Tiene seis meses y duerme en un moisés con bordados en rosa. Su madre y unos familiares se han acercado a conocerla.
–Fíjate qué mofletes.
–Mira qué lorzas en los muslos.
–Qué bien la estáis criando.
Cumple dos años. Su padre le hace cosquillas y le da un bocado de broma en la barriga.
–Me voy a comer esta barrigota –dice, mientras su hija se troncha de la risa.
Cuatro años. Hoy toca pizza.
–La niña se ha comido seis porciones.
–Pero bueno, come casi tanto como cualquier adulto.
–Qué grande te vas a poner.
–¡Quiero más! –presume.
Risas.
Va a empezar el colegio y le acaban de comprar tres leggins de brilli brilli y un par de minifaldas.
–Es que yo quiero los pantalones de Batman.
–Esos no te sirven. Son de niño.
Cinco años. No grites. No corras tanto. Cabezota. Qué bruta eres.
Siete años. Charlatana. Cotilla.
Ocho años. Atraviesa el patio de la escuela y recibe un balonazo en la cabeza. Se cae al suelo.
–¡Jajaja! ¡Se le ven las bragas!
–Aparta, gorda.
Nueve años. Sentada en la consulta del pediatra, se sujeta la tripa con las manitas.
–¿Cómo no te va a doler la tripa, con lo gordita que estás?
Dos días después, la operan de urgencias. Apendicitis.
El día que cumple diez años, su madre le susurra que no coma tanto pastel.
Un niño la persigue para levantarle la falda en el patio. Acude a la maestra, que le riñe por no saber esconderse. Va a buscar al niño y le arrea un puñetazo. La castigan sin recreo.
Se apunta al equipo de baloncesto escolar. Es buena.
Con once años, sale a dar un paseo con las amigas.
–¡Pero qué guapas! ¡Ole, ole y ole los cuerpos bonitos! –el tipo, de pelo grasiento y dientes amarillos, está repantigado en una silla de plástico al lado de un bar. Acaba de lanzarles su primer piropo.
Doce años. Está acostumbrada a que algún hombre le grite por la calle cuando va sola o con otras niñas.
–¡Culo gordo! –a esto aún no se había acostumbrado.
Empieza el instituto. Se pone a dieta. Consigue perder ocho kilos. Shorts i tops de tirantes. La mandan a casa a cambiarse porque su ropa no es adecuada. Puta. Un compañero le pide para salir. Le dice que no. Mojigata. Mala.
Catorce años. Le baja la regla. Dolor insoportable.
–No es para tanto.
–Es normal que duela.
–Es natural. No te tomes nada.
Lo comenta con las compañeras. Les pasa a casi todas, habrá que acostumbrarse.
Quince años. Su primer novio. Él, algo mayor, había salido con otras pero estaban todas locas. Corta con el chico. Ahora la loca es ella. Recupera el peso que había perdido. No habla nunca en clase. Pasea con sus compañeras por los márgenes del patio. Procura no molestar.
Ha empezado bachillerato. Mujeres jóvenes y delgadísimas en la tele, en las marquesinas, en las páginas web, en el cine.
Trabaja los fines de semana como camarera.
–La cuenta cuando puedas, cielo.
–Gracias, cariño.
–¿A qué hora sales?
Un pellizco.
–No lo tomes así, mujer. Son gajes del oficio.
–Si no estuvieras tan buena...
Cambio de ciudad. Sigue a dieta. Piso compartido. No vuelvas tarde. No vuelvas sola. Llama en cuanto llegues. Nuevo equipo de baloncesto. El rincón oscuro del portal. Cuidado.
Sus piernas son muy gordas para las cañas de las botas; los dedos de sus pies, desmesurados para las punteras de las sandalias; sus brazos, demasiado anchos para las mangas de los jerséis. Algo está mal con su cuerpo. ¿Algo? ¡Todo!
Tiene hambre.
Se muda con su novio. Es un buen tipo. Comparten las tareas aunque ella es la que organiza porque él no se acuerda de nada, nunca de nada, de nada, de nada. Deja el baloncesto. No tiene tiempo. No tiene ganas. No lo echa de menos.
Jornada laboral interminable. Cansancio. Jaqueca.
–Eres muy nerviosa. No deberías ser tan perfeccionista. Te voy a dar unas pastillas para que estés más tranquila.
–¿Y ya está, doctor? ¿Sin explorarme siquiera?
–Tú las pruebas y vuelves dentro de un tiempo.
En la puerta de la farmacia, se lo piensa dos veces y rompe la receta. Camina unos pasos, pensativa. Se hace con el material necesario: mistos, papel higiénico, piedras. Quema el consultorio, apuñala a su jefe, destroza marquesinas, apedrea los cristales del instituto, rompe una silla en la espalda de su novio, asesina al Presidente del Gobierno, se carga a tres curas, escupe a cuantos señores se cruzan con ella y se caga en la mesa de la dietista. Prosigue su paseo. Se sienta en la heladería de la esquina y pide la copa especial. Cinco bolas de helado, nata, nueces caramelizadas, guindas. La llaman guarra, histérica, puta, obcecada, bocazas, loca. Cierra los ojos y se deleita en el sabor dulce del chocolate.
–Demasiado cuerdas estamos –reflexiona.
Comentarios
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