Otras miradas

España, ¿democracia plena o mejorable?

Agustín Moreno

Pablo Iglesias en unas declaraciones al periódico ARA afirmó que  «en España no hay una situación de plena normalidad democrática», refiriéndose a los dirigentes políticos catalanes que están presos o teniendo que vivir fuera de España y al rapero Pablo Hasél que va a ser encarcelado. Añadiendo que «es evidente que hay una situación de excepcionalidad». El ABC relanzó estas declaraciones en clave de escándalo y a partir de ahí se organizó una fuerte campaña contra él desde la derecha política, grandes medios de comunicación y en las redes sociales. La brocha gorda para la bronca era acusar a Iglesias de haber dicho que en España no hay democracia.

No importa que Iglesias haya insistido en que "es una obviedad decir que vivimos en una democracia mejorable". La campaña ya estaba en marcha pidiendo la dimisión del vicepresidente, como una oportunidad para seguir desgastando al Gobierno de coalición. Pongan en una lista los que participan en ella y será muy esclarecedora la alianza fáctica establecida, desde la derecha al felipismo, desde el ABC a PRISA. Escandaliza menos que el PP y Vox lleven toda la pandemia diciendo que "esto es una dictadura", a que Iglesias diga que la democracia es perfectible.

La gran cuestión de fondo es la calidad de la democracia en España o, dicho de otra manera, si España es una democracia plena o es una democracia mejorable. Para ello hay que pensar en cómo se mide  la calidad y luego analizar nuestra realidad.

La calidad del funcionamiento de las democracias se evalúa atendiendo a estándares, que no solo implican los procedimientos para escoger y controlar el poder político, sino también objetivos y resultados tales como el desarrollo económico, la justicia social o la igualdad. Y tienen que ver con indicadores como el proceso electoral y el pluralismo, la participación política, la cultura política, las libertades civiles y los derechos humanos básicos, y la calidad del funcionamiento del Gobierno.

Si analizamos la democracia realmente existente, se podría resumir en un tuit que puse hace unos días: "Tenemos un rey huido, el principal partido de la derecha con múltiples corrupciones, generales que fusilarían a 26 millones de españoles, cárcel por criticar la Corona, un CGPJ supercaducado que sigue actuando, una prensa sin independencia... Pero no importa, la situación es de plena normalidad política y democrática". Es lo que daban de sí 140 caracteres. Pero las cosas son, evidentemente, más complejas. Veamos los fallos que tenemos:

  • Una gran desigualdad social, pobreza, paro, precariedad, trabajadores pobres... Unido a la ofensiva privatizadora y de recortes contra los  servicios públicos (sanidad, educación...), las pensiones y el Estado de Bienestar. Naciones Unidas nos ha llamado la atención por los desahucios o por los cortes de suministros esenciales en la Cañada Real
  • Una monarquía no decidida de forma expresa y que cada vez divide más a la población por no someterse al veredicto de las urnas, por ocultar durante mucho tiempo las corrupciones del rey emérito y con poco apoyo entre los jóvenes y en importantes zonas.
  • Una corrupción estructural muy extendida en España. Hay estimaciones que la cuantifican de 25.000 hasta 90.000 millones de euros al año, algo tan escandaloso que Transparencia Internacional pide un "pacto integral" contra ella.
  • La incapacidad para encontrar vías políticas y democráticas para resolver problema políticos como el existente en Cataluña. Las demandas democráticamente formuladas se deben resolver con diálogo y dando la palabra a la ciudadanía, nunca con la represión y la cárcel.
  • Un poder judicial muy politizado y falto de independencia, que acaba decidiendo sobre los grandes problemas políticos cuando son incapaces de hacerlo los partidos o el Parlamento. De ahí la concupiscencia acreditada entre sectores del poder judicial y los grandes partidos políticos.
  • El retroceso en las libertades que provoca un sistema atrincherado frente a la crítica y la movilización social: ley Mordaza y reforma del Código Penal. Un dato: alrededor de 150 artistas, raperos, tuiteros, periodistas y políticos han sido condenados por delitos de opinión.
  • Grandes medios de comunicación que no garantizan el pleno derecho a la información, por su posicionamiento político y falta de independencia. Un perro guardián desdentado en su función de controlar el poder económico y político.
  • Una derecha y ultraderecha que conserva el gen franquista, lo que se traduce en una cultura de confrontación permanente, incluso en las situaciones más difíciles. Mala cultura política negar la memoria histórica en un país que tras 40 años de democracia sigue siendo todavía el segundo del mundo en personas asesinadas y desaparecidas. Una derecha que tiene una concepción patrimonial de las instituciones como si fueran suyas por derecho divino. Y que por ello intenta apropiarse la identidad nacional de España y de sus símbolos contra la izquierda y la periferia.
  • Podríamos seguir hablando de las cloacas del Estado y de la policía política, de los privilegios de la Iglesia católica que hacen imposible tener leyes que fortalezcan la educación pública y laica, de las vergonzosas puertas giratorias de los expresidentes, exministros y cargos políticos, de la venta de armas a dictaduras, o que el país no funciona. como denunciaba Iñaki Gabilondo el otro día.

Podríamos seguir, pero creo que es suficiente para concluir que España no es el país de las maravillas democráticas que nos pintan aquellos que se benefician de sus carencias para mantener sus privilegios y que no cambie nada importante. La calidad democrática es inversamente proporcional a la distancia entre democracia formal y la real.

Y esa es la percepción que tiene la ciudadanía española. Según una reciente encuesta del Eurobarómetro del Parlamento Europeo, más de la mitad de los españoles (53%) no está muy satisfecho o nada satisfecho con el funcionamiento de la democracia en sus país, frente al 41% que piensa así entre los encuestados de los 27 países de la Unión Europea. Solo un 46% de los españoles dice estar satisfecho o muy satisfecho con el funcionamiento de la democracia. Pablo Iglesias no ha hecho otra cosa que poner palabras a un sentimiento mayoritario en el pueblo.

Entonces, ¿por qué este falso escándalo, cuál es la gran ofensa? No hay que olvidar que la democracia actual es heredera de la llamada transición y que desde entonces ha habido una gran lucha por apropiarse del relato, que no es otra cosa que intentar apropiarse de la legitimidad. Forman parte de ella la imposición de la monarquía en el paquete de la Constitución de 1978, el blanqueo del franquismo y el olvido de la memoria histórica. Es como si los demócratas tuvieran que seguir pagando por la derrota de la Segunda República. Y no, la  derrota no vuelve injusta una causa, ni la democracia tiene que estar condicionada por los viejos fantasmas del pasado.

No quiero acabar esta reflexión sin poner en valor a la ciudadanía; es decir, a todas esas personas, la mayoría anónimas, que hacen que este país funcione a diario. Los hombres y mujeres que en situaciones extremas, como la crisis sanitaria por el covid, han sido los auténticos héroes, los que nos han curado, cuidado, alimentado y protegido. Lo explico en el artículo Las estrellas solo se ven en la oscuridad  y recomiendo su lectura.   Podemos estar orgullosos de las gentes de este país. Lo lamentable es que las élites y su clase política no suele estar a su altura.

Para acabar, hay que decir que claro que hay democracia en España. Y hay que valorarla. Más aún por aquellos que, por edad y conciencia, luchamos por las libertades durante la dictadura franquista y pagamos nuestro tributo por ello. La cuestión es ¿vivimos en una democracia tan plena que no se puede mejorar?, como parece que dicen los que se rasgan las vestiduras ante las críticas y exigencias de mejoras. Si esto fuera así, habría que cambiar esta democracia porque no nos serviría. No hay que resignarse a una democracia imperfecta, ni hay que tener miedo si se tiene la honestidad y el valor de proclamar cuáles son sus fallos y proponer corregirlos pensando en la mayoría social.

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