Desde hace unos años, cuando uno llega a la estación de Atocha en AVE tiene que caminar por un pasillo muy largo, de techo abovedado, forrado con publicidad de una empresa de seguros sanitarios. La publicidad de las aseguradoras sanitarias privadas en España siempre ha sido una muestra de las cosas que podían interesar a alguna gente, que suponían un coste bajo en su implantación y que facilitaban un modelo de negocio basado en los seguros low-cost; antes de la pandemia publicitaban la consulta por correo electrónico o videollamada; tras la primera ola, el reclamo eran las consultas presenciales; estos días podemos ver una publicidad de un seguro privado cuyo gran atractivo es tener "Atención Primaria 24 horas".
Recientemente, como si no tuviera nada de relación con el párrafo anterior, la presidenta de la Comunidad de Madrid ha presentado una herramienta para que los madrileños y madrileñas puedan tener videoconsultas con sus profesionales sanitarios en determinadas circunstancias. El reclamo de la sanidad madrileña de ahora era el atractivo que ofrecía la sanidad privada en una realidad que ya no existe: la previa a la pandemia. En el ahora, la realidad es otra, y lo que falta en lo público se recoge en lo privado (presencialidad y accesibilidad).
Que los sanitarios y los pacientes tengan una herramienta más de consulta es una buena noticia o, al menos, no es mala. Sin embargo, nada nace sin contexto, y son dos las cosas que hacen levantar la ceja al ver a Díaz Ayuso presentar esto en un hospital tras un atril forrado con las palabras "Sanidad Pública" (hay cosas que si tienes que decirlas es que no las tienes claras): el abandono y el negocio. Por un lado, innovaciones tecnológicas cuando no eres capaz de tener cita con tu médico de familia en menos de quince días, o cuando pides "cita covid" para tu hijo y te la dan para cuando el aislamiento ya debería haber terminado, son innovaciones que acrecientan la sensación de un-ferrari-en-la-puerta-de-una-chabola, es decir, incorporar lo que da titulares mientras se abandona lo que sostiene el sistema. Por otro lado, uno se pregunta quién ha desarrollado la plataforma para la realización de las videoconsultas, qué empresa se va a encargar de su mantenimiento o de qué manera se facturará este tipo de consultas a la consejería cuando las realice un hospital de gestión privada. En una Consejería sin recursos propios para confeccionar una base de datos de objetores de conciencia (tuvieron que sacar un contrato público por 60.000 euros para ello), el desarrollo de una herramienta de este calibre supone por un lado un desembolso y, por otro lado, un pasito más hacia la pérdida total y absoluta de soberanía tecnológica en el funcionamiento cotidiano de nuestros servicios públicos.
El Corte Inglés te vacuna, Indra te pone en contacto con tu médico y, esperen unos meses, algo parecido a Glovo te llevará los medicamentos a casa mientras la mutua te cita cada dos semanas para ver si ya te puede dar de alta.
La videoconsulta, en un contexto de abandono, se transforma en la selfieconsulta, de la misma manera que el diagnóstico se convirtió en autodiagnóstico, el rastreo en autorrastreo y, en términos generales, el cuidado se convirtió en apáñate-tú-como-puedas. Tu casa se convierte en hospital, y tus familiares se transforman en quienes en otro momento serían sanitarios prestándote cuidados. Las que alguna vez pudieron ser concebidas como tecnologías para el cuidado, se aplican en un contexto en el que solo pueden erigirse como tecnologías del abandono, dibujando un telón de fondo compuesto por diferentes empresas intentando ver quién exprime lo que quede de los recursos públicos que aún sirven para nutrir sus cuentas de resultados y hacer de red de seguridad para cuando algún negocio falla.
Dice una mítica frase de Leonard Cohen que "hay una grieta en todo, así es como entra la luz". Es difícil que esa grieta vaya a dejar pasar luz en forma de reclamos del pasado, y eso es algo que, en muchas ocasiones, hacemos al defender la sanidad pública, defenderla desde la nostalgia. La grieta se abrirá hacia delante, y ahí es donde hay que plantear una alternativa que vaya más allá del sanidad-pública-universal-gratuita-y-de-calidad que muchos llevamos grabado como un mantra en escritos y discursos, pero cuya capacidad movilizadora es limitada, construyendo propuestas que no surjan solo como respuesta a la destrucción rutinaria de la sanidad que conocemos sino que además sirvan para ilusionar con una sanidad que sume adeptos a su defensa y creación. Además, y esto hay que tenerlo muy claro, la reconstrucción de la sanidad pública madrileña tiene que tener en cuenta que ha de apelar de forma muy nítida a quienes a día de hoy tienen un seguro privado (entre otras cosas porque son 4 de cada 10 personas en la Comunidad de Madrid, liderando la clasificación española, aunque son varias las CCAA que además han visto crecer sus cifras en los últimos años), y ha de interpelar no solo desde ideales colectivos abstractos de solidaridad o bien común -que también-, sino desde su realidades cercanas que muestren capacidad para cuidar la vida en lo cotidiano, dotar de seguridad a nuestra gente cercana (ya sea la familia, los vecinos, la comunidad) y estar ahí cuando lo necesitamos. La videoconsulta estará incluida dentro de esas propuestas que alumbrar a través de la grieta, pero no se harán porque "el hospital más grande de Madrid son los domicilios" ni para que no tengas que ir a tu médica, sino para acercarte a ella, para facilitar el encuentro en casos de aislamiento domiciliario o ver cómo utilizas los inhaladores en tu domicilio en momentos en los que no pueda un profesional desplazarse.
El cuidado de uno mismo es algo muy importante como para dejarlo en manos de quien llama cuidado al abandono. Toca trascender las ruedas de prensa, construir allí donde hay algo más que tecnología y utilizar las tecnologías para acercar a la gente a la atención que necesitan, no para alejarla cada vez más.
Comentarios
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