta sucesión de crisis larvadas y arrastradas que lastran el desarrollo capitalista. Cubierta, ahora sí, toda la superficie de la tierra, no parece haber fisuras en el bloqueo que impide la reproducción del sistema económico.

Estos tres factores, crisis ecológica, movilización social y agotamiento del capitalismo, vienen a converger en la necesidad de un cambio de patrón civilizatorio y en la necesidad de un nuevo imaginario colectivo que alimente la transición a un poscapitalismo habitable que deberá centrarse en clave postcrecentista. Un imaginario poblado por la necesidad de actuar sobre los conflictos reales, incluyendo los problemas tradicionalmente ecológicos, pero desbordándolos para alcanzar las formas de socialización general, donde la producción y el trabajo tienen un rol central. En efecto, probablemente sólo el feminismo ha alcanzado una cierta idea de proyecto colectivo de masas, y es imprescindible que esto se produzca también en torno a la idea de una transformación ecosocialista que no se podrá realizar sin la clase obrera y sus tradiciones. Las fábricas, como decía Mario Tronti, son como monasterios. Islas del conocimiento y de identidad obrera, bases para futuras luchas y recomposiciones. Mantener estos puestos de trabajo y estas (cada vez más minoritarias) formas de estructuración de clase no tiene sentido si pretendemos volver al pasado, pero cobran todo el sentido para mirar al futuro, como una forma de transmisión de prácticas de lucha y de organización.

Así, Nissan y otros conflictos de este tipo son el eje de la lucha ecologista, por extraño y extemporáneo que parezca. Lo son en lo social, porque recuperan los espacios de trabajo colectivo y los saberes de las clases populares; lo son en lo cultural, porque amplían la gama de saberes y la base ideológica; y lo son en lo material, porque reutilizan en clave de transición los bienes heredados de la industria fósil, imprescindibles para poner en marcha la transición. Para transitar ese camino hacia un movimiento de masas ecosocialista, hacia una salvación de la sociedad, la recuperación de esas industrias fósiles es vital en términos materiales, pero también en términos de clase: una de las últimas oportunidades de construir un sujeto colectivo a la altura del desafío histórico. La recuperación de estas instalaciones para convertirlas en polos de producción debe realizarse con cargo a las empresas que han venido explotando el trabajo y destruyendo la naturaleza, y tiene que llegar a una explotación socialmente útil y controlada colectivamente, con autonomía de las trabajadoras y con inserción en proyectos estratégicos de transformación. No dejar caer Nissan, porque es nuestra, ni permitir que la naturaleza y el trabajo vuelvan a ser los perdedores. Para eso, la vía es reconvertir manteniendo los puestos de trabajo, reorientar la producción hacia una utilidad social respetuosa con los límites ecológicos y reconstruir un bagaje de tradición obrera que acerque la producción a las manos de quien produce.

Para que Nissan no cierre y exista un futuro digno para sus trabajadoras es condición necesaria la movilización permanente, como están haciendo las trabajadoras con dos o tres movilizaciones cada semana. Movilizaciones repartidas por toda la Area Metropolitana de Barcelona, territorializando así el conflicto. La transversalidad del conflicto implica la cohesión y el trabajo conjunto de la plantilla y el Comité de Empresa de Nissan con la Coordinadora de Empresas Auxiliares y Subcontratadas de Nissan que representa a cientos de trabajadoras, mayoritariamente más precarizadas, que desempeñan sus trabajos en las plantas de la multinacional.

Pensemos también en los miles de puestos de trabajos indirectos tanto de componentes como de servicios, se calcula que aproximadamente unos 22.000. La participación y concienciación en Asambleas de Trabajadoras de todas las plantillas marcará la posibilidad de incrementar los márgenes de lo posible. Es estratégico poder empezar la reconversión industrial, en clave ecosocialista, con la infraestructura económica e industrial que ya existe, y manteniendo los puestos de trabajo. Un plan industrial encaminado no solo a la producción de vehículos eléctricos sino también a movilidad colectiva y sostenible o a la producción de bienes sanitarios. Todo ello contando con la participación y empuje de las trabajadoras como garantía de que lo prime, lo que esté en el centro, sea la dignidad de la vida y la protección del medio ambiente, no los beneficios privados de una multinacional. Nissan deja mil millones de euros, entre las indemnizaciones a las trabajadoras, la devolución de subvenciones y otras obligaciones.

Lo que está sobre la mesa es una reconversión ecológica que se puede hacer con esas cantidades, pese a la pasividad de un gobierno cuya apuesta por la transición parece reducirse a mero discurso. Su inacción es una prueba clara de la política de concertación con la patronal, que le lleva a ser derrotado sin haber presentado ningún tipo de propuesta. Una claudicación de este calibre, además de sumir en el desastre el presente más inmediato (pérdida de empleos), apunta a la derrota estratégica de un gobierno que nace y vive a la defensiva, y es gran parte de la base social del Gobierno la que va a sufrir esto en su alianza orgánica con el sindicalismo reformista.

Las recientes propuestas del Gobierno para el sector del automóvil, Plan Integral de Ayuda al Sector de la Automoción por un importe de 3750 millones de euros, inciden en la dirección contraria a una propuesta que genere una imprescindible reconversión industrial en sentido económico y ecológico sostenible. El Plan potencia la compra con subvenciones para la adquisición de nuevos automóviles, incluido diesel, híbrido o gasolina. Deberemos analizar las consecuencias directas sobre el empleo en el sector, que es lo que se pretende, teniendo en cuenta que las empresas en nuestro país no son de titularidad española y las decisiones se toman a miles de kilómetros. Y tan importante como eso, no se observan propuestas que vayan más allá de intervenir en la demanda (en un momento que las "reservas económicas" de las trabajadoras están en mínimos y harán difícil su utilización); y por el contrario no se proponen cambios estratégicos en los sistemas de movilidad que apuesten por sistemas más racionales y sostenibles en lo económico y en el ecológico.

Todo nuestro reconocimiento y apoyo fraterno a las compañeras en lucha, con una huelga indefinida que dura ya más de un mes. Las movilizaciones están siendo mediáticas por la masiva participación de las trabajadoras y del apoyo mutuo y solidaridad de muchos colectivos en lucha, sindicatos, movimientos sociales o partidos. El desenlace de este conflicto no solo marcará el futuro de las personas trabajadoras en Nissan, sino que también será el punto de partida para el resto del sector automovilístico, y más en general del sector industrial, como es el caso de Alcoa.

Una economía basada en el sector servicios como el turismo, o la financiarización de la banca, solo ha traído precariedad, miseria y subalternidad para la mayoría social. Un nuevo modelo económico deberá implicar la reducción drástica de las jornadas de trabajo sin merma salarial para un mejor reparto del trabajo. Que la tecnología sirva al bienestar de todas las personas, no solo para las privilegiadas o minorías más ricas. También será fundamental la prohibición de despidos en empresas con beneficios, como es el caso de Nissan, para que la clase trabajadora pueda organizarse mejor y más intensamente por la estabilidad de los puestos de trabajo, y pueda reorganizarse en torno a un proyecto de sociedad sostenible y viable para las mayoría.

NOTAS
[1] Lara Lázaro Touza, Carmen González Enríquez y Gonzalo Escribano Francés. Los españoles ante el cambio climático. Real Instituto Elcano, 24/9/2019

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