Otras miradas

Nos robaron las miradas que lo explican todo

Jairo Vargas Martín

ojos
Los ojos de un joven marroquí llegado a Ceuta durante la crisis en la frontera con Marruecos de esta semana.- JAIRO VARGAS

Llegados a este punto, solo nos quedan las palabras. Es mucho, pero insuficiente. Cuántas veces han entendido lo que dicen unos ojos a gritos, sin boca. Cuántos sobrentendidos, complicidades e insultos se han lanzado con un simple cruce de pupilas. Pocas cosas explican mejor un contexto que esa parte esencial del rostro humano. Mirando miradas hemos podido comprender el mundo, descifrar su código, reconocernos como iguales en el lenguaje universal de los semblantes.

Si el cartel contra los menores migrantes que Vox colocó en el Metro de Madrid llevara la cara hirsuta de Oussama en lugar del falsario rostro pixelado de un deportista que encontraron en un banco de imágenes, quizás su mensaje racista habría perdido el sentido. Con un poco más de suerte, habría tenido el sentido inverso. Pero ustedes tampoco han podido mirar a Oussama a los ojos mientras extendía los cartones en los que iba a pasar la noche en un parque de Ceuta. 15 años. Sus ojos no engañan, aunque lo intenten. Son los ojos de un niño solo y asustado en plena noche; los de un soñador a veces, los de un chico que agradece a quien quiere contar la historia que lo empuja a las fronteras. Porque Oussama quiere que esta historia se cuente, que su hazaña sea documentada, a poder ser, con un retrato en el que levanta el dedo pulgar.

Tampoco han podido ver ustedes en este diario las lágrimas de un crío que huye despavorido de la Policía. No tendrán la ocasión de entender de un simple vistazo la crispación del niño Mohamed, que no quería entrar a la nave del Tarajal por miedo a ser devuelto a Marruecos. No observarán cómo se achinan los ojos de Taufiq cuando esboza una sonrisa, después de convencerse de que el periodista no es un agente de civil que le quiere arrestar ni un desaprensivo que intentará robarle el teléfono móvil mientras se quita las legañas en el chorro de la fuente del parque que ahora es su casa.

Bajo esos píxeles que ciegan al retratado y al lector permanece a salvo la imagen, la seguridad y el respeto a la Ley de protección de la infancia. No es ninguna broma la legalidad, siempre tan inquebrantable en según qué casos, siempre tan interpretable en otros, siempre tan olvidada si tiene que proteger al olvidado, al olvidable.

En el caso de los niños marroquíes de Ceuta, parece ser que solo los medios de comunicación cumplen su parte del contrato que protege a la infancia. Pixelemos los rostros, emborronemos esas miradas que lo dicen todo en aras del interés superior de un niño arrojado al mar por sus propios gobernantes, encerrado en una nave abandonada durante días, expulsado en caliente sin más notario que la prensa, la poca prensa que los mira y los hace ser mirados no como potenciales delincuentes, sino como seres vulnerables e indefensos, como semillas que pueden ser regadas con agua clara o con veneno verde pera como el de las brujas Disney, como el del cartel de Vox.

De no tapar esos ojos que hace días que no ven a sus padres, estaríamos perpetrando una "intromisión ilegítima en su intimidad, honra o reputación", una intrusión "contraria a sus intereses" ante la que podría actuar el Ministerio Fiscal. Ese Ministerio que tiene la potestad de convertir a niños en adultos con solo mirar la radiografía de sus muñecas, el desarrollo de sus genitales, la pelusa más o menos abundante de su bigote. El mismo Ministerio que actuaría de oficio contra la revista que osara publicar tan solo medio rostro de, pongamos, la púber descendencia de Cristiano Ronaldo, de Belén Esteban o de la familia Borbón, ese ministerio lleva tiempo mirando hacia otro lado cuando los hijos e hijas de nadie no tienen un plato caliente que echar a su pequeño estómago ni un colchón sobre el cemento que los arrulla. Ese ministerio que calla cuando no se otorgan los papeles debidos.

Huérfanos nosotros del mensaje de sus ojos, fiemos todo a las palabras. Que al menos no haya silencio que las tape ni graznidos que las cubran. Hablemos ahora de su presente, aunque sea sin imágenes. Exijamos para ellos, más allá de píxeles faciales, un futuro ni mejor ni peor, uno que al menos sea posible. Y, si pueden, miren siempre esas caras que cargan con nuestras cruces mientras cuelgan de las suyas.

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